lunes, 25 de octubre de 2010

El dios-iniciador de los varones: el fuego.



¿Por qué moderas el fuego de mi alma,
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí que solo puedo vivir en el combate?

La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que nos inflama.
El sublime genio que nos llegó del Éter
no nació para el yugo.

Hölderlin.




La fascinación del hombre por el fuego conforma sus orígenes ya que es generador principal de la cultura humana. Temor, éxtasis, ira, erotismo, son solo algunos de los aspectos que muestra cuando se lo interroga. Fuerza elemental del exterior pero también interna, del espíritu, y en que tal vez, ambos sean la expresión de una misma realidad unitaria.
Templado se convierte en lo que cocina a los alimentos, protege de las heladas y del frío, ilumina la nocturnidad. Pero también es quien desvasta con sus incendios o inflama la cólera de la destrucción. Así por sus cualidades contradictorias aparece como un factor constitutivo del psiquismo humano y especialmente de todo aquello que no es voluntariamente controlado y decidido. Es la luz de la conciencia que ilumina al yo, pero a su vez portador de fuerzas peligrosas.
Sus cualidades hacen a la vida, al desarrollo y a la curación, a la vez que a la muerte y hasta a lo demoníaco. Por ello es que se torna necesario ver más allá de estas facetas aisladas una de la otra, ya que de lo contrario no se puede comprender al movimiento de los ritmos de los hombres y del universo.
Diversas tradiciones han expresado esta idea a través del simbolismo de las diferentes manifestaciones del arte como la danza y que desde el Shiva hindú, pasando por el misterioso Dionisos y más cerca de nosotros, el dios bailarín de Nietzsche, han intentado captar algunos de los fundamentos del devenir. El baile, el fuego, el erotismo, la transformación y el cambio, toman forma en esa danza cósmica y que los diferentes símbolos intentan expresar.
Momentos de actividad, de inspiración en que pareciera que un dios nos habita y nos mueve, cuerpos que son atravesados por los ardores de la pasión erótica, ritos de pasaje de un momento existencial a otro y que, por lo tanto, se los vivencia como un morir y un renacer. Dolor y placer supremos que desde siempre el arte ha puesto en evidencia. Lo más espiritual pero lo más terrenal e inclusive infernal, pareciendo que se enlazan para hacer conocer los más distintos planos y aspectos del existir.
Dardo penetrante que inflama las más profundas aguas del alma en la pasión del éxtasis. Rayo que ilumina los gérmenes de lo creativo, lo que transforma lo crudo y lo hace humano, palabra que enciende o que eleva el pensamiento a la contemplación de la Verdad, pero también de la mentira.
Espíritu, aunque nunca desencarnado, flecha que atraviesa el cuerpo que brilla de rojiza amarillez en el abrazo fusionante. Puño que se eleva ante el rostro del malvado, pero donde se hace inteligencia de manipulación instrumental y rigidez en el enmascarmiento.
El yo y la conciencia se nutren de él aunque lo temen, huyen y lo niegan . Siempre retorna en los dolores del cuerpo y del alma haciéndose síntoma, ofreciéndose para preparar el difícil tránsito hacia el ser que cada uno es.
Encuentro con el sufrimiento que provoca, y saber que la transformación solamente ocurre en los hombres cuando se encara con esas fuerzas de dificultad. Formas que transitan por lo corporal y por lo psicológico, estructuras arquetípicas que se expresan y manifiestan en sus conductas, sentimientos y deseos y que hacen el encuentro con lo universal y lo cósmico.
Fuego que quema lo superfluo, como el dios Shiva y que como señor del crematorio purifica al yo de sus apegos y posesiones ilusorias y narcisistas. Danza que con su ritmo establece el movimiento que gira en el punto inmóvil y que enciende de deseo lujuriante a todos los seres. Pasaje ritual del dolor y de la transformación; de muerte y de renacer.
Ideas que nos asaltan, impetuosas y que nos fecundan, nos dan vida y ganas. Peligro de acercarse a esa llama que consume, pero que también nos conduce a los abismos del éxtasis del espíritu. Luz que abre la oscuridad del deseante cuerpo que te aprisiona con sus piernas y en colores de aroma naranja. Ciclo que emerge, palabra sonora y firme, meditativa, reflexiva, que estalla en el orgasmo. Hacha del dios araucano Pillán que se expande en mil sonoridades creando el universo. Soberbia sin límites de la confragación del egoísmo.
Así es que el fuego no solo hace a un elemento, sino que es imagen interna, psicológica, simbólica, y que constituye desde sus fundamentos a los hombres pero en especial al varón. Impetuosidad, logro, superación de la inconciencia nocturna, alturas del pensamiento y del desear, desobediencia, pero sin olvidar lo destructivo de la palabra hiriente y maligna. Ellos son aspectos de una realidad psicológica en sus múltiples facetas, paradójicas y ambiguas y que ponen en marcha el proceso de llegar a ser sí mismo.
Camino difícil y con múltiples obstáculos, de dolor, de angustias y por esto de transformación y renovación de la vida que no tolera lo rígido ni las detenciones temerosas a la vera del camino. Impulso que lleva la barca hacia la otra orilla del destino. Así quien se acerque al fuego comenzará a padecer problemas y ese es justamente el don mayor que otorga a los hombres.

martes, 12 de octubre de 2010

Pensamientos acerca de "La vírgen de las rocas".

Leonardo da Vinci: La virgen de las rocas, (1483-1493). Louvre, 198 cms. x 123 cms.



Las grandes obras de arte tienen la misteriosa propiedad de introducirnos a un espacio que es propio de lo numinoso y que es un extraño poder que se trasunta por medio del artista. La virgen de las rocas es una de las más bellas pinturas de Leonardo, comenzando su ejecución en el año de 1483 a partir de un contrato que firma con la Cofradía de la Concepción, en Milán, y entregándola en 1493. Es una de sus obras más misteriosas y se manifiesta como lugar de lo prístino, de símbolos que evocan la suavidad de la femineidad como la cueva, las rocas, la vegetación, en un ambiente de naturaleza animada. Claroscuros, penumbras y silencio, la pintura nos conduce a un espacio que es interior, al alma.
Fluencia perenne de la vida, pero transida de espíritu, y en este caso femenino; cueva de dioses paganos en donde el rostro del arcángel Uriel es semejante al que pintará posteriormente en el San Juan Bautista y que no deja de tener reminiscencias con el dios Baco.
Arquetipo de la Madre Divina que produce toda la floración. Cueva de la iniciación en donde los misterios que son singulares de la mujer son los rectores y que se expresan plásticamente en una tela, pero también se los encuentra y descubre en el interior del alma de los hombres, en lo hondo de su psique.
Desde lo profundo abarca todo un ámbito de experiencia y vivencia de lo femenino y donde ya no se refiere a lo elemental y pulsional, sino que adquiere las expresiones de la Sabiduría, de la Sophia, que no emerge por el trabajo intelectual conciente y metódico sino desde lo corporal, de lo imaginario y de la participación amorosa.
Femineidad de lo que principia y de lo que termina, que engendra a lo que nace y a lo que muere, sol naciente y sol poniente y que están en su corporeidad. Expresiones a partir de los niños San Juan Bautista y Jesús, pero asimismo del arcángel que
adquiere rasgos andróginos, siendo una cualidad de lo materno que abarca los diferentes opuestos.
Allí se penetra durante el soñar, desde donde surgen las visiones y los símbolos y en la extrañeza del pensar vigil. Continente para la renovación y la transformación, útero alquímico que disuelve pero que gesta nuevas formas a lo gastado.
Transito de quien siente caer sobre su cuerpo las palabras de la poesía en la inspiración; colores y sonidos que se tornan vivientes y electrificados por su sensorialidad aromática. Penumbra de lo que se va produciendo en un tiempo originario. Reconfiguración de los sentidos en la existencia significativa y en donde se pierden las urgencias del afuera amoroso y atrapante, para hallar ahí la fuente desde donde mana lo vital de tibieza lujuriante, embriagante de imágenes de onirismo transfigurador.
Distancia de lo más cercano, anhelo de lo que se reencuentra pero solo en el símbolo que toma forma desde la virgen. Cuerpos que renacen de otro cuerpo pero de luna, que brilla en ritmos de un aparecer y un desaparecer. Aunque para tener la posibilidad de aproximarnos a esa cueva, es preciso que se conviertan en experiencias sus manifestaciones, es decir en aquello que hace a los sueños, las fantasías y el calor del amor. El pensar lógico-instrumental aleja y hasta reprime ese lugar de diferencia.
Saberes del corazón, de esos que la razón no entiende. Origen del alma y que algunos llaman de la psyjé, cueva que está maravillosamente animada por figuras y presencias de misterio, pero también por lo femenino oscuro ligado al morir y a lo peligroso y que Leonardo lo representa a través de la mano izquierda de la virgen sobre la
cabeza del niño Jesús, y que tiene forma de garra. Hecho que recuerda la memoria del pintor cuando penetra durante su juventud en una cueva y ante el espectáculo de fósiles y formas misteriosas, no deja de maravillarse con profundos sentimientos de deseo y temor.
Vida y muerte, ascenso y descenso, son los movimientos de ese fluir de la naturaleza y que el artista decía que estaba transido por el espíritu, y en donde cuestiona un pensar ligado a lo masculino-patriarcal en que lo discursivo-lógico se convierte en criterio de verdad. En esa cueva se es y se está.

jueves, 7 de octubre de 2010

La fuente que mana: la inspiración.


Jean Auguste Ingres: La fuente (1856). Óleo sobre lienzo, 163 cms x 80 cms.


Agua que de una fuente brota de sustanciosa delicia, que refresca y rejuvenece como vida en su fluencia pero también como imágenes que desde su sensorialidad son la ocasión para experienciarlas con regocijo sensual. Materia extraña llena del espíritu del Eros que disuelve y recompone, que gesta pero que ahoga.
Símbolos que hacen que las circunstancias del mundo exterior, el de las leyes, comiencen a adquirir
significación cuando son el soporte de procesos simbólicos, llevando al territorio de la leyenda. Ahí es donde se da una conjunción entre lo externo y lo interno y en donde cada uno se necesita como complemento.
La fuente plasma una singular vivencia en que el agua
surgente es el símbolo a una experiencia que hace a todo un universo en vinculación con lo erótico, con lo femenino profundo. La pintura de Ingres que arriba presentamos pone de manera llamativa a la mujer y al cántaro como equivalentes con sus curvas, sinuosidades y ritmos. Imagen arcaica que puede seguirse hasta antiguas culturas tales como la egipcia, en donde la diosa Isis era representada como un cántaro o en las del México antiguo de manera similar.
Agua, mujer, fuente, pero también luna que quizá sea la que
contextualiza todo un ámbito que expresa lo femenino arquetípico. Manifestaciones que vivifican y que, como la fuente en su fluir, emergen sin el control conciente del yo. Son fragmentos de imágenes y sensaciones, son extrañas y se sienten en el cuerpo. Rompen con la lógica discursiva, fascinan y señalan a un espacio distinto del de la vida vigil.
En el simbolismo religioso la fuente sirvió para intentar acercarse a lo divino y a lo que se abre paso a través de visiones e imágenes. Se la entiende como
otra forma de sabiduría, ligada a lo lunar y con modos de funcionamiento diferente al del logos solar.
En las mujeres constituye el principio del
Eros, en los varones el ánima, que hace al soporte, al medio para que la conciencia perciba las imágenes y símbolos de lo inconciente. Puente y conducto de la fluencia arquetípica y que solo a través de ella es posible tener conciencia del mundo imaginal, ya que ella misma es imagen. Apertura a un mundo que se vivencia a través de ella. Inspiración pero cargada de corporeidad y que su brillo solo se percibe por la presencia de alguna mujer.
Saber sin saber, que se hace experiencia interior, mundo de símbolos y de imágenes, de intensidad en la intimidad de sonidos y colores, de aquello de lo que ya no se podrá dejar de oír en las visiones.
Agua que fertiliza la existencia, fuente de
juvencia por la que se inicia la travesía y la aventura, que se halla en el centro del paraíso o del alma o en algún lugar. Sabiduría del corazón que te baña y te disuelve en miles de goces floridos. La siempre esperada y siempre retornada, la que habla en los sueños y en el éxtasis del amor. La que, si la escuchas, vierte sus ánforas rebosantes de un líquido mortal-inmortal en tus sequedades.
Por esto es que el arte es un medio
privilegiado para dar forma a esas imágenes que nos ponen en contacto con lo arquetípico femenino, siendo la posibilidad para acercarse a eso primordial que da sentido y profundidad a la existencia. Tarea del artista es la de poder llegar al inicio y al fin.