martes, 14 de diciembre de 2010

La circularidad mandálica en un autorretrato de Rembrandt.

Rembrandt: Autorretrato con dos círculos, 1661. Óleo sobre lienzo, 114 cms. x 94 cms.


Caminos en espiral, del transitar por situaciones y circunstancias que parecieran reencontrarse. Desmentida de lo lineal donde semeja un ir dejando cosas para arribar a una meta. La indagación de sí hace a un mirar y a un mirarse desde distintos lugares con asombro y extrañeza, pero siempre con un retorno a un punto de partida para reiniciar el viaje.
Lo circular, figura sagrada para las tradiciones de las más diferentes culturas; sacralidad de la forma en que Dios es una esfera donde su circunferencia no está en ninguna parte y su centro en todo, o como en la India donde lo laman mandala, círculo mágico, y que unifica los más diversos y hasta antagónicos estados del ser, macro y microcósmico. Círculos que aparecen en los sueños de los hombres de todos los tiempos y que se hacen portadores de integración psicológica.
Rembrandt hubo realizado más de noventa autorretratos pero hay uno que se vuelve extraño y es el que presentamos arriba. Ahí se lo ve al artista con sus pinceles y paleta entre dos círculos. Se muestra seguro en su porte y expresando maestría. Pero ¿por qué las dos circunferencias? Nuevamente aparecen los símbolos de la totalidad, de aquello que integra lo más peculiar de sí mismo, de la vocación y del destino encontrado y descubierto. Búsqueda de un centro, de la espontaneidad que hace al fluir de lo creativo, lo vacío y lo lleno y por ello es que el pintor hace de este género un medio extraordinario de indagación psicológica.
Pero Rembrandt, daba forma a lo que expresaba ese período de su tiempo, el barroco, y que se manifestaba en el juego dialéctico entre el día y la noche, la vida y la muerte, el movimiento sinuoso. Así en el autorretrato el artista se pinta entre dos circunferencias, iluminando la parte superior de su cuerpo y dejando en la sombra la inferior. Representación de los opuestos, de lo vertical y de lo horizontal, de lo contradictorio pero que se encuentra mediatizado por el hombre-artista que integra lo paradójico. Lo intelectual, espiritual, celeste y luminoso, se confronta con lo oscuro, material y sombrío. Pasado y tradición se reunifican con lo nuevo, el futuro y el cambio del discurrir sin término de los círculos.
Serenidad en el pintor que junto a sus instrumentos de trabajo plasma, hace único y concretiza esa totalidad de quien encuentra la realización de sí y de su singularización, rompiendo con lo convencional. Destino en cruz que no evita el sufrimiento, sino que se convierte en condición imprescindible para llegar a ser sí-mismo, y en donde ya no depende de una imagen narcisista a la cual defiende y se aferra, sino que se incorpora a algo superior que señala rumbos a seguir en tanto vocación.
Pero para ello es necesario tomar conciencia de su mismidad, de discutir y asimilar a los contenidos que se expresan a través del arte y que en el autorretrato el artista los representa por sus pinceles y paleta como la manera de darle forma a eso que voca y pugna por manifestarse.Lo individual y lo arquetípico establecen un diálogo en donde las oposiciones se integran en una totalidad que es expresada tanto por la circularidad como por lo oscuro y lo claro del cuadro.
Despliegue de cualidades y potencialidades en el misterio de la esfericidad que presentan una continuidad de principio y de fin, de aquel que se enraiza en lo profundo de la oscuridad y que desde allí asciende hacia la conciencia y el espíritu. Hombre que no se hace a partir de unilateralidades, sino que conforma, padece y asimila esos contenidos de lo inconciente.
Descubrimiento del Rostro Auténtico, al decir de los maestros zen, de aquello que ya no es necesario ocultar ni reprimir. Relación entre lo particular y lo general de quien transita por sus propios caminos, de quien ha dejado la voz de lo uniforme y de la costumbre y escucha lo que llama desde su interioridad.
Devenir que supone la conciencia, de un atenderse a sí mismo en la manera como el destino se presenta a cada cual. Es de recordar que Rembrandt no solo transitó por un captarse a sí mismo, sino que a partir del año 1642 rompe con los estilos aceptados de su época, convirtiéndose por ello, justamente, en Rembrandt, circunstancia esta que lo llevo al distanciamiento de sus pares y clientes.
El arte expresa y da forma a los problemas acuciantes de los hombres y especialmente a los característicos de la exploración de su mundo interior en conjunción con lo social y hasta con lo sagrado. Los círculos, símbolos arquetípicos de la totalidad, del sí-mismo, expresan dinamismos pictóricos que manifiestan el llegar a ser quien auténticamente se es.
La decisión le compete al hombre para dar forma a su singularidad, aunque no sin angustia, pero que a través del diálogo con ese universo simbólico que comienza a emerger en la conciencia y en una confrontación entre el yo y lo inconciente, permitiendo que se enraice, que tenga una base de sustentación para que cuando inicie su única y propia travesía a través del mar de lo desconocido, no destruyan ni hundan a aquello que comienza a gestarse, y si esta fuera la circunstancia, que resurja transformado y renovado.

jueves, 9 de diciembre de 2010

La dinámica del animus en la psicología femenina.

Gianlorenzo Bernini: El éxtasis de Santa Teresa. (1647-1651).



"Quiso el Señor viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí, hacia el lado izquierdo en forma corporal; lo que no suelo ver sino por maravilla. (...) Esta visión quiso el Señor la viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan. (...) Veíale en las manos un dardo de oro largo, y que al fin del hierro pareciera tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, que me llegaba hasta las entrañas. Al sacarle me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos; y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay que desear se me quite... Es un requiebro tan suave, que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien piensa que miento".


Santa Teresa de Jesús. Libro de su vida, cáp. 29.



Las diferentes maneras de expresarse de los contenidos del psiquismo, se van conformando por los procesos de una dinámica donde son representados por los más diversos pares de opuestos. Y en lo que hace a la mujer, aparece con fuerza de destino una imagen arquetípica autónoma e inconciente que ejerce efectos significativos sobre ella y al que se le da el nombre de animus.
Su confrontación e integración aspira a un ideal a alcanzar en el proceso de individuación, aunque no son pocas las dificultades que emergen. Cada mujer va desenvolviendo su historia en donde esa imagen masculina adquiere cualidades singulares, constituyendo su peculiar manera de entrar en relación con los varones y con ella misma.
El animus se reviste con características de autoridad, de acción y voluntad, de aspectos espirituales tanto positivos como negativos. Le es necesario un elemento de cierta conciencia y de saber, para así distanciarse de lo inmediato. Momento de la palabra, del sentido, del logos.
El animus abarca una infinita gama de potencialidades y que se realizarán según la biografía de cada mujer, en los vínculos que entabla con el sexo opuesto como en las diferentes esferas de su vida activa. Su posibilidad del ejercicio de la acción, de discriminación, de ver las cosas y situaciones desde lo objetivo, de encontrar un sentido a la vida, hace que este arquetipo sea fundamental en el transcurso de llegar a ser sí misma, de ser quien auténticamente se es y en especial en sociedades donde el patriarcado es predominante, subyugando lo peculiar y singular de ella.
Pero para esto es necesario establecer entre la conciencia de la mujer y esas imágenes arquetípicas que se le van presentando, tanto desde su interioridad como del exterior, un diálogo donde ninguna de las dos instancias subyugue a la otra, situación que en caso de producirse puede desencadenar trastornos psicopatológicos.
El animus como personificación del mundo interior, es un puente o un mediador entre el yo y los contenidos del inconciente colectivo y que son expresados por su intermedio. Por esto es que en la vida imaginativa femenina se presenta como un mensajero, un extraño, un desconocido y con facetas de fascinación propias de lo inconciente.
Pero el animus también puede apartar a la mujer de la vida, encerrarla en lo rígido y personificarse como demonio de la muerte, alejarla de las relaciones vitales para buscar en un mundo ilusorio y de ensoñación pasiva un anhelo irrealizable.
Figura que posee, que domina, que surge de las profundidades de la psique pero con la cual no se logra establecer un diálogo integrador, desapareciendo en lo inconciente materno.



Emperatriz sombría

Si un día

Herida de un capricho misterioso y aciago

Yo llegara a tu torre sombría...



Delmira Agustini.


Asimismo puede llevar a una rigidez que se vivencia como un aprisionamiento y encierro, de actitudes defensivas que la distancian de lo vital.



En mi alcoba agrandada de soledad y miedo,

taciturno a mi lado apareciste

como un hongo gigante, muerto y vivo,

brotado en los rincones de la noche

húmedos de silencio

y engrasados de sombra y soledad.

...
Te inclinabas a mí, como el gran sauce

de la Melancolía

a las hondas lagunas del silencio;

te inclinabas a mí, como la torre

de mármol del Orgullo,


minada por un monstruo de tristeza,

a la hermana solemne de su sombra...



Delmira Agustini.


Sus efectos de fascinación no le posibilita darle una expresión creadora en su vivir cotidiano, pudiendo crear situaciones de peligro, en donde pareciera que las busca, en tanto comienza a ejercer su influjo sobre las personas que poseen esas características, desencadenando circunstancias trágicas como le sucedió a Delmira Agustini. El animus que se hallaba ligado a la muerte en muchas de sus poesías, se proyectó sobre un hombre que llevó a cabo su actividad destructiva sobre ella.



-¡Maravilloso nido de vértigo, tu boca!

Dos pétalos de rosa abrochando un abismo...

Labor, labor de gloria, dolorosa y liviana;

¡tela donde mi espíritu se fue tramando él mismo!

¡Tú quedas en la testa soberbia de la roca,

y yo caigo sin fin en el sangriento abismo!



Delmira Agustini.


Pero el animus también puede adquirir otras cualidades en tanto se pueda iniciar un proceso dialéctico de confrontación, ya que entonces comienzan a aparecer símbolos y dinamismos que se convierten en factores iniciadores de evolución en el proceso de individuación. En esta circunstancia se estable un contacto con las imágenes primordiales y cuyo cometido señala a la tarea conciente de realizarlas, de llevarlas a la práctica en su vida cotidiana. Siempre hay un relacionamiento, de escucha, de conciencia, en que la integración gesta una renovación de la personalidad.
Conjunción, nupcias, matrimonio, herida, apertura, amado en la amada.



Y yo todo me entregué y dí

y de tal suerte he trocado,

que mi amado para mí y yo soy para mi amado.

Cuando el dulce cazador

me tiró y dejó rendida,

en los brazos del amor

mi alma quedó caída,

y cobrando nueva vida

de tal manera he trocado,

que mi amado para mí

y yo soy para mi amado.



Santa Teresa de Jesús.


El animus como personalidad inconciente ya no avasalla al yo femenino y no cae en la fascinación del ensueño desligado de su cotidianeidad, sino que emerge a todo un ámbito de experiencia desde una distancia diferenciadora y discriminadora. Los valores de su femineidad no son dañados por esas figuras que pueden ser tanto interiores como exteriores.



¡Oh Hermoso que excedéis

a todos los hermosos!

¡Sin herir dolor hacéis,

y sin dolor deshacéis

el amor de las criaturas!

¡Oh nudo que así juntáis

dos cosas tan desiguales!,

no se porqué os desatáis,

pues atado fuerza dais

a tener por bien los males.



Santa Teresa de Jesús.


La melancolía y la muerte aparecen como un momento de pasaje, un tránsito a una transformación y no ya hacia un vacío marmóreo de la desolación o la nada en una captura paralizante, como se expresa en algunos de sus poemas Agustini.



Los lechos negros logran la más fuerte

Rosa de amor, arraigan en la muerte.

Grandes lechos tendidos de tristeza

Tallados a puñal y desolados

De insomnio; las abiertas

Cortinas dicen cabelleras muertas.

Buenas, como cabezas

Hermanas son las hondas almohadas,

Plinto del sueño y del Misterio gradas.



Delmira Agustini.


El sufrimiento, la muerte, provocan una vivencia que hacen al surgimiento del sí mismo, de esa totalidad que engloba al yo y a lo inconciente y que se expresa como meta del vivir. Así es que la experiencia del animus por la mujer expresa todo un espacio de símbolos y dinamismos que en tanto se pueda establecer un diálogo conciente, desarrolla cualidades que hacen a la iniciativa, la decisión, la gestación del sentido, del logos y de la espiritualidad.
Aunque también puede convertirse en la causa de trastornos psicopatológicos ya que su acción autónoma e inconciente conduce a la mujer a una distancia con lo vital y en donde deja de ser ella misma. Matrimonio con la muerte, con lo que mata y no con lo que fecunda y hiere en el ardor del deseo.



Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,

no me mata la Muerte, no me mata el Amor;

muero de un pensamiento mudo como una herida.



Delmira Agustini.


Pero siempre está la tarea de la mujer de realizar el difícil y largo proceso de individuación en donde la unión con el Amado incita a una aventura para caminar por rumbos nuevos y fecundantes. La discusión con el animus se hace cuestión principal. En Delmira Agustini su encuentro se dirige hacia la melancolía, la muerte, el vacío, donde no se llega a un transformación sino a la disolución y a la pérdida del amado.



Yo esperaba suspensa el aletazo del abrazo magnífico... y cuando te abrí los ojos

como un alma, vi
¡que te hacías hacia atrás y te envolvías en yo no se qué pliegue

inmenso de la sombra!
Engarzado en la noche del lago de tu alma diríase una tela de

cristal y de calma
tramada por las grandes arañas del desvelo.



Delmira Agustini.

En Santa Teresa, hay una unión con una intensidad de alto erotismo donde se produce algo nuevo, donde lo sombrío es la ocasión para hallarse con el amado.



Senteme a la sombra del que deseaba, y su fruto es dulce para mi garganta.

"Parece que estando el alma en el deleite que queda dicho, que se siente estar toda engolfada y amparada en una sombra y manera de nube de la divinidad, de donde vienen influencias al alma y rocío tan deleitoso que bien con razón quitan el cansancio que le han dado las cosas del mundo".

Santa Teresa de Jesús. Conceptos del amor de Dios, cáp. V.



Diferencias de tratarse y dialogar con ese arquetipo fundamental para el psiquismo femenino como es el animus. Experiencia de encuentro fundamental en la vida de la mujer.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El transitar del camino y las voces de la escucha.




Un fuego divino nos insta, día y noche,

a seguir avanzando. ¡Ven, pues! Salgamos al aire libre,

vayamos a buscar lo que es nuestro, por lejos que sea,

una es segura: que sea mediodía

o se acerque la noche, siempre rige

una medida común para todos. Cada uno

persigue esa meta y alcanza hasta donde puede,

¡Animo! ¡Y que un gozoso delirio se burle de los burladores,

cuando en la noche sagrada haga presa de los poetas!.

Acompañáme al Istmo! Vamos allá donde ruge

la mar abierta...

Holderlin. Pan y vino, 3.



El destino excita a los hombres a transitar por los más diversos caminos, aunque para ello es necesario que desde su conciencia preste oídos a esas voces que lo convocan a un llamado, a pesar que allí comienzan las dificultades.


Entonces se alzó un árbol. ¡Oh ascenso puro!

¡Oh canto de Orfeo! ¡Oh árbol elevado en mi oído!

Y todo se calló. Empero, en el silencio todavía

hubo un comienzo nuevo, una señal y cambio.

Rilke. Sonetos a Orfeo, I.



Tiempos de alienación y masificación demandan la atención de aquellos que investigan los profundos y vastos espacios interiores, y en especial a lo que hace a la "huida de los dioses" pero también a su búsqueda. Hallazgo de aquello numinoso que funda valores y significado.


La existencia pareciera haber perdido la intensidad de su profundidad y de su sacralidad. Políticas del entretenimiento y de la evasión que rompen con las raíces y los fundamentos de los hombres, consolidan la desorientación y la pérdida de sentido.


Pero nuestro linaje vaga en las tinieblas,

vive como en el Orco, ajeno a las cosas divinas.

Todos están clavados a sus oficios y el ruidoso taller

cada cual no se oye más que a sí mismo.

Holderlin. El archipiélago.



Dificultad para escuchar las voces del silencio que son ocultadas por el ruido, pero lo que se es no se puede ahogar, ya que abre canales de expresión a través de la sintomatología social e individual y que se hace malestar cultural. El arte ha cumplido un papel primordial en otorgarle escucha a eso que voca, a las imágenes y símbolos que emergen desde lo inconciente arquetípico. Aunque este fondo se manifiesta a su vez en los sueños, las fantasías, las visiones y demás producciones del inconciente y en donde se expresa aquello que el artista con su maestría le da una forma estética.

Sin embargo, un laúd basta para dar una voz a cada hora

y quizás ello agrade a los celestiales que se nos acercan.

Dadme un laúd, que así sentiré casi aplacada

la inquietud que se abría paso bajo mi gozo.

Holderlin. Retorno a país, retorno a los míos.


Ahí se despliegan los símbolos y las fuerzas que otorgan entusiasmo a la vida, permitiendo que comience a restaurarse un mundo perdido y ocultado.


Al principio llegan sin ser percibidos.

Sus hijos se rebelan contra ellos: demasiado luminosa

y deslumbrante les parece la felicidad.

El hombre teme a los dioses; apenas un semidiós sabría

los nombres de los que se acercan llenos de regalos.

Holderlin. Pan y vino, 5.


Pero el camino no es fácil ya que se ingresa en espacios que no son los habituales y acostumbrados. Lo que voca abre senderos que muchas veces no son agradables; de aquí la angustia.

Se lo vivencia como un descenso que supone dejar las máscaras narcisistas con que nos embellecemos y ocultamos y en donde el sentido de la identidad comienza a ser cuestionado. Aperturas de nuevas extensiones donde la tarea será darles una conformación singular y subjetiva. Ello implica exponerse a sucesivas muertes de viejas actitudes y hábitos para recuperar y recrear otros. Corazas de rigideces que se resquebrajan, siendo el inicio de imágenes y dinamismos con sentido y significación. Origen de nuevos caminos.

Encuentro y reencuentro con lo perdido y lo olvidado del pasado, espectros y figuras con las cuales aún quedan cuentas pendientes para resolver, padres, madres que no se abandonaron o se lo hizo demasiado pronto. Personajes que odio pero que al mirarlas detenidamente veo que sus rostros se parecen demasiado al mío; surgencia del deseo y del terror; muerte y disolución, aunque perciba cómo empieza a reconstruirse mi cuerpo de forma distinta a como era antes. Lo exterior se hace interior a través del símbolo que materializa el espíritu con nuevas energías.


Pero si ellos, los infinitamente muertos, despertaran en nosotros un símbolo,

mira, ellos nos mostrarían quizás los amentos

que cuelgan del avellano vacío, o

pensarían en la lluvia que en la primavera cae sobre el oscuro reino de la tierra.

Rilke. Elegías de Duino, III.


Pero la experiencia de muerte que caracteriza a esa zona oscura conlleva al sufrimiento inevitable que otorga conciencia y transformación. Despojamiento, abandono de ideales e identificaciones que originan desde el silencio esas voces que renuevan la existencia. Mundo interior de imágenes arquetípicas. Dialéctica difícil entre lo conciente del yo y esos símbolos, pero solo y en tanto no se deje devorar por eso que va emergiendo, posibilitando una integración, una conjunción.

Temores y ansiedades ante figuras y presencias, sentimientos que se los desconoce con extrañamiento pero que enraizan en lo profundo y de una apertura hacia otros senderos vitales.

Descenso a lo generativo para retornar transformado a la vida vigil. Aceptación de la voz del destino, de lo más singular y propio del llamado, de fuerzas que se renuevan y donde se encuentra y vivencia algo mayor y superior al yo. Lo viejo y gastado se transmuta en una nueva piel. Aunque los que no se atreven y rehuyen quedan fijados a lo antiguo y rígido.


Quiero la transformación. Entusiásmate con la llama,

donde una cosa se te sustrae que en la metamorfosis brilla

aquel espíritu imaginativo que lo terrenal gobierna.

Nada ama tanto en el vuelo de la figura como el punto de cambio.

Lo que en la permanencia se encierra, ya está petrificado;

¿ A salvo se imagina al amparo de su insignificante gris?

Rilke. Sonetos a Orfeo, XII.


Tiempo de carencia que hace a la espera de un retorno de los dioses perdidos, de esos símbolos que den sentido y que señalan fines y metas a vacíos existenciales . Retorno con lo vivenciado en lo profundo, que abre estrepitosamente el cauce de la vida. Paso de lo banal a lo auténtico, al riesgo de lo desconocido pero con la entusiasmada búsqueda del explorador y de quien halla al Amigo del alma.


Sé y conoce al mismo tiempo del no-ser la condición,

el infinito fundamento de tu vibración interior,

para que totalmente lo cumplas así esta última vez.

Rilke. Sonetos a Orfeo, XIII.


Donde el dios siempre vuelve, aunque no se lo llame ya que él nos requiere.


Las riberas del Ganges oyeron el triunfo

del dios de la alegría, el joven Baco

cuando llegó del Indo conquistándolo todo, despertando a los pueblos con el vino

sagrado.

Holderin. A nuestros grandes poetas.


Caminos a los que empuja el destino a los viajeros y que en su despliegue se va configurando un nuevo centro que realiza un proceso de integración de lo antagónico en una instancia supraordinada y que es el selbst, vislumbrándose como meta vital y como lo que ha sustituído a lo gastado, lo falto de significado, abriéndose para dejar aparecer a lo que renueva.

Entre tanto llega el Hijo supremo, el Sirio,

y como emisario portador de teas desciende a las Sombras.

Sabios bienaventurados lo ven; en sus almas cautivas

brilla una sonrisa y sus ojos se abren a la luz.

El Titán, en brazos de la tierra, duerme y sueña plácidamente,

y hasta el cancerbero, tan celoso bebe de ese espíritu y se duerme.

Holderlin. Pan y vino, 9.


Pero ahora depende del los hombres el escuchar aquello que se encuentra en ellos mismos, de prestar oídos a las voces que buscan manifestarse, y que son de los que en principio se habían ido. Camino hacia el destino y hacia lo más peculiar del ser.


Porque ya no viven contigo tus nobles protegidos,

esos que te veneraban y antes ornaron tus riberas con espléndidos templos y

cuidades. Y como los héroes

requieren la corona, así los elementos sagrados

buscan, reclaman y necesitan a los hombres piadosos.

Holderlin. El archipiélago.


viernes, 5 de noviembre de 2010

Hacia la realización de sí mismo: la conjunción de los opuestos.


Figuras antagónicas, elementos contrapuestos; diferencia. Experiencia característica de los humanos en la constitución de su singularización. Conflicto y proceso difícil y largo en donde yo y lo otro cuestionan no solo aquello que uno cree ser sino que es el inicio para un trabajo de integración de facetas desconocidas y rechazadas del psiquismo y que conlleva un escuchar esas voces que se convierten en un llamado a un destino a cumplir, una vocación.
Proceso de individuación que se expresa por medio de símbolos y que por esto será necesaria la comprensión y asimilación conciente de todo ese sector psicológico desconocido. Pero la mayor dificultad será la de poder intentar unificar lo que en principio es antagónico y en donde lo masculino y lo femenino se manifiestan como el factor central del desarrollo de los hombres.
Así es que los símbolos del fuego y del agua
, tal como aparecen en la foto del inicio, adquieren una multiplicidad de sentidos, pero que en el hombre y en la mujer son de fundamental importancia para el logro de la personalidad.
Lo femenino y lo masculino de cada persona entablan una dialéctica energética y en que los sucesos y percances de cada cual otorgará un matiz específico a la tarea de llegar a la mismidad. Temores, angustias, fascinaciones, perdurabilidad de lo infantil, conforman un recorrido único y así cada logro y consolidación de las identificaciones son puestas en entredicho por la actividad de ese centro que está más allá del yo y que es el sí-mismo desplegándose hacia su realización. Labor que solo se lleva a cabo en tanto se tomen en cuenta los símbolos que se plasman en los sueños, en las visiones de la imaginación o en las relaciones afectivas con el sexo opuesto.
Cada parte irá en la búsqueda de lo otro. Lo que inflama, brilla, ilumina, separa, se acerca y aproxima a lo suave, blando y oscuro en un obrar no libre de dificultades, ya que así se inicia una discusión dialéctica del yo con los contenidos de lo inconciente colectivo, lo otro, lo diferente de su identidad sexual.
El varón será interrogado en los valores concientes que constituyen su persona y sus máscaras deberán atravesar el cuestionamiento, en tanto lo femenino del ánima comience a abrir cauces y a establecer puentes con el universo arquetípico. Lo sensible y sensorial, lo nocturno y lo débil, lo acuoso y lo emocional, van tomando forma a través de sus sueños y especialmente con las mujeres con las que se vincula, para empezar a comprender que allí se ubican partes de su personalidad que desconoce. La mujer, y desde su corporeidad, se acercará a lo contrasexual que se denomina animus.Trabajo de discusión conciente a través de distintas imagos que se encarnan en los varones de su interés como en los pensamientos y creencias que la guían en tanto principios directivos.
Así se entabla un largo y difícil sendero, en donde lo que se fue ganando en el descubrimiento de su identidad sexual, de su masculinidad o femineidad y con sus específicos y múltiples valores, comienza a interpenetrarse con un ámbito opuesto y distinto. La luz, el brillo de la palabra inspirada y conciente, la acción enérgica que lleva al sacrificio en los ritos de la inciación, se confronta con eso diferente y que es lo irracional e inconciente. A través del proceso de individuación fueron tomando forma las figuras arquetípicas, que solamente en un trabajo de asimilación e integración conciente comienzan a tomar cuerpo en un símbolo que abarca a esos antagonismos y unificando la personalidad. Cada parte pierde algo, pero emerge un tercero que los abarca y que es el sí-mismo, el núcleo central de la psique. Relativización de los conflictos por su conjunción.
Fuego que fecunda el agua del sentir y gesta a esa forma, tal como aparece en la foto. Pensar que penetra al sentimiento y donde ambos se modifican, vivenciando a su contrario. Agua que suaviza a la llama en la paradoja amorosa. Potencia del intelecto que llena de gérmenes vitales a la sustancia material. Sentido que otorga significado a las imágenes, que desde el ánima son expresadas por los sueños y la visiones.
Erotismo unificador de todos los planos de la existencia; trascendencia de lo inmediato de las alienaciones yoicas, en un abrazo del encontrar eso que da motivos para vivir.
Símbolos y fuerzas que conducen a la realización de sí mismo por un extenso transcurrir que hace a la concientización de lo que no se conocía ni se comprendía. Aligeramiento de la inercia de identificaciones y de relaciones con otros que se vuelven compulsivas.
Por ello es que la foto expresa tanto la unión que hace a los cuerpos, donde la sexualidad es principal y en donde el fuego, la luz, necesitan de algo que los solidifique, que los contenga y concretice. Solo así surge el centro de la psique, el selbst, llamado del destino para que desde su aceptación conciente se convierta en el motivo impulsor del existir.


lunes, 25 de octubre de 2010

El dios-iniciador de los varones: el fuego.



¿Por qué moderas el fuego de mi alma,
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí que solo puedo vivir en el combate?

La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que nos inflama.
El sublime genio que nos llegó del Éter
no nació para el yugo.

Hölderlin.




La fascinación del hombre por el fuego conforma sus orígenes ya que es generador principal de la cultura humana. Temor, éxtasis, ira, erotismo, son solo algunos de los aspectos que muestra cuando se lo interroga. Fuerza elemental del exterior pero también interna, del espíritu, y en que tal vez, ambos sean la expresión de una misma realidad unitaria.
Templado se convierte en lo que cocina a los alimentos, protege de las heladas y del frío, ilumina la nocturnidad. Pero también es quien desvasta con sus incendios o inflama la cólera de la destrucción. Así por sus cualidades contradictorias aparece como un factor constitutivo del psiquismo humano y especialmente de todo aquello que no es voluntariamente controlado y decidido. Es la luz de la conciencia que ilumina al yo, pero a su vez portador de fuerzas peligrosas.
Sus cualidades hacen a la vida, al desarrollo y a la curación, a la vez que a la muerte y hasta a lo demoníaco. Por ello es que se torna necesario ver más allá de estas facetas aisladas una de la otra, ya que de lo contrario no se puede comprender al movimiento de los ritmos de los hombres y del universo.
Diversas tradiciones han expresado esta idea a través del simbolismo de las diferentes manifestaciones del arte como la danza y que desde el Shiva hindú, pasando por el misterioso Dionisos y más cerca de nosotros, el dios bailarín de Nietzsche, han intentado captar algunos de los fundamentos del devenir. El baile, el fuego, el erotismo, la transformación y el cambio, toman forma en esa danza cósmica y que los diferentes símbolos intentan expresar.
Momentos de actividad, de inspiración en que pareciera que un dios nos habita y nos mueve, cuerpos que son atravesados por los ardores de la pasión erótica, ritos de pasaje de un momento existencial a otro y que, por lo tanto, se los vivencia como un morir y un renacer. Dolor y placer supremos que desde siempre el arte ha puesto en evidencia. Lo más espiritual pero lo más terrenal e inclusive infernal, pareciendo que se enlazan para hacer conocer los más distintos planos y aspectos del existir.
Dardo penetrante que inflama las más profundas aguas del alma en la pasión del éxtasis. Rayo que ilumina los gérmenes de lo creativo, lo que transforma lo crudo y lo hace humano, palabra que enciende o que eleva el pensamiento a la contemplación de la Verdad, pero también de la mentira.
Espíritu, aunque nunca desencarnado, flecha que atraviesa el cuerpo que brilla de rojiza amarillez en el abrazo fusionante. Puño que se eleva ante el rostro del malvado, pero donde se hace inteligencia de manipulación instrumental y rigidez en el enmascarmiento.
El yo y la conciencia se nutren de él aunque lo temen, huyen y lo niegan . Siempre retorna en los dolores del cuerpo y del alma haciéndose síntoma, ofreciéndose para preparar el difícil tránsito hacia el ser que cada uno es.
Encuentro con el sufrimiento que provoca, y saber que la transformación solamente ocurre en los hombres cuando se encara con esas fuerzas de dificultad. Formas que transitan por lo corporal y por lo psicológico, estructuras arquetípicas que se expresan y manifiestan en sus conductas, sentimientos y deseos y que hacen el encuentro con lo universal y lo cósmico.
Fuego que quema lo superfluo, como el dios Shiva y que como señor del crematorio purifica al yo de sus apegos y posesiones ilusorias y narcisistas. Danza que con su ritmo establece el movimiento que gira en el punto inmóvil y que enciende de deseo lujuriante a todos los seres. Pasaje ritual del dolor y de la transformación; de muerte y de renacer.
Ideas que nos asaltan, impetuosas y que nos fecundan, nos dan vida y ganas. Peligro de acercarse a esa llama que consume, pero que también nos conduce a los abismos del éxtasis del espíritu. Luz que abre la oscuridad del deseante cuerpo que te aprisiona con sus piernas y en colores de aroma naranja. Ciclo que emerge, palabra sonora y firme, meditativa, reflexiva, que estalla en el orgasmo. Hacha del dios araucano Pillán que se expande en mil sonoridades creando el universo. Soberbia sin límites de la confragación del egoísmo.
Así es que el fuego no solo hace a un elemento, sino que es imagen interna, psicológica, simbólica, y que constituye desde sus fundamentos a los hombres pero en especial al varón. Impetuosidad, logro, superación de la inconciencia nocturna, alturas del pensamiento y del desear, desobediencia, pero sin olvidar lo destructivo de la palabra hiriente y maligna. Ellos son aspectos de una realidad psicológica en sus múltiples facetas, paradójicas y ambiguas y que ponen en marcha el proceso de llegar a ser sí mismo.
Camino difícil y con múltiples obstáculos, de dolor, de angustias y por esto de transformación y renovación de la vida que no tolera lo rígido ni las detenciones temerosas a la vera del camino. Impulso que lleva la barca hacia la otra orilla del destino. Así quien se acerque al fuego comenzará a padecer problemas y ese es justamente el don mayor que otorga a los hombres.

martes, 12 de octubre de 2010

Pensamientos acerca de "La vírgen de las rocas".

Leonardo da Vinci: La virgen de las rocas, (1483-1493). Louvre, 198 cms. x 123 cms.



Las grandes obras de arte tienen la misteriosa propiedad de introducirnos a un espacio que es propio de lo numinoso y que es un extraño poder que se trasunta por medio del artista. La virgen de las rocas es una de las más bellas pinturas de Leonardo, comenzando su ejecución en el año de 1483 a partir de un contrato que firma con la Cofradía de la Concepción, en Milán, y entregándola en 1493. Es una de sus obras más misteriosas y se manifiesta como lugar de lo prístino, de símbolos que evocan la suavidad de la femineidad como la cueva, las rocas, la vegetación, en un ambiente de naturaleza animada. Claroscuros, penumbras y silencio, la pintura nos conduce a un espacio que es interior, al alma.
Fluencia perenne de la vida, pero transida de espíritu, y en este caso femenino; cueva de dioses paganos en donde el rostro del arcángel Uriel es semejante al que pintará posteriormente en el San Juan Bautista y que no deja de tener reminiscencias con el dios Baco.
Arquetipo de la Madre Divina que produce toda la floración. Cueva de la iniciación en donde los misterios que son singulares de la mujer son los rectores y que se expresan plásticamente en una tela, pero también se los encuentra y descubre en el interior del alma de los hombres, en lo hondo de su psique.
Desde lo profundo abarca todo un ámbito de experiencia y vivencia de lo femenino y donde ya no se refiere a lo elemental y pulsional, sino que adquiere las expresiones de la Sabiduría, de la Sophia, que no emerge por el trabajo intelectual conciente y metódico sino desde lo corporal, de lo imaginario y de la participación amorosa.
Femineidad de lo que principia y de lo que termina, que engendra a lo que nace y a lo que muere, sol naciente y sol poniente y que están en su corporeidad. Expresiones a partir de los niños San Juan Bautista y Jesús, pero asimismo del arcángel que
adquiere rasgos andróginos, siendo una cualidad de lo materno que abarca los diferentes opuestos.
Allí se penetra durante el soñar, desde donde surgen las visiones y los símbolos y en la extrañeza del pensar vigil. Continente para la renovación y la transformación, útero alquímico que disuelve pero que gesta nuevas formas a lo gastado.
Transito de quien siente caer sobre su cuerpo las palabras de la poesía en la inspiración; colores y sonidos que se tornan vivientes y electrificados por su sensorialidad aromática. Penumbra de lo que se va produciendo en un tiempo originario. Reconfiguración de los sentidos en la existencia significativa y en donde se pierden las urgencias del afuera amoroso y atrapante, para hallar ahí la fuente desde donde mana lo vital de tibieza lujuriante, embriagante de imágenes de onirismo transfigurador.
Distancia de lo más cercano, anhelo de lo que se reencuentra pero solo en el símbolo que toma forma desde la virgen. Cuerpos que renacen de otro cuerpo pero de luna, que brilla en ritmos de un aparecer y un desaparecer. Aunque para tener la posibilidad de aproximarnos a esa cueva, es preciso que se conviertan en experiencias sus manifestaciones, es decir en aquello que hace a los sueños, las fantasías y el calor del amor. El pensar lógico-instrumental aleja y hasta reprime ese lugar de diferencia.
Saberes del corazón, de esos que la razón no entiende. Origen del alma y que algunos llaman de la psyjé, cueva que está maravillosamente animada por figuras y presencias de misterio, pero también por lo femenino oscuro ligado al morir y a lo peligroso y que Leonardo lo representa a través de la mano izquierda de la virgen sobre la
cabeza del niño Jesús, y que tiene forma de garra. Hecho que recuerda la memoria del pintor cuando penetra durante su juventud en una cueva y ante el espectáculo de fósiles y formas misteriosas, no deja de maravillarse con profundos sentimientos de deseo y temor.
Vida y muerte, ascenso y descenso, son los movimientos de ese fluir de la naturaleza y que el artista decía que estaba transido por el espíritu, y en donde cuestiona un pensar ligado a lo masculino-patriarcal en que lo discursivo-lógico se convierte en criterio de verdad. En esa cueva se es y se está.

jueves, 7 de octubre de 2010

La fuente que mana: la inspiración.


Jean Auguste Ingres: La fuente (1856). Óleo sobre lienzo, 163 cms x 80 cms.


Agua que de una fuente brota de sustanciosa delicia, que refresca y rejuvenece como vida en su fluencia pero también como imágenes que desde su sensorialidad son la ocasión para experienciarlas con regocijo sensual. Materia extraña llena del espíritu del Eros que disuelve y recompone, que gesta pero que ahoga.
Símbolos que hacen que las circunstancias del mundo exterior, el de las leyes, comiencen a adquirir
significación cuando son el soporte de procesos simbólicos, llevando al territorio de la leyenda. Ahí es donde se da una conjunción entre lo externo y lo interno y en donde cada uno se necesita como complemento.
La fuente plasma una singular vivencia en que el agua
surgente es el símbolo a una experiencia que hace a todo un universo en vinculación con lo erótico, con lo femenino profundo. La pintura de Ingres que arriba presentamos pone de manera llamativa a la mujer y al cántaro como equivalentes con sus curvas, sinuosidades y ritmos. Imagen arcaica que puede seguirse hasta antiguas culturas tales como la egipcia, en donde la diosa Isis era representada como un cántaro o en las del México antiguo de manera similar.
Agua, mujer, fuente, pero también luna que quizá sea la que
contextualiza todo un ámbito que expresa lo femenino arquetípico. Manifestaciones que vivifican y que, como la fuente en su fluir, emergen sin el control conciente del yo. Son fragmentos de imágenes y sensaciones, son extrañas y se sienten en el cuerpo. Rompen con la lógica discursiva, fascinan y señalan a un espacio distinto del de la vida vigil.
En el simbolismo religioso la fuente sirvió para intentar acercarse a lo divino y a lo que se abre paso a través de visiones e imágenes. Se la entiende como
otra forma de sabiduría, ligada a lo lunar y con modos de funcionamiento diferente al del logos solar.
En las mujeres constituye el principio del
Eros, en los varones el ánima, que hace al soporte, al medio para que la conciencia perciba las imágenes y símbolos de lo inconciente. Puente y conducto de la fluencia arquetípica y que solo a través de ella es posible tener conciencia del mundo imaginal, ya que ella misma es imagen. Apertura a un mundo que se vivencia a través de ella. Inspiración pero cargada de corporeidad y que su brillo solo se percibe por la presencia de alguna mujer.
Saber sin saber, que se hace experiencia interior, mundo de símbolos y de imágenes, de intensidad en la intimidad de sonidos y colores, de aquello de lo que ya no se podrá dejar de oír en las visiones.
Agua que fertiliza la existencia, fuente de
juvencia por la que se inicia la travesía y la aventura, que se halla en el centro del paraíso o del alma o en algún lugar. Sabiduría del corazón que te baña y te disuelve en miles de goces floridos. La siempre esperada y siempre retornada, la que habla en los sueños y en el éxtasis del amor. La que, si la escuchas, vierte sus ánforas rebosantes de un líquido mortal-inmortal en tus sequedades.
Por esto es que el arte es un medio
privilegiado para dar forma a esas imágenes que nos ponen en contacto con lo arquetípico femenino, siendo la posibilidad para acercarse a eso primordial que da sentido y profundidad a la existencia. Tarea del artista es la de poder llegar al inicio y al fin.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Islas de paraíso.

Jean Auguste Dominique Ingres: La gran odalisca (1814). Óleo sobre lienzo, 91 cms. x 162 cms.







Islas del paraíso, formas que se deslizan con suaves pies hacia la centralidad de la paz y la redención, formas que al recorrerlas nos conducen por espacios que jamás habríamos soñado, de asombro, de temor, éxtasis, de plenitud. Arenas cálidas de donde surgen los manantiales, se expanden llenos de lujuria verde, rojo y violeta, extrañas aves que exhiben sin pudor sus plumas de brillante luz, mientras que en las rocas de mica plateada la luna ilumina en sus reflejos a una serpiente en ondulante discurrir erizando la piel de los insectos.
Isla que atrae todos nuestros viajes, todos nuestros anhelos, siempre al fin del horizonte rosado en un anochecer estrellado. Sosiego del pasar de la brisa, mientras mi nave abre las olas de salitre ardiente. Sol que bautiza las maderas antiguas sometiéndolas para que irradien el rojo calor de la pasión, de mis pies sintiendo tu aroma al caminar sobre tu cuerpo. Solos tu y yo en el encuentro del Todo, calma del sosiego en la detención del ritmo del pensamiento. Lo ondulante que en su curva se enrosca con la flecha audaz. Lo penetrante que alcanza esa amarilla luz. Pero también la noche que con su oscuridad acaricia ardientemente tu cuerpo bañado de palabras. Una vela alumbra la inmensidad, su llama la fecunda en un abrazo donde los amantes se entrelazan y hacen un océano al unirse la saliva de sus bocas en un beso mezclado de azul púrpura, gestando los diez mil seres. Te encuentro en el pasaje de todos los tiempos, es decir, te reencuentro y siempre novia. Te recorro y me aprisionas, te bebo y soy tu fuente, te miro y veo en el profundo abismo de mí mismo, me miras y me fundo en la brisa que desliza el caminar pausado de las estrellas por la brillante noche. Sabores recordados de frutas que disolviéndose en la boca, de la tierra que se convierte en rojo sangre pintando los árboles que son fecundados por los ancestros. Travesía marina de vientos que me despeinan las oscuras y profundas raíces de la vida. Lugar del renacer, de la luz apagada, de olor a sal que baña mi cuerpo y que lo descubro con el tuyo; que se siente. Amanecer de renovada luz, de la rosada joven que me humedece con un beso la boca mientras
me ofrece su camino donde mis pies se irizan de lechugas y hojas de plátano. Aves posadas en el mástil que con serena resolución dirigen el timón de mandala de mi embarcación.





































































La voluptuosidad como regeneración en una pintura de Jean Auguste Ingres.

Jean Auguste Ingres: El baño turco (1869). Óleo sobre tabla, 110 cms x 110 cms.



Lineas ondulantes, rítmicos movimientos, deseo y voluptuosidad, agua en un baño de erotismo subyugante. Lugar de lo extraño y en especial teniendo en cuenta que Jean Auguste Ingres (1780-1867) contaba con ochenta y dos años. Esta pintura a la que intentaremos acercarnos para comprenderla, es la realización de una búsqueda que comenzó muchos años antes cuando el artista era instigado por los motivos y formas que lo subyugaban desde sus inicios. Así con intención hermenéutica comenzaremos con sus posibles significaciones.

Lo que en principio resalta y llama la atención es la cantidad de mujeres que están en el baño turco, en donde casi no hay espacios libres entre ellas. Espejos, carne, desnudez, cabelleras, nos conducen a un universo de lo íntimo y de lo femenino, donde se capta a través de la sensorialidad la noción de paraíso, de entrada a una morada de la indiferenciación, de lo inconciente matricial.
Disolución a través de la voluptuosidad en que símbolos como el agua caracterizan a toda la escena. Momento de regresión al vientre primordial, a lo que diluye para renovar y que no está ajeno a la vida personal del pintor ya que supone un enfrentamiento con la vejez y, a la vez, cómo lo inconciente a través de los arquetipos confronta al hombre con imágenes que permiten concientizar y vivenciar lo que transforma y rejuvenece. Pérdida del vigor físico por el paso de los años que es compensado por los símbolos que expresan la mujeres y que hacen a un volver a los orígenes.

Pensando en un análisis más estructural, podemos decir que si bien las líneas son claras y precisas hay una tendencia a la acumulación de figuras que se multiplican y en un contacto corporal muy estrecho, acentuando lo fusional y viscoso, propios de lo que Gilbert Durand llama como Régimen de lo Nocturno. Simbología de lo femenino tanto en lo que hace a la indistinción como a la noción de baño que es la manifestación de un retorno al líquido amniótico materno, a un estado de voluptuosidad, de paz y de calma, donde el tiempo pareciera estar abolido, en un espacio de intimidad lujuriante y profundo.

La pintura es redonda y lo curvo y lo ondulante son sus manifestaciones más evidentes, constituyendo un lugar intrauterino, una isla de los placeres, una morada de la diosa. Mandala que en su centro se ubica el espacio sagrado del renacer y de lo incorruptible.
Así ante la cercanía de la muerte, Ingres dialoga con imágenes y fuerzas que son la ocasión para que el flujo de la vida siga su curso. Pero lo interesante es que para ello es necesario una detención, un ingreso en lo profundo, de una regresión que no pueriliza sino que renueva. Fuente y matriz, las personificaciones del ánima tal como se representan en la muchedumbre de mujeres, dan una forma a lo irracional, al Eros que desde la vejez y del término de la vida acerca a la infancia, pero de un modo simbólico. Recuerdo del
Jardín de las delicias de El Bosco donde se sexualiza la vida.

Laberinto femenino serpenteante, de ritmos y ondulaciones sensoriales, de carnalidad vital y deseante, de cuerpos lunares que rigen los períodos de la existencia. Descenso a lo inconciente donde hay un baño de calidez sensual, de un reencuentro con un olvido de sí, muy distinto del pensar instrumental abstracto y alienante. Serpiente que cambia su piel, que arrastra su vientre en sinuosidades de sentidos. Contracción, descubrimiento de una misma vuelta del día y de otra extraña luminosidad que hace brillar a la oscuridad. Tacto, manos que se posan sobre los cuerpos, muslos que gestan imágenes de colores y sonidos en los ojos de la piel. Espacio que no se pierde, que está y donde las sensaciones son su puerta de entrada. Cabelleras, velos que como ondas líquidas son matriz de pensamientos. Visiones musicales en que se pulsan las cuerdas de esos cuerpos de regeneración. Espera sosegada de eternidad sustanciosa.




viernes, 3 de septiembre de 2010

Una "vahine" como expresión de estados de angustia y depresión en Paul Gaugin.

Paul Gauguin: Manao Tupapau (El espíritu de los muertos la observa), 1892. Óleo sobre tela 73 x 92 cms.


Paul Gauguin (1848-1903) deja su tierra natal, Francia, para iniciar una nueva forma de vida en el año 1891 en la islas de la polinesia, Tahití y las Marquesas. Su meta era la de encontrar vivencias renovadoras, prístinas y a las cuales podría caber el nombre de originarias por su primitivismo, alejadas de una civilización que destruye la naturaleza, culturas y hombres que no pertenecen a su forma "avanzada" de vida y en especial lo que hacía a todo lo que pudiera asimilarse al mercado capitalista. Su búsqueda significaba un camino hacia su más peculiar y singular manera de hacer y entender el arte.
Pero sus deseos tuvieron que confrontarse con la realidad de la situación en que vivían esas colonias francesas y ahí es que comienzan a surgir algunas dificultades, tanto en lo personal como en su inserción comunitaria. Depresiones, temores, angustias, procesos judiciales y hasta un intento de suicidio (1898), dan la ocasión de intentar un acercamiento a una de sus más bellas pinturas:
El espíritu de los muertos vela o El espectro la observa. (1892). Allí se ve a una joven de piel marrón recostada en una pose sensual y desnuda sobre una cama, con expresión de terror en su rostro y en su cuerpo, tanto que pareciera que está paralizada. Mientras tanto un Manao Tupupau o espíritu de la muerte la observa.
Gauguin intentaba hallar en esas jóvenes o
vahines de la polinesia una femineidad anterior a la caída, según el mito bíblico. Sus cuerpos relucientes con colores de la tierra que trasuntan la libertad sexual, le permitían pensar que podían ser su acceso a aquel momento perdido. Pero la obra que pinta no da la posibilidad de entender esto, ya que la misma expresa un estado anímico problemático.
En las islas, los mitos del lugar estaban desapareciendo, pero aún había una presencia intensa de los
tupapaus, es decir de esos espectros de la muerte cuya fisonomía los representaba con ojos brillantes y grandes colmillos y a los cuales los nativos reverenciaban con sumo temor. Gauguin retoma este tema en la pintura que se expone, encontrando algunos críticos una confrontación con la Olimpia de Manet y especialmente con unos dibujos que en 1884 había hecho de su hija Aline, en donde la niña duerme mientras que un fantasma con el rostro de su padre se le aparece. Esto no deja de llamar la atención que la modelo que es representada tenía la misma edad de su hija, trece años, y que es muy posible que hayan convivido.
Búsqueda del paraíso, pero la pintura muestra miedo y angustia, siendo estas algunas de las emociones junto con la depresión a veces muy intensa, que el artista sufría. Ahora bien, estos estados anímicos son las expresiones de lo femenino inconciente en el varón y de lo que en psicología analítica se le da el nombre de
ánima y que cumple la función de hacer de puente, de mediadora entre la conciencia y lo inconciente arquetípico. Es la que presenta lo imaginario y la vida simbólica más allá del logos racionalista, y por lo tanto, jugando un papel muy importante en la vida y en la obra del pintor.
Pero en el caso particular de la pintura que se está tratando, pareciera que el temor domina a esa joven, a lo femenino, y de manera explícita hace referencia al espectro de la muerte que está a sus pies. Hay que señalar que las relaciones de Gauguin con las mujeres eran ambivalentes, en donde había una cierta fascinación pero a su vez las temía y hasta las desechaba facilmente casi como objetos de uso. Esta particular forma de tratarlas se manifiesta en la muchacha y de manera clara en el
Tupapau que la asusta y que entendemos expresa la sombra del pintor.
Para poder comprender mejor hay que recordar que el pintor ya había dibujado a su hija, que era muy amada por él y que poseía el mismo nombre que su madre,
Aline. Esta circunstancia, pensando que la edad de la modelo era igual que la de su hija, no deja de hacer pensar en una situación de tipo incestuosa y por ello se convertían en un acercamiento a un paraíso perdido y a reencontrar.
Las islas de la polinesia se transforman en la búsqueda de un sitio sin falta, de salud, de paz y de la abundancia, felicidad, de realización de sus sueños más profundos y que quizá lo halló en el propio estilo de arte que determinó su vida. Pero la distancia con ese universo interior se hizo sentir y de manera especial en los estados depresivos y de angustia que lo atormentaron y que son evidentes en la pintura que tratamos y en donde lo femenino-ánima se presenta atrapado por el demonio de la muerte y que también es un arquetipo que opera en la psíque del pintor. La relación con el ánima pareciera que no se profunidza, que no se asimila y no se convierte en un puente entre el yo y lo inconciente, sino en un dominio de uno sobre el otro y que son expresión de esos estados afectivos de los cuales se quejaba Gauguin.
El ánima no puede desplegar su autonomía imaginativa sino que se halla en una situación de control, de sometimiento y hasta de uso por aquello que representa el
tupapau y que contamina su actividad. Así la manifestación de angustias, miedos y depresiones ya que el vínculo con aquella se da en tanto sirva a los propósitos estéticos del artista. Ella es la que otorga vida y espontaneidad y que es imagen pero solo en tanto se le reconozca su autonomía, distinta del yo y en una interacción dialéctica sin opresiones de una parte sobre la otra. Artista-tupapau que avasalla al ánima.
La búsqueda de un paraíso hace a su necesidad de encontrar un universo estético que en parte restaure esa pérdida y que se expresaba proyectivamente sobre su hija-madre Aline y en la joven que es retratada y en toda la situación que comprendía su viaje e instalación en las islas de la polinesia. Así el
ánima es el medio y la forma que adquiere la interioridad, la que expresa esas extraordinarias imágenes con la viveza y sensorialidad de esos colores únicos. El problema comienza cuando se pretende encontrarla en las relaciones humanas ya que se confunden entonces los ámbitos internos y los externos. Su anhelo de arribar a una vivencia de lo originario, de lo prístino y puro de los cuerpos, a un estado de inocencia anterior a las distinciones de pecado y de culpa, de revivir los mitos del lugar, hacen a las experiencias de encontrarse con el ánima, pero también con las situaciones problemáticas que surgieron con las autoridades coloniales francesas de las islas y en las cuales combatía aspectos que eran propios del pintor y tal vez sean simbolizados por el tupapau. Anhelo de un paraíso que indican los cuerpos de las jóvenes pero que a su vez remiten a su hija-madre Aline.
Necesidad de superar esas pérdidas y también de intentar dominarlas y controlarlas, pero que el existir muestra que solo se convierten en experiencias en tanto se les de su independencia, que se las "suelte" y pasen a cumplir la función que caracteriza al
ánima y que es la inspirar, imaginar desde la interioridad, desarrollando todo un universo psicológico de vida y de sentido.