martes, 30 de agosto de 2011

La corporeidad de lo femenino como matriz del soñar.

La dama durmiente, Hal Saflieni (Malta).


Uno de los aspectos que más llama la atención en esa bellísimia escultura, que es la Dama Durmiente (Malta), es la acentuación de su corporeidad, faceta que destaca su ser de lo femenino. Asimismo resalta en lo que hace a la mujer en su dormir onírico y con especial referencia al cuerpo femenino como lo que contiene, como espacio íntimo, lo oscuro, la interioridad. Lugar de imágenes y símbolos desde donde emergen los sueños, las visiones, lo imaginario.Ámbito de lo pulsional y por ello de una vida autónoma respecto de la conciencia.
Es interesante referir, y aquí es donde debemos hacer mención a los antiguos ritos de incubación donde una mujer dormía en el interior del templo para que a través de sus sueños, que tenían un carácter oracular, el dios pudiera expresarse sobre aquellas situaciones vitales que interrogaban a los hombres que iban a consultar. Pero no es azaroso que quien estaba soñando fuera una mujer y que así a través de lo onírico se aportaba un punto de vista que era distinto del de un pensamiento lógico-instrumental y por lo tanto masculino.
Por esto es que el soñar de esas diosas o sacerdotisas que descendían al hipogeo, al vientre de la tierra o de lo inconciente, en esos recientos de Malta y a pesar de que pareciera establecer una lejanía con nuestros actuales tiempos de sobremodernidad, pueden permitirnos pensar y poner en cuestión a los parámetros de la contemporaneidad, y en especial a algunos de sus síntomas como los que hacen a la ruptura con la memoria colectiva, pero también con la de los sujetos con su historia vital y con la falta de estructuras mediatizadas por lo simbólico, que dan la oportunidad de transformar lo pulsional, de acceder al deseo y al proyecto; de pérdida de ritos de pasaje que conectan con la tradición de los ancestros; autorreferencia que por medio de la tecnolatría lleva a una ilusión de un autoengendramiento, desconectándose de la cadena de los saberes preexistentes; presencia de una temporalidad que caracteriza a una inmediatez de vértigo.
Así es que la Dama Durmiente, no solo expresa una actividad que se llevaba a cabo hace miles de años, sino que muestra la posibilidad de acercarse a un universo de lo femenino arquetípico que gesta y alumbra a lo que se abre con sentidos en proximidades de lo originario. Donde esa mujer que sueña se expresa lo que les sucede los hombres cuando se confrontan con la dimensión de lo erótico, en que pasan a ser soñados y en donde esos sueños se "ubican" en la persona amada, sin sospechar que las imágenes que los fascinan y atrapan están en su interioridad y que son producidos por su "dama durmiente". Símbolización de una experiencia que abre a nuevos ámbitos de percepción y de subjetivización.
Lo inconciente se manifiesta de manera simbólica por medio de los sueños y con un modo y leyes que son diferentes de las de la vida vigil. Por ello es que se da una discontinuidad con esta y en donde comienza a adquirir forma lo que se va gestando, desde la mediación de una espera que supone una escucha de lo que se oye a través de eso que habla, que voca.
Cambio, transformación de patrones que constituyen la vida diurna, poniendo en cuestión las imágenes de un yo unificado y ficcional y a través de las visiones, imágenes y síntomas.
Ahora bien, hay que señalar que la sola aparición de toda esta fenomenología no es suficiente para una transformación psicológica, sino que es imprescindible extraer su sentido a través de la reflexión del pensar. Por ello es que en los templos de Malta, la sacerdotisa soñaba, pero en un segundo tiempo un sacerdote le daba una forma poética y hasta casi una interpretación. Expresión de un logos que aporta una estructura a lo onírico, tan cerca de lo informe y que abre a la actividad de un nuevo arquetipo que Jung denomina del sentido o del espíritu.
Asimismo, establecían una relación entre lo femenino y lo masculino en una búsqueda de armonización entre aspectos contrastantes no solo socialmente, sino en lo que constituye a la personalidad de los sujetos. Pensar meditativo o poetizante, como lo llamaba Heidegger, de una recuperación de lo originario, de aquello que cuestiona lo objetivante y alienante del pensar técnico-instrumental.
Así es que la escultura de la Dama Durmiente nos incita a prestar atención a las manifestaciones de lo inconciente, a permitir que se abra un espacio de imágenes y que en el varón se corresponde a lo que en psicología analítica se le da el nombre de anima. Escucha de voces y percepción de imágenes que se confrontan con el yo conciente y que posibilitan el surgimiento de un nuevo centro de la personalidad, el sí mismo.
Los antiguos mitos, cultos y rituales son la manera de expresión de esas profundas fuerzas dinámicas de la psique y que inducen a la captación de un sentido a través de una hermenéutica, descentrando a un yo que se aliena en una diversidad de máscaras narcisistas
Así es que, pensamos, que el psicoanálisis restaura ese ámbito que pareciera verse obligado a ser reprimido por una sobremodernidad que se impone cosificantemente y desarraigando a los hombres de sus orígenes. Heidegger, retomando a Holderlin, decía que los dioses se habían distanciado, alejado de los hombres, por esto es que la discusión con todo ese universo de símbolos que suponen los sueños, abre a un reencuentro con lo significativo del vivir, con lo que se gesta y desarrolla hacia lo nuevo y transformador.

martes, 2 de agosto de 2011

La desestructuración del yo en el retrato de Francis Bacon.


Francis Bacon: Autorretrato (1973). Óleo sobre tela, 198 x 147.5.



Actualidad de una temporalidad que hace culto a la imagen del cuerpo, aunque no al cuerpo, al cual se lo teme, reniega, disocia. Representación que es puesta en cuestión por las pinturas de Francis Bacon (1909-1991) que pretende revelar aquellas facetas que son ocultadas por esa ilusión.
Sus retratos expresan y ponen en evidencia, la autonomía, la no estabilidad de lo corporal; su ruptura con los convencionalismos de las miradas que pretenden una totalidad unificada del cuerpo-yo, cuestionamientos de los trayectos de miradas de lo acostumbrado.
Figuras mutiladas, rayadas, descompuestas y a las que se convierte en enigma para la búsqueda que hace a lo esencial del retrato. Manifestación de todo un ámbito de la falta de forma pero también como posibilidad de lo vital, de lo germinal. Ruptura de los cánones totalitarios de los mandatos de la corporalidad, para abrir a la emergencia de lo inconciente arquetípico, a lo sombrío, lo patologizado del hombre y que se expresan en los síntomas, los sueños, lo fallido, el arte. Oportunidad de confrontación con esos contenidos dinámicos que inician un discurrir que caracteriza al proceso de individuación, del llegar a ser quien se es, más allá de los maquillajes y máscaras narcisistas.
Los retratos de Bacon ponen al hombre frente a lo extraño, lo débil, pero que no responde a lo que se quiere, que me descentra y abre a una zona de percepción de contenidos arquetípicos que desconozco pero que me conforman como mi fundamento. Aparece lo que no pretendo ser pero que se muestra en su dinámica; imágenes sombrías que cambian y le dan un carácter de extrañeza a la representación narcisista del yo que se endurece en su autosuficiencia.
Es cómico recordar que la ex primer ministro de Gran Bretaña execrara (sic) a Francis Bacon pero no asombra ya que pone en evidencia otro territorio muy distinto de esas pinturas que exaltan la omnipotencia, como el retrato de Enrique VIII que realizara
genialmente Hans Holbein (1497-1543). Figura aquella imponente, de fuerza y virilidad que anuncia el comienzo del imperio británico, del sojuzgamiento de otros pueblos militar y comercialmente, pero también de lo femenino, de la mujer-objeto-cosa. Metáfora esta de lo imaginal, de lo cálido, lo intuitivo, lo inconciente que pretende ser sojuzgado y hasta asesinado, y solo reconocido como vientre instrumental para perpetuar la ficción megalómana del yo.
Bacon cuestiona, fragmenta, le da una expresión a lo desvalorizado, a aquello oscuro que hace de límite muy impreciso entre el hombre y el animal. Cuerpo que ya no responde a esa imago unitaria y que molesta e incomoda, destruyendo las ficciones de lo que uno cree ser.
El arte, compensa, da una forma a lo reprimido por la cultura de un tiempo histórico|y por ello es que las obras de Bacon se muestran como un síntoma de todo lo que las máscaras del yo expulsa. Tiempos actuales de sobremodernidad, de hipertecnologización, donde se niega y hasta reniega el transcurrir del tiempo, para intentar afincarse en un presente de juventud eterna o de fábrica de prótesis identificatorias que buscan evitar lo oscuro, lo extraño, la muerte, la vejez.
El artista conforma a este universo que puede constituirse como inicio de un diálogo con lo inconciente del hombre, con el sí mismo, a diferencia de las representaciones como la pintura de Holbein que señalan una aspiración peligrosa y alienante de cada uno de nosotros y que aspira a una unidad totalitaria y que desconoce la singularidad, lo subjetivo.
Pensamos y reiteramos, que Bacon pone su pintura como síntoma y que muestra que las raíces del hombre tocan la materia informe, lo animal y hasta lo mineral, el mal y lo tullido. Ruptura de maya, de la ilusión de un yo que se pretende saber quien es, mundo de la imagen de cuerpos alienados y sin sustento.