martes, 23 de junio de 2009

Relaciones del budismo zen con la terapia analítica




Una interrupción:
las hojas que caen
ocultan la lluvia.

Sosui. (1684-1744).


En mayo de 1961 el escritor chileno Miguel Serrano visita a Carl Jung en su casa en Kusnacht, quien vistiendo un traje ceremonial japonés, le comenta acerca de un libro que estaba leyendo referente al budismo zen chino y que le resultaban llamativas las semejanzas que tenía con su concepto de inconciente. Cuando en junio de ese mismo año Jung muere, sobre su cama estaba un texto de Charles Luk: Ch'an and Zen Teachings: First series, y que se supo posteriormente que le había dado instrucciones a su secretaria para que le escribiese al autor debido al interés que le sucitaba.
Pero así como en sus últimos momentos se pueden detectar los temas que adquieren un gran significado en Jung, la influencia del budismo zen puede rastrearse desde mucho tiempo atrás. Así publica el prólogo al libro de Daisetz Suzuki:
Introducción al Budismo Zen, pero en gran parte de su obra aparecen conceptos que remiten a este pensamiento oriental. Pero más allá del interés que seguramente ha tenido esta literatura, es posible entender que hay todo un campo de hechos psíquicos que son comunes y que coinciden por su experiencia y fenomenología.
Así para intentar dilucidar la cuestión, vayamos a las ideas fundamentales. El zen es una peculiar forma de budismo que tuvo su origen en china y que se considera como a su fundador al monje indio Bodhidharma durante el siglo VI de nuestra era. El término zen se corresponde a una abreviación de la palabra japonesa
zenna y que es la equivalente del sánscrito dhyana y del chino ch'an que significa meditación, pero que algunos estudiosos del budismo consideran que debe entenderse como doctrina del corazón-de-Buda. (Suzuki,2004), alcanzando en Japón y en China un gran desarrollo.
Podríamos intentar describir su principales ideas, pero de esta manera traicionaríamos su esencia, ya que las definiciones conceptuales y dogmáticas no se corresponden con su espíritu. Por ello es que diremos que el zen es "el arte de ver dentro de la naturaleza del propio ser, y que esto lleva de la esclavitud y la ignorancia a la libertad. El zen libera energías almacenadas en nosotros que en circunstancias ordinarias están distorsionadas y no adecuadamente canalizadas". (Suzuki, 1961, pág. 13, 19). Su meta es alcanzar el
Rostro Original, la Mente de Buda, es decir aquella naturaleza más profunda de cada uno y que a su vez es universal. Pero las concepciones lógicas no son efectivas ya que impiden el acceso a un estado de iluminación. Por ello es que la reivindicación de la experiencia inmediata y sensible es de índole central en el zen. Es decir, se trata solo con aquello que actúa y que opera. Las concepciones intelectuales y voluntaristas, todo aquello que se remite al yo, impiden el ingreso a ese fluir de cambios permanentes que es la impermanencia. Ese es el territorio de la avydia o de la ignorancia, donde se dan procesos de limitación y exclusiones lógicas determinando un modo inauténtico de acercamiento a lo real y esencial.
Asimismo, la palabra se muestra como lo que establece una separación con una experiencia viva e inmediata que la disecciona, mutila y "enfría". Por esto es que se busca arribar a ese fluir en que las oposiciones se transforman en paradojas y donde se establece contacto con hechos vivientes. Esto hace que este vivenciar sea único e intransferible para cada persona, donde la cosificación establecida por el lenguaje deja lugar a una liberación que posibilita cambiar el marco de referencia o el punto de vista con el que se mira lo exterior y lo interior. Se perciben las cosas como son. La iluminación o
satori permite esa nueva perspectiva pero con los hechos en sí, en la realidad cotidiana que adquiere un nuevo sentido. Se toca un fluir vital que estaba mediatizado por el yo y este deja de ser el centro rector con sus identificaciones, ilusiones, con la separación dualista de sujeto y objeto, la discriminación, para sentir o percibir lo universal y cósmico. Esto es justamente a lo que da la ocasión de acceder el zen y que va más allá de cualquier doctrina, dogma o concepción filosófica ya que lo importante es establecer conexión con la propia esencia que se halla oculta bajo la capa de la ilusión que es el yo.
Ahora bien, la terapia analítica presenta significativas semejanzas con esta concepción y que pasaremos a tratar. Para Jung lo único verdadero son los hechos en sí, lo fenomenológico, en que solo es real aquello que actúa, lo que produce efectos por más que la conciencia los considere sin importancia. Así un sueño es de una efectividad que provoca transformaciones en el soñador en tanto reconozca su accionar. El acercamiento a lo inconciente se conforma como una experiencia con toda una realidad actuante, la cual no es posible ignorar. Es más, el yo con sus diversas identificaciones y sus defensas, impide la confrontación con ese fluir energético que Jung da el nombre de libido y que, a diferencia de Freud, hace a la energía psíquica e indiferenciada y en cualquiera de sus formas de manifestación. La misma es un dinamismo antinómico y finalista, que se expresa por medio de símbolos con contenidos representativos y de gran carga afectiva.
La psíque se polariza en un yo con su centro conciente que a través de la funciones intelectivas y el lenguaje permite la diferenciación y discriminación, junto con la voluntad y la memoria que guarda una continuidad con las diferentes identificaciones, y por otra parte el
sí-mismo, y del cual procede aquel y que es el centro rector y regulador de la psíque. Sus contenidos son mayormente los que hacen a lo inconciente objetivo con el conjunto de los arquetipos que lo constituyen. Entre ambos se establece una confrontación dialéctica que da lugar al desarrollo del psiquismo.
Pero el yo no siempre puede mantener una relación armónica con todo ese extenso e ilimitado territorio que es el
selbst, ya sea tanto por factores interiores o externos y culturales, dando lugar a un conflicto donde aquel se hace unilateral y donde las energías pulsionales y arquetípicas se distorsionan por intervención exagerada de la intelectualización y de la palabra. El yo se considera autónomo en una autosuficiencia racional e inflacionista y en donde cree ser aquella imagen que de sí tiene. El trabajo terapéutico consistirá en que su operatividad sea la de ir vaciándose, dejando que toda una experiencia singular y única sea acogida y que se revele a partir del sí mismo. Que se entable un vínculo, y en palabras de Jung, con un secreto verdadero y no con algo imaginado.
Así el yo no solo se incorpora contenidos que han sido reprimidos y que hacen a la ontogénesis personal de su propia historia, sino también a un universo simbólico, arquetípico, que trasciende su psiquismo individual y que se corresponde a la estructura y dinámica del
sí-mismo. Este centro regulador, por el juego de procesos opuestos y compensatorios establece una fluencia psíquica cuya transformación hace al despliegue de esa totalidad en sus múltiples potencialidades.
El yo pasa a un segundo plano y el lugar central lo comienza a ocupar el sí-mismo en una relación de reciprocidad entre ambos, sin identificaciones alienantes ni represiones. Esto que se expresa dinámicamente, adquiere un sentido a través del contenido de los símbolos que son la manifestación visible de los arquetipos. Aquí es donde apunta el desarrollo ya que implica una dirección hacia una meta y una significación de la vida. Esta es una postura semejante a lo que el Zen denomina como
inconciente cósmico y que hace a lo intemporal y transpersonal o, según su terminología, lo no-nato de múltiples potencialidades en una fluencia constante. Jung a través de diversos estudios muestra que ese centro ha sido expresado en todos los tiempos y en culturas de diferentes lugares como el auténtico sujeto de la persona. El Zen le da variados nombres como El Hombre del Camino, El hombre que Escucha, El sin Ropas.
Ahora bien, para experienciar ese universo inconciente y arquetípico es importante que se establezca con él un contacto directo, circunstancia que solo es posible en la medida en que se vayan desarticulando las distintas máscaras que encubren al yo y a sus supuestos ilusorios que deforman la realidad de los hechos. Es decir, este es un conglomerado de estructuraciones predominantemente sociales que lo alienan de su singularidad. Así es que la psicología analítica aceptaría sin reparos el principio Zen de buscar el
Rostro Original que se halla encubierto bajo diferentes envolturas.
Ahora bien, lo fundamental es la vivencia de este proceso, no la teoría ni el conocimiento que de él se pueda tener. Por lo que es que para cada paciente adquirirá una peculiaridad propia y un camino único según lo vayan señalando sus sueños, transferencias y otras producciones de lo inconciente. El Zen deja teorías, tanto que no asigna a ningún
sutra un carácter de obligatoriedad, es más hasta llega a decir que cuando se conozca a Buda se debe matar a Buda.
El paciente haría su propia y única experiencia y ahí es donde se torna terapéutica, ya que inicia lo que Jung denomina
proceso de individuación, es decir el desenvolvimiento de una totalidad. La actitud del terapeuta deberá consistir en dejar ser, sin atenerse a ninguna teoría o supuesto previo y la de fomentar la afluencia, según el zen. Por ello es que el yo se lo considera como aquello que por sus identificaciones impide ese fluir, pero aquí es donde podemos encontrar también algunas similitudes con el zen ya que este busca desestructurarlo y lo hace a través de una peculiar forma que es el koan. Esta palabra significa documento público y es una formulación paradójica en forma de pregunta que libera del encadenamiento lógico y discursivo para arribar al satori o iluminación. En la terapia analítica una manera de llegar a algo semejante a esa des-yoización se da cuando surgen los sueños, los actos fallidos, las interpretaciones que posibilitan acceder a un sentido que no es el aparente y donde las formaciones de lo inconciente se mueven en un espacio lógico diferente del yo conciente. Este es el lugar del desconocimiento, de la angustia, ya que trata de defender una imagen que de sí tiene y que le da seguridad. Huye de todo lo que no coincida con ella y en especial de su subjetividad sin querer conocerse. Es una función protectora que se cumple contra los displacentero del mundo exterior y del vasto universo interno. Asimismo se muestra como una función de las resistencias que trata de impedir la integración de energías que no coinciden con sus ideales.
Pero esta actitud que se cataliza en el paciente, señala a una similar en el terapeuta, donde para aproximarse a una intervención que haga a la cura, tambíen tendrá que despojarse de sus conocimientos y teorías, estar con la
mente vacua et libera según palabras de Jung. Ya Freud había desarrollado la noción que el analista deberá estar en atención flotante, es decir no dirigirse deliberadamente a ningún aspecto específico del discurso del paciente y sin motivaciones previas. Jung les decía a sus alumnos al final de sus cursos sobre interpretación de los sueños, que en el momento en que tuvieran un paciente delante de ellos se olvidaran de todo lo aprendido. Bion asimismo desarrolla ideas interesantes cuando considera que el terapeuta debe estar ante el analizado sin memoria, deseo ni comprensión, dando lugar a un estado similar al de la alucinosis a fin de ponerse de común acuerdo con el de sus pacientes y provocar la transformación. Es más, hasta llega a postular la negación disciplinada de la memoria y el deseo. (Bion, 1974).
Pero donde se establecen paralelos metodológicos del zen con la terapia analítica es en la práctica del tiro con arco y flecha que utiliza aquellos supuestos. Sus enseñanzas incitan a dejar la mente libre de intenciones, donde el espíritu no esté aferrado a ningún lugar y esté por doquier. (Herrigel, 2006). La idea es la de desprenderse de todo lo aprendido y del yo y arribar a un estado en que nada definido se piensa, proyecta, aspira, desea ni espera, que no apunta en ninguna dirección determinada, para a partir de esto lanzar el tiro de la flecha con el arco y donde el yo no es el que dispara sino un
ello. (Ib.). Esto se corresponde con la actitud que es semejante a la del terapeuta ya que nada espera ni piensa en lo que debe hacer, desprendiéndose de sí mismo y donde la focalización de la atención y su saber sobre algún aspecto del discurso del paciente impediría ese fluir compartido.
La idea de un vacío que tal actitud instaura no deja de tener similaridades con el zen, ya que al ir retirando la libido de la conciencia, esta refluye hacia lo inconciente, actualizándose allí lo siempre-presente-potencial. Es decir, donde no hay discriminación de opuestos y compensa la actitud unilateral de la conciencia y del yo que eliminan vastos campos de percepciones. Por ello es que puede expresarse como algo inesperado, lo que se revela, posibilitando un nuevo punto de vista de lo cotidiano.
Así es que hemos pasado revista a algunas relaciones entre la terapia analítica y el zen y donde ambos tocan una zona común que es lo inconciente colectivo y donde entienden que el yo impide su vivencia. En tiempos en que la técnica ha cosificado y alienado al hombre estas dos posturas señalan a una oportunidad de hacerse con una fluencia que en definitiva es la vida con sus significaciones y sus posibilidades.


Bion, W.: Atención e interpretación. Bs. As.: Paidós, 1974.
Herrigel, E.: Zen en el arte del tiro con arco. Buenos Aires: Kier, 2006.
Suzuki, D. y Fromm, E.: Budismo zen y psicoanálisis. Méjico: FCE, 1992.
Suzuki, D.: Essays on zen buddhism. First Series. N.Y.: 1961.
Suzuki, D.: Introducción al budismo zen. Buenos Aires: Kier, 2004

Jorge Wiurnos.