martes, 5 de enero de 2010

La sincronicidad como concepto límite entre lo físico y lo psicológico.

Si las puertas de la percepción fueran limpiadas, todo aparecería ante el hombre tal como es, infinito.

William Blake.


Las diversas concepciones filosóficas, científicas y religiosas, durante muchos siglos han establecido una dicotomía entre psique y cuerpo, entre el hombre y la naturaleza, entre el espíritu y la materia. Estos postulados ideológicos y sus respectivas maneras de aprehensión comienzan a ser cuestionados por el desarrollo de distintas disciplinas, tales como la física y que durante el siglo XX hace progresos fabulosos, pero también por el psicoanálisis, la antropología, el arte y que en algunas de ellas comienzan a establecerse puntos de contacto por temáticas comunes. Hechos que no pueden ser explicados por marcos de referencia tradicionales, han llamado la atención desde diferentes ámbitos de lo cotidiano. Y hacemos incapié en una nueva forma de entender la realidad denominada parapsicología y que hace expresión de esta actitud.



Pero antes de remitirnos
directamente a aquella, hay que señalar un suceso fundamental para su comprensión, y es el estudio de lo inconciente que de manera sistemática y científica comienza con Freud a fines del siglo XIX. Sus trabajos mostraron que junto a la conciencia y con su modo de funcionamiento que hace a la lógica formal principalmente, existe otro modo que es el de lo inconciente con sus peculiaridades distintas de aquella. Por ejemplo, la no existencia del principio de contradicción, la no causalidad en sus manifestaciones, la no temporalidad y la falta de consideración por las categorías espaciales, como la existencia en un mismo lugar de diversos objetos. Así se pone de manifiesto la presencia de todo un universo que opera de manera diferente a la que hace al yo conciente. Justamente esto determinaría un cambio en la manera de concebir al hombre y al universo.



Ahora bien,
también por esos años, la física a través de Einstein, Plank, Heinsenberg, Bohr, entre algunos sabios, establecen innovaciones revolucionarias en esa disciplina y que la modifican de manera radical. Ideas tales como las de la relatividad del tiempo y el espacio, el cuestionamiento de la noción de causalidad que desarrolla la microfísica y que denomina principio de incertidumbre, lleva a que campos que en principio se los consideraba como irreconciliablemente disociados, tales como lo psicológico y lo físico y que comienzan a establecer relación, interesándose por fenómenos que empiezan a pecibirse en cada uno de ellos.



Así los hechos a los que se les ha dado el nombre de
parapsicológicos parecen establecer que los mundos que antes eran estudiados de manera separada comiencen a unirse. Fenómenos como la telepatía, la clarividencia, la precognición, rompen con los esquemas aperceptivos cotidianos y señalan a factores que son inconcientes y que pareciera que actúan relativizando el tiempo y el espacio y donde la causalidad quiere dejar de ejercer su influjo. Situaciones que se conocen antes de que ocurran, entendimiento entre personas sin contacto directo y físico, percibir lo que está ocurriendo a distancias lejanas e imposibles para los sentidos, son algunos de los hechos que nos muestran todo un aspecto que no es frecuente en la vida cotidiana y que se expresan de forma semejante a la manera en que lo hacen lo inconciente y el mundo que estudia la microfísica. Y aquí es donde se estima que pudiera darse una conjunción entre sucesos físicos y psicológicos en donde ambos parecen interpenetrarse y en que cada uno de ellos pudiera tener propiedades del otro.



A partir de la década de 1930 el psicólogo
Rhine, de la universidad de Duke, establece experimentalmente la existencia de un factor que denomina ESP o extra sensorial perception y que le asigna cualidades de inconciente, de espontaneidad y donde opera relativizando las categorías de tiempo y espacio y la de causalidad, atribuyendola especialmente a la telepatía y a la clarividencia.


Pero quizá, quien hace su aporte más explicativo sea C.G.
Jung, que desarrolla el concepto de sincronicidad para dar cuenta de esos fenómenos. Así es que la define como una coincidencia y simultaneidad de un fenómeno psicológico con otro físico y sin que esta relación esté causalmente determinada. Por ejemplo, un sueño que percibiera circunstancias que ocurren en otro lugar, estaría vinculando las imágenes psicológicas que en aquel aparecen con una serie de acontecimientos que le ocurren a alguien en su vida cotidiana. Allí se da una dificultad para comprender cómo circunstancias tan disímiles y aparentemente desconectadas, pueden mantener una correspondencia. Jung considera que esos factores y que son el fundamento del inconciente colectivo, los arquetipos, actúan como un campo de fuerzas que activado, ordena los sucesos físicos con los psicológicos. Un arquetipo se constela y que, en ciertas condiciones en que el nivel de la conciencia disminuye, por ejemplo, por afectos intensos o sueños, posibilita la reunificación de ámbitos que funcionan separados.



Asimismo, el arquetipo tiene una cualidad que
Jung llama psicoide y significando una propiedad no totalmente psiquica y no totalmente física. Es decir, se activa un centro energético con sus respectivas representaciones, que irrumpe en un momento determinado y que pareciera que lo psicológico y lo físico no estuvieran separados. Esto nos llevaría a pensar que hubiera un mundo potencial donde estuvieran dadas las condiciones para el surgimiento de los fenómenos empíricos. Este no sería muy diferente del que descubre la física cuántica para explicar los sucesos microfísicos y en que solo existe probabilidad y no determinismo legal, tal como se da en la sincronicidad, ya que aparece en momentos inesperados, de manera autónoma y sin control de la voluntad conciente. También aquella formula que un hecho como la luz es un corpúsculo pero también una onda, es decir dos cosas diferentes que coexisten y que coincide con lo que antes afirmábamos acerca de los estrechos vínculos entre psique y materia, y que quizá sean dos aspectos de la misma realidad.



Así es que todos estos hechos permiten ensanchar la concepción que hace a la
personalidad humana y que conlleva la apertura a algo trascendental. Los antiguos lo denominaban microcosmos y que postulaba su identidad con el macrocosmos. Por ello, la sospecha de la simultaneidad de lo físico y lo psicológico abre una ventana a lo cósmico. Lo que se denomina sí-mismo y tal como lo expresan los mandalas que hacen a una totalidad, se compone de lo animado e inanimado, lo material y lo espiritual, del bien y del mal, en un conjunto que abarca los más diversos opuestos de manera paradójica y como lo hace la sincronicidad. Este centro es el que reunifica lo que en apariencia está separado para integrar al hombre en lo universal y, por qué no, a lo divino. Así es que Jung llega a comparar el sí-mismo con el concepto de discontinuidad de Louis de Broglie entendiendo este como aquellos elementos indivisibles del universo microfísico y en que operan fuera del espectro espacio-tiempo. Aquí es donde creemos que la sincronicidad se muestra como aquello que puede mostrar la equivalencia, sino la identidad de lo físico y lo psíquico.

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