jueves, 2 de marzo de 2017

SÓCRATES Y MARSYAS: LA MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN EN "EL BANQUETE" DE PLATÓN.

Apolo compitiendo con Marsyas-

En el último de los discursos que integran "El Banquete" de Platón, Alcibíades toma la palabra para hacer un elogio de Sócrates. Ahí se refiere y lo llama como  Marsyas por cinco veces. También sátiro y sileno. Estas comparaciones pueden parecer extrañas pero pensamos que permiten, en tanto se las dilucide, entender las ideas centrales del texto, que ya adquieren una forma simbólica y metafórica.
Pero para ello es necesario saber quién era  Marsyas. Hijo de Olimpo, provenía de Frigia y era un sátiro, es decir un ser con el cuerpo cubierto de pelo, patas de cabra y cabeza humana con cuernos. Como integraba el séquito de Dionisos la lascivia constituía una de sus características principales. Los mitos cuentan que encontró la flauta doble o "aulos" que había sido abandonada por la diosa Atenea, para acabar por convertirse en un experto ejecutante de este instrumento. Aunque conciente de su destreza, se atreve a entablar un desafío con el dios Apolo, que tocaba la cítara y así quien venciera haría con el derrotado lo que quisiera. Y  Apolo ganó la contienda y desolló vivo a Marsyas en una cueva cerca de Celaenae, para culminar el tormento colgando la piel del sátiro en un pino en Aulocrene. 
Los mitos varían en cuanto a lo que luego sucedió, pero dicen que los dioses y las ninfas convirtieron la sangre que manaba de la piel de Marsyas en el río que lleva su nombre en Frigia. Asimismo, las cañas que crecían en sus orillas emitían sonidos como la flauta del sátiro, produciendo melodías maravillosos, transformando la muerte en prodigio.
Pero entonces, ¿por qué la comparación de Sócrates con Marsyas? Para intentar acercarse a una respuesta es necesario primeramente referirse a lo que relata Alcibíades en su encuentro con el maestro. Aquel lo había invitado, sintiéndose muy seguro de sí mismo como amante, a su casa, luego a su dormitorio y por último a su misma cama, con el fin de acostarse con él. Pero Sócrates, siguiéndole el juego, no responde a sus requerimientos, lo ignora reflexivamente, consiguiendo que Alcibíades se sintiera humillado y desconcertado.
Este rechazo produce en él una transformación, una comprensión que lo lleva a cambiar su perspectiva de vida, ya que se da cuenta que en Sócrates hay una imagen divina que guía sus actos y pensamientos. Momento de renovación, en que la búsqueda de un cuerpo para una relación homosexual se transforma por el "no", en una simbolización que le permite acceder también a su propia imagen divina. Experiencia que puede metaforizarse como de muerte y renacimiento y así la alusión a Marsyas y su despellejamiento. De un quitar la piel, de lo exterior y aparente, en semejanza con el cuerpo de Sócrates, para penetrar y descubrir un ámbito interior de sabiduría. Negativa que conlleva la prohibición de un acceso inmediato a un vínculo tranferencial infantil, y por ello es que en ese momento Alcibíades dice ante el rechazo de Sócrates, que era como si estuviera acostado junto a su padre. Apertura a la falta, al símbolo, a la emergencia del deseo. Descubrimiento de un mundo mayor que el yo, donde aparece el sentido de algo nuevo e inesperado, de lo potencial que se hace acto.

 Pero también se hace mención en el discurso a imágenes como las de unas cajas que tenían pintadas en su parte externa y visible a un sileno, y que al abrirlas se hallaba adentro la estatuilla de un dios. De manera análoga, Alcibíades hace referencia a lo que se descubría en las palabras de Sócrates cuando se proponía a la apertura de su sentido, a pesar que en un primer momento parecían vulgares y groseras, como el cuerpo de un sátiro. De lo interior, como de un útero, nace lo nuevo y singular, en donde es posible relacionarlo con la acción de Sócrates, quien se definía como aprendiz de las parteras, para hacer aparecer un nuevo ser en sus interlocutores. También esas cajas antes citadas, son un símbolo del lo materno y femenino gestante y en donde se encuentra el "tesoro oculto", la Sofia.
Es decir, hay un pasaje que bien podría llamárselo de iniciático, desde la exterioridad de lo que aparece, para penetrar y hallar un sentido oculto. Lo que buscaba Alcibíades en el cuerpo de Sócrates, ahora adviene como un símbolo de lo inmortal y divino en él mismo.
Paso de lo corporal a lo espiritual, del no depender de las exterioridades y encontrar la felicidad en el interior del alma como fuente de satisfacción espiritual.
La imagen de lo que se abre, que en varias oportunidades menciona el texto, también es una de las alusiones al despellejamiento del sátiro, de un morir a lo inmediato de las máscaras de quien cree ser (Alcibíades como seductor irresistible) y aproximarse a un ámbito de lo universal, pero también de la singularización, y transformarse como Marsyas, en un río que fluye, que discurre para dialogar con el enigma.
 Es de recordar que este tema del despellejar a un ser vivo tiene profundas raíces en diversos mitos y rituales. Así en Atenas cada año se le quitaba la piel a un buey, se lo rellanaba con paja y se lo colocaba en los campos por arar a fin de fomentar la fertilidad , la fecundidad y el crecimiento. En la religión mexicana antigua se decapitaba a una mujer, se le arrancaba la piel y un varón posteriormente se envolvía con ella, representando a la diosa luna que resucitaba. Tambien se daban ritos similares entre los escitas y que, según Herodoto, despellejaban a un vaca y la rellenaban como forma de expresar la renovación y el renacimiento. Los chinos y los frigios tenían ritos análogos.
 Asimismo es significativo el colgamiento de la piel de Marsyas en un pino, ya que dioses como Odín, Attis y el mismo Cristo fueron suspendidos de árboles, antes de renacer o transfigurarse, no olvidando el simbolismo materno de aquellos y de la madera como materia-mater.
Es decir, la comparación con Marsyas adquiere un importante sentido simbólico de muerte y resurrección a un plano superior. Morir y renacer por el pasaje de la palabra con otro, con Sócrates, que lo incita a Alcibíades a encontrar su deseo. Hay que recordar que en el discurso se dice que así como las flautas del sátiro provocaban un estado de fascinación, también las palabras de Sócrates tenían el mismo efecto numinoso (sin olvidar que él tocaba la flauta).
A su vez, habría que hacer mención a la posible alusión que hay en el  discurso de Alcibíades a la experiencia de la condena a muerte de Sócrates y la manera de afrontar ese morir, el duelo y el dolor por parte de Platón, que es semejante al sacrificio de Marsyas, y que, como ese río que corre y en donde el viento descubre los sonidos maravillosos de las cañas que están en la orilla. Así el maestro amado también renace, como el sátiro, como el daimon Eros, en el recuerdo de sus enseñanzas y que su fluir las hace inmortales.
Experiencias de muerte y transfiguración, señalando la pertenencia de Marsyas a lo dionisíaco, donde el dios que es fragmentado, retorna a la vida, como en la tragedia. Duelo entre Apolo, dios de la cítara y de la luz, y Dionisos, ejecutante de la flauta, y que acompaña por lo indiferenciado para devenir alguien distinto y nuevo.



Bibliografía


Festugiere, J.A.: Sócrates. Bs. As.: Interamericana, 1943.
Frazer, J.G.: La Rama Dorada. Bs. As.-Méx.: FCE, 1956.
Lacan, J.: Le transfert. Paris: Le seuil, 1991.
Mondolfo, R.: Moralistas Griegos. Bs. As.: Ediciones Imán, 1941.
Mondolfo, R.: Sócrates. Bs. As.: EUdeBA, 1988.
Platón: El Banquete. Bs. As.: Miluno, 2007.