lunes, 30 de agosto de 2010

Lo imaginario como femenino en tres pinturas de Henri Rousseau.

Henri Rousseau: El sueño (1910). Óleo sobre lienzo, 204,5 x 299 cms.






La imaginación, el ensueño, lo fantástico, son cualidades significativas de las pinturas del artista Henri Rousseau (1844-1910). Destaca un universo que rompe con las estructuras estéticas de la época, circunstancia que hizo que fuera calificado de infantil. Aunque esto no dejó de carecer de razón ya que nos acerca a un mundo que pertenece a los orígenes, a lo espontáneo y lo irracional. Rousseau nos lleva a la presencia de lo primitivo y que es de lo arquetípico con sus expresiones simbólicas, de las imágenes que generan lo visionario y lo onírico.
Por ello es que la figura femenina en sus obras adquiere una importancia fundamental, ya que se constituye como el medio para la recepción de lo imaginario y como un puente que conecta la conciencia con lo inconciente, es decir con la interioridad. A esta última en la psicología analítica se le da el nombre de ánima y conforma a las cualidades femeninas en el psiquismo del varón. Es la que inspira, da la ocurrencia, se presenta en la sensorialidad y que no es controlable por el yo, ya que hace a lo espontáneo, lo emocional, lo pulsional, la materia, la fantasía.
Ella es quien protagoniza tres de las pinturas de Rousseau:
Gitana dormida (1897), La encantadora de serpientes (1907), El sueño (1910) y que nos permitirán aproximarnos a un ámbito que no se encuadra en las lógicas de la razón instrumental.
En la primera de ellas,
Gitana dormida, se ve a una joven gitana morena que está durmiendo y a su lado una mandolina. Mientras tanto un león la observa bajo una luna llena que ilumina la noche. Su vestido con líneas onduladas semeja las ondas del agua, al igual que su cabello.
Pero la mujer es oscura, gitana y seguramente adivina y que se ocupa de "las cosas de la noche", de lo inconciente. Así es que puede pensarse que la escena de la pintura es el sueño de la gitana en un espacio onírico donde proyecta las imágenes que van emergiendo. Y tal como antes dijimos, una de las funciones del ánima es la de operar como puente entre la conciencia y lo inconciente arquetípico con todas sus cualidades de intuitiva, emocional e irracional.
La luna reluce con intensidad acentuando el matiz de lo femenino-receptivo invitando a la meditación sin urgencias. La pintura recuerda las representaciones escultóricas que se encuentran en la isla de Malta y que hacen a la Gran Diosa. Se ubican en cuevas subterráneas y están durmiendo recordando a los antiguos ritos de incubación. Ellas expresan el ingreso a un universo de lo inconciente, de lo oscuro, de lo onírico, de los ancestros.
Asimismo la presencia de la mandolina remite a lo musical y que expresa la armonización de los contrarios, en donde el león, animal masculino, solar y vertical, está junto a la gitana acostada horizontalmente, lunar, femenina. Pintor león que se encuentra con su ánima, es decir con lo intuitivo, irracional y sensorial en un proceso de integración mutua donde lo erótico no se halla ausente.
Pero ese universo salvaje, de lo inconciente, es diferente del que rige lo alienante-instrumental- racional y que se presenta en una interacción dialéctica modulando lo pulsional, y que se halla representada en
La encantadora de serpientes. Ahí se observa a una mujer que a través de su música encanta a una serpiente que pende de un árbol. Quizá una nueva Eva que como lo imaginario, armoniza lo pulsional inconciente en la forma de la serpiente y en ese espacio selvático lujuriante.

En su última pintura, El sueño (1910), se ve a una mujer desnuda recostada en un canapé, y en donde su sueño se proyecta en las personificaciones que hacen a las figuras de un león, un leopardo, un encantador de serpientes, los más distintos tipos de pájaros en una vegetación lujuriante. Quien está soñando era Yadwigha, una antigua novia del pintor que aparece como una manifestación del ánima que lleva toda la interioridad del varón.


Se le da una forma estética a eso que sueña y que representa simbólicamente las imágenes arquetípicas de lo inconciente colectivo. Y entre ellas hay que resaltar las personificaciones del león y del encantador de serpientes, en donde resurgen y que a la vez son la expresión de lo arcaico y animal del hombre, de lo irracional, pero también de la modulación de esas energías que no se encuadran en un esquema de lo lógico y de lo racional. Y nuevamente la música se constituye como el factor de armonización de las tensiones contrapuestas, de lo masculino y lo femenino, de lo pulsional e irracional en una integración en la conciencia. Ahí se penetra en lo oscuro y fangoso alejado de las leyes que rigen el pensamiento de la vigilia y en donde se descubren y se toma contacto con lo simbólico arquetípico que hace a los fundamentos en los que enraiza el hombre.





Así es que la obra de Rousseau trae en un momento histórico, un universo que responde a la interioridad y tuvo su coincidencia histórica con diferentes expresiones del pensar y del arte, tales como el psicoanálisis o las escuelas como la simbolista, el primitivismo o la incorporación de las artes de África, América o de Asia. Hay una revalorización de lo infantil, de lo primitivo ante lo tecnológico, la automatización y la masificación alienante, en una recuperación de todo lo que hace a las raíces y a su suelo nutricio, que son la materia y la mujer.




























































jueves, 19 de agosto de 2010

Lo inconciente arquetípico en una pintura de Henri Rousseau.

Henri Rousseau: Hombre negro atacado por un leopardo (1910). Óleo sobre tela, 114 x 162.



Los momentos históricos-sociales pretenden conformar un conjunto de ideas, valores, costumbres, por las cuales intentarán captar la conciencia de los hombres a fin de obtener su consentimiento para legitimar las políticas que los caracterizan. Así en la Europa de fines del siglo XIX y comienzos del XX, el capitalismo a través de las grandes potencias imperialistas como Francia, se expande mundialmente para controlar mercados y recursos indispensables para su multiplicación. La agresividad hacia la naturaleza, hacia las llamadas "culturas primitivas", tiende a desarraigar a los hombres de sus fundamentos intuitivos, irracionales e imaginativos. La tecnología y la automatización se van intercalando en cada espacio de lo social.
Pero el arte, en tanto sea profundo y vital, va a reaccionar con una serie de producciones a esos estados que llevan a la insatisfacción. Diferentes corrientes otorgan nuevas energías a los artistas de la época, recuperando las grandes obras del arte africano, asiático, precolombino o del folclore, desestructurando los fundamentos académicos que se imponían desde el renacimiento. Así el primitivismo hace a uno de sus más importantes aportes y aquí es donde nos referiremos a uno de sus iniciadores, el pintor Henri Rousseau (1844-1910). De este artista que fuera rechazado y escarnecido, que solo al final de su vida alcanzó un reconocimiento, intentaremos hacer algunas interpretaciones de una de sus últimas obras.
Antes hay que mencionar que el pintor que nos ocupa nace el 20 de mayo de 1844 en el pueblo de Laval, Francia. Cuando tenía más de treinta años comienza a pintar de manera autodidacta. De variados intereses, ejecutaba varios instrumentos musicales, llegando a componer algunas piezas y dando clases, pero también escribió varias obras para teatro. Su consagración debió esperar hasta el año 1908 cuando Pablo Picasso lo celebra con un banquete luego de haberle comprado una cuadro.
Pero para no extendernos, pretendemos centrarnos en una de sus pinturas la que se la llama: Hombre negro siendo atacado por un leopardo en la selva. Su factura es del año 1910 y es una de las veintiséis versiones que realiza sobre la temática donde aparece lo selvático. Ahí se percibe en un medio de lujuriosa vegetación a un leopardo y a un hombre negro luchando entre dos árboles y entre grandes flores amarillas y violetas, mientras asoma en un cielo celeste un intenso sol rojo.
En primer lugar hay que señalar que lo que se destaca es el ambiente de onirismo de la imagen, correspondiendo a una cualidad de gran sensibilidad sensorial de Rousseau y que sentía con una gran experiencia de realidad aquello que imaginaba. Por ello es que adquiere un matiz propio de los sueños y así conduciéndonos a una zona diferente de la conciencia de la vigilia cotidiana y que es singular de las manifestaciones de lo inconciente arquetípico. Pareciera que la obra se enmarca contra lo racional-instrumental, para acceder a lo imaginativo-fantástico que posee sus propias y singulares leyes.
Su gran vivacidad recupera un mundo animal-vegetal-mineral no del todo diferenciado. El artista da forma a eso que falta o es insuficiente en la actitud conciente, que tan moldeada está por lo social y presentándose con una organicidad y fuerza que despierta intensamente nuestra percepción. Un mundo distinto, primitivo, salvaje, cruel, va tomando forma.
Lo inconciente detenta una actividad compensatoria de las varias y rígidas máscaras yoicas que tanto individual como socialmente nos encubrimos. El auge de lo tecnológico, de la racionalización en todos los ámbitos de la cultura o la masificación, generan reacciones que van desde la creación del psicoanálisis hasta el primitivismo artístico, en donde aparecen contenidos, personajes y escenarios que son característicos de lo inconciente. El cuadro se convierte en un paisaje psíquico, y así adentrándonos en el mismo, una figura negra lucha contra un leopardo. Desde la psicología analítica es posible interpretar al personaje negro como todo aquello que hace a lo espontáneo, lo natural, lo salvaje, lo pulsional que la cultura va reprimiendo y al que se le puede dar el nombre arquetípico de sombra. Representa a lo que hace al cuerpo, a la tierra y a lo nocturno, lo sexual, los ancestros, muy distante de los modos de funcionamiento del pensamiento vigil o diurno. Recuerda los arcaicos antepasados cuando se internaban en la selva o en los bosques para cazar y donde el hombre y el animal tenían relación de comunidad sacrificial.
Ser oscuro dormido en lo inconciente, o como dirían los alquimistas en la profundidad de la materia, y que cuando sale a la luz asusta. Pero justamente por hallarse en las raíces, en los fundamentos, es que posee un carácter vital y paradójico y que en la medida en que pueda ser integrado señala nuevos rumbos de desarrollo psicológico. Es la ferocidad, lo sagrado material del cuerpo, lo que obsesiona, llama, inquiere cuando la conciencia se desarraiga. Es quien está presente en los síntomas, en los sueños, en la tela de los artistas, es lo abisal, lo pulsional. También en la alquimia el negro representaba a la materia inicial, caótica, la prima materia desde donde dará inicio la obra de transformación. Situación semejante hace al leopardo que ataca y que simboliza lo animal, lo cruel, lo hostil y peligroso, lo que deberá ser tenido en cuenta y concientizado, ampliando las dimensiones de la personalidad.
Asimismo no puede dejar de señalarse al sol rojo que asoma sobre la vegetación y entre los árboles y en donde se destaca la intensidad del color. Lo redondo es un símbolo de la totalidad del hombre, de lo que en la psicología analítica se llama sí-mismo y que es lo que integra y unifica las distintas oposiciones del la psíque en una estructura dinámica y de significado, en donde el yo es un instrumento para su realización conciente en la vida de los hombres.
Por ello es que el sol se encuentra sobre los personajes que se traban en lucha, pudiéndose interpretar como la posibilidad de asimilación e integración de los contenidos que representan el hombre y el leopardo y que en principio son antagónicos. Además la construcción de la pintura destaca la forma en cruz, con los árboles a los costados, mientras el sol y los combatientes están en el centro y una línea horizontal de flores gigantes amarillas y violetas los cruza, situación que indicaría la tendencia a establecer un orden mandálico de las diferentes y opuestas fuerzas inconcientes, centrando aquello que podría llevar a la disociación o al desgarro. Confrontación que particulariza al proceso de individuación en donde la conciencia y lo inconciente establecen un intercambio dialéctico sin los conflictos que promueven lo psicopatológico. Por esto es que no se encuentran en la obra plástica signos de desarticulación a pesar de la energía de los complejos que aparecen personificados.
Así es que entonces pensamos que la pintura expresa un dinamismo que caracteriza al sí-mismo que va desplegando sus contenidos pero que a su vez los ordena. El artista expone lo sombrío, lo animal y hasta se podría decir que accede a un área semejante a las que describen las experiencias de tipo chamánico con sus símbolos y que son parte constitutiva de los humanos y por lo tanto arquetípicas. Henri Rousseau da forma a todo esto y lleva a la cultura las profundidades del hombre y que son temidas y reprimidas, en tanto la civilización destruye la naturaleza, tiende a crear estereotipos humanos según moldes que responden a las necesidades del mercado y en que la tecnología de la automatización tiñe no solo la personalidad sino los vínculos sociales en una vivencia de alienación.
Nuestro pintor expresa la posibilidad de pensar y recordar los fundamentos del hombre y la necesidad de entablar un diálogo fecundo con esas fuerzas e imágenes a fin de darles la oportundidad de una renovación vital. Tarea que no es sencilla ya que el temor y la angustia protegen a las máscaras narcisistas e idealizadas que sirven de encubrimiento y maquillaje. Retorno a una fuente que se halla en los sueños, en la imaginación, en el arte, y a los que hay que escuchar para que viertan sus símbolos en la existencia.



martes, 17 de agosto de 2010

Algunas notas sobre el proceso depresivo a través de tres cartas del Tarot de Marsella.

Carta nº XII, El Colgado. Tarot de Marsella.





La vida psíquica conlleva un discurrir permanente que tiende a la realización de lo que se es en su más íntima singularidad, siendo los símbolos los medios que hacen a la forma que adquiere la energía psíquica en sus diversas transformaciones.
En los trastornos
psicopatológicos este fluir pareciera detenerse, dificultando el desarrollo y la evolución. Diferentes causas han intervenido para para que el juego armónico de la dinámica libidinal pueda desplegarse hacia su realización. Aunque esto es solo en apariencia, ya que a pesar de los dolorosos conflictos, la actividad psíquica no se interrumpe, y es más, va a intentar a través de los sueños, síntomas, estados afectivos e imaginativos, compensar esas desarmonías.
Los procesos simbólicos hacen a los fundamentos del ser humano, expresándose en manifestaciones culturales que se han dado a través del tiempo. Una de ellas es un juego de naipes, el
Tarot de Marsella. Si bien se han dado elaboraciones históricas para conformar un pensamiento conciente y elaborado cercano al esoterismo, sus símbolos emergen de la misma fuente que las producciones de lo inconciente.
Por lo tanto presentaremos algunos breves planteamientos entre algunas de las manifestaciones que son propias de los estados depresivos y tres cartas del
Tarot, ya que creemos que pueden comprenderse como expresiones que de alguna manera describen experiencias similares.
Declaraciones tales como
bajón, bajoneado, estoy en un pozo, estoy down, no puedo salir, son algunos de los términos que comúnmente se usan para hacer una mención vivencial a emociones y sentimientos de tristeza y también depresivos.
Para acercarnos a esta temática iniciaremos nuestra indagación a través de la carta n°
XII, El colgado. Ahí se ve a un hombre que pende de una pierna y con la otra cruzada sobre ella, cabeza hacia abajo entre dos árboles y que tienen sus ramas podadas. La noción de tortura y caída le dan todo su realce a esta carta y en donde el personaje pareciera que fuera atraído por la fuerza de gravedad hacia abajo, al fondo, al abismo.
El sufrimiento de quien pierde sus máscaras
narcisistas cotidianas, aquellas que le daban una identidad aunque fuera ilusoria, hace a un momento de depresión y que desde la psicología analítica se denomina como de regresión e introversión de la libido. Las mitologías del mundo generalmente describen esto como de un descenso del sol en la oscuridad de la noche o en las aguas del mar.
El colgado se halla entre dos árboles que tienen cada uno doce ramas podadas, siendo esta una alusión al zodiaco y por ello a la aparición de diferentes momentos y etapas a transcurrir psicológicamente, y especialmente a todo lo que hace a la progresión y a la regresión, a la entrada en particulares situaciones, a los inicios, y a su salida o su finalización. El hombre se inscribe a partir del sacrificio del yo en algo mucho mayor que este y que es el sí-mismo como centro dinámico y vital de la personalidad que ahora comienza a desplegarse. El yo-voluntad empieza a abandonar sus referencias identificatorias, circunstancia que se vive como un momento de sufrimiento, circunstancia frecuente en las depresiones reactivas, especialmente cuando se dan situaciones que hacen a pérdidas de distinto tipo y donde actúan vivencias de pérdida de autoestima, sentimientos de devaluación y de inferioridad.
Así la carta
XII expresa un suceso que es conocido en trastornos psicopatológicos. Alguna formas de pensamiento de la india intentan comprender estas situaciones en todo aquello que señala a un sacrificio y que denominan Tapas, es decir un dejar o separarse de los lazos con el mundo, para llegar a un estado de introversión y desde ese fondo y desde esa matriz dar inicio a valores, actitudes y símbolos que reorienten la existencia. Solo pasando por este momento de padecer es posible reencauzar la vida y especialmente el intentar interrogarse acerca de las distintas imágenes o máscaras que conformaban el yo, tal vez sin sustento ni raíces profundas en los fundamentos del hombre.
El sacrificio da lugar a la creación de algo nuevo, aunque no es posible sustraerse al sufrir que esto acarrea. Por ello es que se hace necesario confrontarse con las formas que emergen de lo
inconciente ya que posibilitan una nueva dinámica psicológica. La caída se presenta como un catalizador para que se entable un diálogo con los símbolos arquetípicos que van apareciendo como portadores de sentido, señalando nuevos rumbos vitales.
En ese
fondo se vuelven a vivenciar las humillaciones, las verguenzas, los dolores por el abandono o por la violencia, pero a su vez la oportunidad de encontrar fuerzas psíquicas que no solo sanen y les den un sentido, sino también con lo que nunca se desarrolló y siempre estuvo en estado potencial. El yo deja de ser lo que era pero esto da lugar a que el sí-mismo empiece a desplegarse recentrando la personalidad.
Siguiendo el itinerario de las cartas del
Tarot es necesario hacer mención a la n° XIII, La muerte. Un esqueleto con un guadaña roja va cegando cuerpos y vegetales. Así La muerte corta lo que es superfluo, y que anteriormente hicimos mención como a la desestructuración de las máscaras que encubren al yo, a las pérdidas de las formas, y por esto, a situaciones de peligro ya que los procesos desintegrativos pueden dar lugar a una patología severa.
Pero este
desmembramiento permite una nueva identidad y el desencadenamiento de un proceso de cura. La depresión hace que la persona se sienta con deseos de morir o peor aún, que se está muriendo sin morir, pero en la medida en que se pueda entender esto como un proceso que a través de los sueños, las visiones, la terapéutica, será posible ir hallando en ese fondo o abismo oscuro las imágenes y símbolos que posibiliten una salida renovadora por medio de una metanoia.
La carta n°
XIV, La temperancia, es la que ahora toma la conducción de estos episodios evolutivos y sanadores. Ahí se observa a un ángel que tiene en sus manos dos jarras y un líquido que circula entre ellas, trasvasándose, y donde la gravedad pareciera pierde su eficacia ya que aquel parece ascender de la inferior a la superior. Y esto puede expresarse cuando comienzan a emerger las figuras arquetípicas -en este caso el ángel- y que señala a un estado donde se da un intercambio y conjunción de los opuestos. Así lo conciente y lo inconciente, el yo y la sombra, el bien y el mal, la necesidad de los otros con la necesidad de la soledad, lo masculino y lo femenino.
La caída en lo
inconciente activa estas imágenes permitiendo que el yo pueda ir asimilándolas, y que justamente por esto es que empieza a ser no solo yo sino que lo inconciente arquetípico se va enraizando y haciendo concreto en nuestras vidas.
El agua que es trasvasada hace al cambio, a lo lo que fluye y a lo que da vida. Desde el
hermetismo y la filosofía de la naturaleza se lo llama Mercurio y Jung en sus estudios lo denomina Sí-mismo. Los opuestos comienzan a establecer una conjunción, ya que no hay solo unilateralidad y esas máscaras que aprisionan la singular identidad. Las pérdidas, las caídas, las muertes, otorgan la posibilidad de un cambio pero solo en la medida en que se tomen concientemente en cuenta las maneras en que se expresan en la vida psicológica todo ese rico mundo simbólico.
El proceso
psicoterapéutico acerca a ese ángel que es superior a la voluntad del yo y que da inicio a lo que en principio había sido descartado y desechado ya que no encuadraba en la imagen que de sí se tenía. Esto fue puesto en duda por aquellas situaciones que mostraron las cartas XII y XIII, mientras que la XIV señala a un nuevo fluir que puede ser una ocasión para salir de ese pozo que es la depresión.
La dualidad integrada de una circulación entre el yo y el sí-mismo, de la inspiración, de un escuchar aquello que
voca y que susurra, aunque a veces da temor, y que hace al ángel de la carta XIV como el comienzo de la creación de un mundo interior más allá de las circunstancias ambientales y que parecieran que son muy importantes en la personalidad depresiva. La oportunidad de descubrir una subjetividad que de una seguridad para continuar el largo e interesante peregrinaje por la vida es lo que da lugar el proceso de individuación.

lunes, 9 de agosto de 2010

La última pintura de Antonio Berni como premonitoria de su muerte.

Antonio Berni: sin título. Óleo y acrílico sobre tela. 160 cms. x 200 cms.


Nada retiene su propia forma; pero la Naturaleza, la quiere renovadora, siempre hace formas a partir de formas. Puedes estar seguro que nada perece en todo el Universo; lo hace puro Vacío y renueva la forma.
Ovidio.


Las obras de arte poseen un lenguaje de imágenes que establecen la ocasión para el surgimiento de toda una serie de contenidos que se hallan enraizados en lo inconciente y que, por lo tanto, son diferentes de los procesos propios del pensamiento lógico discursivo y en donde comienzan a intervenir otras expresiones de la realidad, ocultadas por la conciencia vigil e instrumental.
Por ello es que pensamos que estas son las características que posee esta extraña obra que Antonio
Berni (1905 -1981) pinta en 1981 y que deja inconclusa en el caballete de su taller del barrio de Almagro a consecuencia de su muerte en el mes de octubre. Es un cuadro peculiar, tanto que los críticos de la obra del maestro rosarino no la encuadran dentro de estilo o período específico.
Esto nos lleva a considerar que tiene un simbolismo que señala a su futura muerte. Mientras
Berni estaba trabajando en ella, llama por teléfono muy angustiado a su modelo, Graciela Amor, una abogada de por entonces treinta y un años, y le dice: "Estaba pintando tu cuadro y he sabido que no lo voy a terminar, que me voy a morir primero". Su interlocutora intenta calmarlo pero fue en vano.
Unos días más tarde mientras comía en un
restaurante, y según la primera y oficial versión, se atraganta con un hueso de pollo falleciendo. Posteriormente se supo que lo que había comido era lomo y que ante la dificultad para poder tragar la carne, se le inserta una sonda que le ocasiona una hemorragia a consecuencia de una perforación. Es decir que muere por mala praxis médica.
Pero entonces, ¿cómo se relaciona el contenido de la pintura, su gran angustia, con todo estos sucesos? Para intentar dar una respuesta
comenzaremos a aproximarnos a la obra en cuestión.
Allí esta presenta a una mujer desnuda que está acostada en una playa y donde un avión vuela hacia una luna muy brillante, en un atardecer. La pintura resalta la dinámica entre símbolos que son femeninos, como la luna, el mar, la playa, el crepúsculo, la mujer y el avión resalta una manifiesta forma fálica, y por lo tanto masculina. Los primeros están en un estado de pasividad, quietos, mientras que el segundo se eleva y encamina hacia una muy brillante luna que se encuentra ubicada hacia la izquierda y en el oeste.
Para distintas mitologías la luna era la morada que albergaba a los muertos, donde sus almas eran acogidas. También el oeste poseía estas propiedades, ya que se lo sentía como el lugar donde
muere el sol. La izquierda es expresión de lo siniestro, de lo inconciente, de lo femenino que devora, según los aportes del psicoanálisis y también de los mitos. El alma del pintor como avión, y que en otros tiempos se hubiera representado como un ave, vuela hacia el sitio mortuorio.
Pero estos son solo una de las facetas de un muy extenso
simbolismo, y que como tal presenta contenidos que son paradójicos. Así la luna es una imagen de lo femenino que genera, de la posibilidad de resurrección, de lo que gesta, de lo que hace crecer. Es de recordar que su desaparición por tres días remite a la muerte del dios para luego retornar transformado, relato principal de la mitología sumeria referente a la diosa Inana o de la babilonia Ishtar, pero también del cristianismo. Por ello es que el avión-falo-ave-masculina y que al dirigirse hacia ella expresa por medio del simbolismo, una noción arquetípica y por lo tanto arcaica y de fundamento, que es la conjunción entre lo femenino y lo masculino. Diversas religiones, filosofías, mitologías, han dado elaboración a esta idea otorgándoles diferentes nombres tales como Hierogamia, matrimonio místico, bodas sagradas, yin y yang, materia y espíritu, coniunctio, pero que también se halla inscripta en las profundidades del psiquismo humano y que emerge en determinadas circunstancias. La penetración de lo masculino en lo femenino permite la reunificación de lo separado, estableciéndose como una vivencia numinosa. Esto es lo que le da ese halo al cuadro y que es peculiar cuando el yo pasa a formar parte de algo mayor y que en la psicología analítica se denomina sí-mismo. La luna es manifestación de un arquetipo muy importante en el varón, el anima, pero también son expresiones suyas y análogas, la mujer desnuda acostada en la playa y que pareciera haber sido fecundada para gestar una nueva vida. Asimismo la tranquilidad del mar señala a la matriz desde donde todo surge y tal como lo hace el inconciente colectivo.
Es decir, que aquí está expresándose un muy rico simbolismo que remite tanto a la vida como a la muerte y donde no es posible dejar de mencionar que en tradiciones como la
cábala el morir se lo entiende como una boda, donde se completa la vida, donde el inicio y el final se reencuentran en una unidad matrimonial.
La noción de
conjunción de los opuestos señala a la unificación de lo que estaba disociado y de una totalidad que es el sí-mismo. En estos momentos, y que antes calificamos como numinosos, es cuando pueden darse fenómenos como como los que, según nuestra consideración, vivió Berni y que se los puede llamar como sincrónicos.
El artista pinta una obra que posee imágenes propias del morir, pero lo llamativo es que al tiempo
efectivamente fallece y además por la acción de una mala praxis médica. Es decir, se manifiesta como premonitorio en donde se hace necesario descartar alguna idea inconciente de suicidio, ya que su muerte fue el producto de un error del médico que lo atendió. Pero entonces, ¿cómo pudo predecirla? ¿por qué se desplegó en ese momento a través de una imagen plástica y por qué no antes?
Tal vez pueda haber algún atisbo de explicación si se entiende que los fenómenos de la
sincronicidad se dan en momentos cruciales para las personas que los experimentan. Ahí las nociones de tiempo y espacio se relativizan y emergen imágenes y símbolos característicos a la situación, posibilitando enfrentarlos y poder asimilar psicológicamente la experiencia del morir. Se establece una interconexión entre la vivencia que expresa el cuadro y un suceso físico que se corresponde a su futura muerte y en donde ambos se unen por su significado. Hay un fantasma (visión) y un estado emocional que se vinculan acausalmente con un suceso que ocurrirá en un tiempo futuro.
Aquello que puede
categorizarse como de premonitorio es como si ocurriera en el presente y en donde lo exterior y lo interior dejan de estar separados. Pareciera que un significado interrelacionara la psíque y la materia, relativizando el espacio y el tiempo, ocurriendo en situaciones de crisis en la persona que las experiencia. Por esto el gran estado de angustia de Berni, cuando llama por teléfono a su modelo diciéndole que no va a poder terminar el cuadro porque sabe que se va a morir.
Pero lo interesante es, y como contraste con los momentos
angustiantes que se presentaron, lo que se expresa plásticamente en su pintura es una situación de intensa calma contemplativa. Así es que se puede comprender que sea esta una de las funciones principales de los símbolos ya que gracias a ellos los hombres pueden elaborar, asimilar e integrar las grandes conmociones de la existencia. Es de recordar que Ernst Cassirer postulaba una antropología que definía al hombre como animal simbólico.
Así la
premonición de su próximo morir, lleva a Berni y por medio de su obra, a aceptar su destino, su más singular camino, donde las vivencias de muerte están expresadas plásticamente, pero también las de un nuevo comienzo y hasta de gestación. Estas poderosas imágenes hacen al acerbo cultural y psíquico de la humanidad y donde a través de sus producciones filosóficas, religiosas, mitológicas, etc., se convierten en la ocasión para encarar los grandes enigmas y misterios de la existencia.