lunes, 21 de diciembre de 2009

La psique como proceso de unificación de opuestos.











Dios es mi centro si lo envuelvo en mí y mi circunferencia cuando en Él me diluyo por amor.
Angelus Silesius.



La realidad se expresa dinámicamente como un interjuego dialéctico entre opuestos, en un flujo constante y por momentos con una tendencia hacia una finalidad y meta. En el hombre la aparición de la conciencia posibilita vivenciar esos procesos y, justamente por eso, modifica el sentido que tiene en la naturaleza y pasa a convertirse en una premisa del ser ya que permite percibirlo. Pero es posible considerar que esta cualidad también trae sufrimiento ya que muestra al hombre como contradictorio y paradojico. La conciencia va a interferir con toda una serie de procesos psicológicos que van a ser delegados a lo inconciente e intentándo que su acción se integre al devenir, ya que son incompatibles con las identificaciones yoicas, con sus valores. normas e ideales con los cuales regula su conducta.

Pero es que la psique se manifiesta de tal manera a través de sus funciones compensatorias produciendo simbolos que tienden a encauzar el dinamismo libidinal que había sido bloqueado. Estos establecen una reunificación de un conflicto que se torna desgarrador en donde las dos partes en lucha conviven en ese tercer término que Jung denominó función trascendente.

Ahora bien, siendo la psique un interjuego entre la conciencia y lo inconciente, entre la pulsión y el espíritu, entre lo masculino y lo femenino, por la acción de procesos complementarios y compensatorios, tiende a generar simbolos que canalizan la lucha que se desarrollaba en esos conflictos.

Pero, y este es un aspecto importante, en el hombre la emergencia de lo simbólico produce un cambio en el psiquismo en tanto solo intervenga la conciencia. Es decir, percibiendo, sintiendo y elaborando aquello que produce lo inconciente y en donde residen las fuerzas que señalan un camino de destino vital. Asimismo se da la contingencia que todas esas producciones que se muestran a través de los sueños, visiones, fantasías, relaciones vinculares, etc., sean pasadas por alto y reprimidas o identificándose con el gran poder numinoso que poseen. Esto último no es infrecuente, principalmente por el efecto de exaltación que da la ilusión de una expansión yoica más allá de sus límites propios, y que Jung califica como de semejanza divina o de narcisismo en terminología psicoanalítica. Se siente que se ha alcanzado algo que se podría acercar a lo absoluto.


Esto se muestra como un poder peligroso y fascinante, en la medida en que el yo pierde su carácter de instrumento para la realización de aquello paradójico y que constituye lo arquetipico. El hombre vive una vida que no es la suya propia sino que es actuado y obligado, y con consecuencias generalmente trágicas para él y para otros.


La búsqueda de lo que falta, de lo perdido, mueve a las producciones filosóficas, al arte, a la religión y demás manifestaciones de la cultura, pero solo aquella se torna productiva en la medida en que se reconoce a lo que conlleva a la paradójica reunificación de los opuestos como diferente y distante del yo. Y para ello interviene lo simbólico que ocasiona la ligazón entre el yo y el Si-mismo en un dinamísmo dialéctico.

El hombre se dirige hacia lo que le libere del desgarramiento y de la falta de sentido, que lo redíma de la caída, hablando en términos bíblicos, y una ilusión es la de pretender reencontrarlo a través de la fascinación amorosa, donde en el partener se proyecta aquello que hace al orden de lo Absoluto, de la totalidad a reencontrar. El enamoramiento da la ocasión para revivenciar el momento de unidad originaria y que ya no está.


El arquetipo de la androgineidad expresa su presencia numinosa en la relación con el otro, y aquí es donde se representan los momentos de los desenlaces tragicos, ya que el vínculo pierde su carácter real desconociendo la cualidad diferente e insustituíble de la persona amada, ya que se tiende a que actúe lo que proyecta en ella. Yo me amo a través del otro y donde éste es llevado a asumir un estatus ontológico de exigencias imposible de cumplir.


Ahora bien, se podría pensar que el arquetipo del anima o del animus no proyectado pone fin a este dificil problema. Pero no es así, ya que ejerce su actividad a través de lo afectivo, en el caso del varón, y con estados de animo que oscilan entre la exaltación y la depresión, con sentimientos de inferioridad y de autoerotismo y suspicacia. Solo la no identificación y diferenciación con este arquetipo permite que aquello que producía síntomas, pase a desempeñar su función de relación entre el yo y lo inconciente objetivo. Así lo esos afectos de transforman en imágenes y simbolos, en inspiración y en belleza creativa. Esto como arquetipo de unificación ha sido siempre tema de las mitologías y de las religiones en lo que llamaban hierogamia o bodas místicas en donde el dios y un mortal consumaban la conjunción amorosa, pero que es un símbolo, no la realización concreta y efectiva de algo que remite a lo incestuoso. Solo por el sacrificio de los objetos primarios y de aquello que se halla en estado de proyección en el amado da la ocasión a vivenciar uno de los arquetipos más importantes y que irradia una fascinación que linda con lo religioso. Así lo simbólica posibilita la transformación de lo pulsional en cultura y espíritu.


Así este arquetipo que reune las diversas oposiciones y que es constantemente operante, termina patológicamente poseyendo al yo, en el caso en que se de la identificación con él, impidiendo su realización conciente. Sentimientos de omnipotencia, de megalomanía son característicos, pero también incita a seguir ideas y personajes con los que se relaciona con cualidades de dependencia y sumisamente y diríamos de manera casi masoquísta y con los cuales participa de esa exaltación y poder. Así el dinero, la ideología, gente que actúa como líder, etc.. En ambas situaciones no se da una relación dialéctica entre el yo y el sí-mismo, que es proyectado en aquellos, sino que ha habido una contaminación de estructuras que deben diferenciarse para actuar armónicamente. La idea del superhombre, de un ser sin fisuras y omnipotente, sin debilidades se hace frecuente en lo cotidiano actual.


Pero también es la oportunidad de dar cause a una experiencia que Jung denomina como proceso de individuación, en donde se unifican concientemente los opuestos más diversos y enuncia el encuentro con un proyecto de vida que los taoístas denominan Tao y los budistas Dharma. Pero su transitar es arduo y dificil, donde la pacificación de los elementos en conflicto solo se mitiga en la medida en que concientemente se los afronte y con la carga de angustia y dolor que ello significa.


El sí-mismo abarca lo superior y lo inferior del hombre y el transcurrir por sus diferentes funciones y estructuras de la ocasión de una renovación existencial. Así uno de los simbolos más importantes que expresa esta situación es el denominado mandala y que en sánscrito significa círculo mágico. Este reune en un todo los diferentes aspectos y modos del ser, tanto psiquicos como espirituales y materiales. Es la representación generalmente pintada de un centro del cual emana la psique y la realidad que se hace múltiple y donde se integran las modalidades y fuerzas que en apariencia son contradictorias. Justamente, la creación de mandalas es la ocasión de integrar y dar un orden a lo disociado, pero también es la posibilidad de encuentro con una instancia superior, donde el yo ya no es el centro rector y sujeto único con su diversidad de máscaras narcisistas, sino que abdica de estas funciones y pasa a entablar una relación con ese centro-sujeto superior que es el selbst. Se opera un doble sacrificio, del yo en tanto acepta su deficiencia y su dependencia de eso supraordinado, y del sí-mismo que se actualiza y realiza espacio-temporalmente dejando la indiferenciación transpersonal y la adquisición de una conciencia relativa.




Un nuevo núcleo de operatividad en donde el yo buscará llevarlo a su cotidianeidad y en donde señala hacia el desarrollo de la personalidad, en una unificación de los más diferentes pares de opuestos.




La persona ya no se aliena en una máscara, a la que mostrará para ocultar su ser, sino que acepta la contradictoriedad de su naturaleza en un instancia simbólica superior y que no es el super-yo de Freud con su carácter de ley paterna, sino que es el sí-mismo que representa la ley del espíritu y de la naturaleza en su carácter de matriz inagotable de simbolos unificadores. Estos se han manifestados de infinitas formas a lo largo de la historia humana y que aparecen como el círculo, la cruz, la cuaternidad, el punto, la boda mística, el niño, el huevo, y que en cada cultura adquieren cualidades religiosas y de máximo valor vital. Algo semejante ocurre en la psique donde lo peculiar y único se entrelaza con lo universal, posibilitando la salida de lo estrecho del narcisismo yoico y dirigiéndose a lo indeterminado y transpersonal del sí-mismo y dándose una auténtica entrada en la cultura, no ya alienante y cosificadora sino en perenne renovación por medio de los simbolos. Solo es necesaria la cuidadosa y atenta percepción de todo lo que señalan las producciones de lo inconciente y donde será la ocasión para el surgimiento de un auténtico proyecto de sentido existencial.
Puco de la cultura de Santa María, Salta, en donde los opuestos como el pájaro y la serpiente dan un dinamismo al suri, que aparece con los ojos que son gérmenes de fertilidad y creación.

martes, 1 de diciembre de 2009

Una experiencia trágica en la vida de Bernini como transformación del anima.


"Quiso el Señor que viese algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí, hacia el lado izquierdo en forma corporal; lo que no suelo ver sino por maravilla... Esta visión quiso el Señor la viese así. No era grande, sino pequeño, hermoso muchacho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan... Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y me llegaba hasta las entrañas. Al sacarle me parecía lo llevaba consigo y me dejaba abrasada toda en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos; y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se me quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo y aún harto."



Santa Teresa de Jesús. Libro de las misericordias divinas.





La confrontación con el anima aparece como una de las circunstancias fundamentales en el proceso de llegar a ser sí mismo. Las dificultades que se van desarrollando serán las que hacen al proceso de individuación. El arquetipo del anima entraña una problemática que por su carácter inconciente y extraño al varón hace que la relación con ella solo se perciba a través de las proyecciones y de las identificaciones, impidiendo ambas actitudes una asimilación que solo será posible a través de una toma de conciencia diferenciadora. El anima es la imagen inconciente de la mujer en el varón y uno de los arquetipos de mayor importancia ya que comprende al espacio virtual, la forma vacía que será llenada por las diversas mujeres que se han relacionado con el hombre, empezando por su madre, su familia y otras que ya hacen a lo exogámico, influencias culturales, ideas acerca de la mujer que tenga su padre y el medio con el cual que se vincula. Mundo oscuro que hace a lo interior y, por lo tanto, a lo conciente y externo.



Así el anima significa lo animoso, lo vital, lo que se mueve, dando lugar a estados afectivos que van desde las depresiones hasta las exaltaciones y llegando a crear un carácter delusivo a las relaciones con las mujeres cuando no su idealización.


El arte ha sido siempre por su cercanía con lo inconciente un medio de expresión del mundo imaginal arquetipico. Pero no es posible dejar de entenderlo también de manera personal ya que se enlaza con la vida y los sucesos de los artístas y que con la destreza técnica que los caracteriza, dan forma a aquello que en principio es informe e inconciente posibilitando elaborar y asimilar complicaciones psicopatológicas de su biografía. Además otorga un cauce a tendencias que subyacen a la sociedad de su época y sus cuestiones fundamentales.


Pero para nuestro tema nos centraremos en un hecho terrible que protagonizó el escultor Gian Lorenzo Bernini. Este nace en Nápoles el 7 de diciembre de 1598 y llega a Roma en1605, ciudad que ya nunca abandonará. Arquitécto genial es una de las figuras que dará forma a la Roma de los papas, la Roma barroca, con sus fuentes, baldaquines, columnatas, etc., siendo el artista oficial del Vaticano y de manera especial durante el pontificado de Urbano VIII. Vivía el exito alcanzado y un status de poder de gran importancia. Pero he aquí que hacia 1540 ocurre un suceso que va a trastocar ese personaje.


El artista convivía con Constaza Bonarelli, mujer casada con uno de sus ayudantes. Un día alguien le informa que cuando se iba de su casa su hermano ingresaba a la misma siendo recibido por Constanza, retirándose a las horas y antes de la llegada de Bernini. Ante esto Gian Lorenzo, un día, habiéndo simulado dejado su hogar se esconde en una casa cercana y confirma sus sospechas cuando ingresa a su casa y encuentra a su amante en brazos de su hermano. Así es que comienza a perseguir puñal en mano a aquel por las calles de Roma y que gracias a la intervención de quienes por allí transitaban impiden que le diera muerte habiéndolo golpeado antes muy duramente.


Pero aún quedaba un hecho más sangriento. Por la tarde contrata a un asesino a sueldo para que con un cuchillo le haga tajos en el rostro a Constanza Bonarelli. Por sucesos de tal magnitud interviene la justicia de Roma y condena a la herida Bonarelli a dos años de prisión por adulterio y a Bernini a pagar una pequeña multa en dinero. Sus contactos lo protegían ya que era amigo personal del papa.


Ahora bien, creemos que este hecho afectó profundamente a Bernini y en especial cuando un tiempo después se le encarga la construcción de dos torres para la fachada de la basílica de San Pedro. La obra se realiza pero al poco tiempo aparecen unas grietas que los expertos recomendarán la demolición de las mismas. Allí el artista pierde el favor del papa Inocencio X. Ante esto se recluye en su casa y entra en una depresión y en una enfermedad que no se dan detalles. Mientras tanto esculpe La Verdad que se entiende como un acto de penitencia.


Pensamos que los errores en la construcción de las torres son el resultado de aquel sangriento incidente con la Bonarelli y su hermano. Las torres, símbolos fálicos se caen, su falo y su mascara de omnipotencia e hybris también se agrieta, igualmente pierde el poder quien hasta hacía poco estaba impune. Los graves errores cometidos creemos que son una compensación de esta situación, de sentimientos de culpa y autocastigo que afloran. Además, su rival Borromini, es el nuevo arquitecto que el papa contrata.



Ahora bien, consideramos que estos hechos afectaron muy profundamente a Bernini y que esto conllevó un estado de meditación y reflexión y también de regresión. Pero he aquí que ante el fracaso una importante familia de Roma, los Cornaro, le encargan un conjunto escultórico que debía relatar el éxtasis de Santa Teresa de Jesús. Ahí plasmó una de sus mayores esculturas que concluye en 1652 y donde muestra la conjunción del éxtasis, tanto espiritual como sensual, ya que sus expresiones no son muy distantes del orgasmo sexual. Allí vemos al angel que apunta un dardo hacia la santa, siendo una clara representación de Cupido-Eros. Santa Teresa suspendida en el aire donde su hábito simula ser como unas ondas de agua que se mueven en su entrega amorosa.





Este suceso lo describe la santa en su biografía que escribe en 1562. Allí narra tal como lo transcribimos más arriba una experiencia extática cuyos componentes eróticos son manifiestos . En otras de sus obras como Las Moradas muestra un transcurrir por diferentes estancias de un castillo interior hasta llegar a un centro del mismo y en donde ocurre la unión y matrimonio místico con Jesús. El tema del amor, de la unión por el éxtasis eran centrales en esos momentos y recordamos a San Juan de la Cruz con su Subida al monte Carmelo que se basa en el Cantar de los cantares.


Así nuevamente se expresa la conjunción del Yo, de la conciencia con lo inconciente y que aparece personificado como anima o animus. Esto no es extraño al pensamiento religioso de todos los tiempos cuando hacen referencia a las hierogamias, la unión con el dios. Pero entonces es cuando ocurre una experiencia relativa a un proceso de unificación en que la conjunción con el anima/animus posibilita la relación del yo con lo inconciente colectivo estableciendo la vinculación entre los más variados pares de opuestos y en especial del yo con el si-mismo.



La flecha que arroja el ángel-Cupido fecunda, en el caso de la santa, por parte de su animus, lo que dará pie a un extraordinario proceso de desarrollo espiritual y de acción en el mundo de su época. Pero ¿qué pasa en Bernini? Pensamos que el trabajo que realiza implica todo aquello que representa su anima, tal como la capacidad creativa. Se instaura y se sublima una erótica que como en el caso de la Bonarelli, ya no llevará a situaciones trágicas. El Extasis de Santa Teresa posibilita un encuentro con el anima donde ya no se da una proyección sobre una mujer real sino que se torna experiencia interior asimilándo los contenidos de este arquetipo. La obra expresa lo nuevo, lo erótico, pero espiritualizado en que se establece una distancia diferenciadora con aquellos contenidos que antes fueron proyectados sobre la mujer amada en una pasión destructora. Justamente el colocar al anima en un objeto exterior desembaraza al sujeto del confrontarse con su mundo interno. Creemos que esto es central en esta escultura.




Así la integración del anima permite que, en primer término, el retiro de las proyecciones con todo el cúmulo de manifestaciones afectivas abrumadoras que sobre la mujer elegida se trasladan. Y en segundo lugar que aquello que aparecía externalizado se establece como una función de relación entre el yo y lo inconciente arquetipico, transmitiendo sus símbolos e imágenes. Pero este proceso se manifiesta y expresa en un busto que el artista crea en 1632 y que corresponde a Constanza. Ahí se percibe una mirada con ojos muy abiertos que es frecuente encontrarlas en personalidades de tipo histéricas, pero asimismo el miedo y el terror que se observan, ¿no estarían preanunciando aquellos hechos terribles que desfiguraron su rostro? ¿Era Constanza la atemorizada o era la proyección que hacía Bernini sobre ella y donde ya lo trágico se estaba incubando? ¿o en ambos?. A su vez se ve que en el autorretrato que el artista realiza en 1665 su mirada es muy semejante a la que aparece en el busto de la Bonarelli. Leonardo da Vinci decía que había una tendencia natural a dibujar modelos con los rasgos propios del artista y que debía estar alerta de esto. Así es que pensamos que el anima de Bernini toma forma en los rasgos de ese busto.




Así el tiempo transurrido del desgraciado suceso con la Bonarelli y la acción de esculpir posibilitó que se activaran toda una serie de estructuras arquetípicas que dieron la oportunidad de una toma de conciencia reflexiva, un meditar sobre su vida que manifiesta un cambio vital de importancia. Lo que antes estaba puesto en una mujer ahora vuelve como experiencia interior, el éxtasis que encontraba afuera ahora se lo vivencia desde adentro.



Así es que la transformación que se opera corresponde a un proceso energético de cambio que puede ser entendido como de muerte y transformación en donde la psique compensa las dificultades que surgen en su transcurrir y permite a través de la simbolización la superación de las mismas.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Varones







Paisaje. Pintado por mi padre.


















Plaza Real. Pintado por mí.

























Tito. Mi abuelo.















Pedro. Mi bisabuelo.




























































































jueves, 12 de noviembre de 2009

La imagen femenina en el varón como problema.






Me robaste el corazón,
hermana mía, esposa,
me robaste el corazón
con una mirada tuya
con una perla de tu collar.

El cantar de los cantares








En su autobiografía del año 1961 Carl Jung marca una diferencia entre su pensamiento y el de Freud. Allí dice que este dejó de lado el amplísimo campo de lo femenino y lo ejemplifica que olvidó, a partir del mito gnóstico, que dice que el dios superior al creador del mundo y que es el demiurgo-super-yo-paterno, envió un vaso o Krater para que los hombres se sumergieran en él y hallaran su redención y salvación. Allí como en la alquímia se producían las transformaciones de la materia y del espíritu. Así es que Jung retoma prioritariamente ese principio de lo femenino que es el Krater, el vaso que que posibilita toda una serie de transmutaciones. Ya no es el vientre materno que ahoga, lo oscuro y el mal tal como la caracteriza Freud y que debe ser legalizado por la ley, la palabra paterna, para inscribirse en la cultura, sino que alcanza igualdad dinámica con el arquetipo masculino.


Dijimos antes que le vaso es quizá el símbolo más general para significar a lo femenino ya que es el lugar que guarda a lo interior, lo oscuro, lo que hace a la intimidad, es decir a lo inconciente. A diferencia de lo conciente que posee cualidades masculinas en sentido genérico y que corresponde a un pensamiento dirigido, abstracto y voluntario. Para lo inconciente las leyes que lo rigen son distintas, en donde la simbolización, la no contradicción y la analogía junto con el libre flujo de las asociaciones, son algunas de sus características distintivas. Pero justamente de ese fondo abismal, de ese ungrund, es de donde emerge la conciencia y la unicidad del hombre, ese estrato originario en que se hallaba contenido y que puede ser entendido como materno. Así la posibilidad de adquirir conciencia distancia de aquello autónomo y generador de todo ese infinito campo y que arquetípicamente es posible entenderlo como un matricidio, en que se abandona a lo que representa a todo lo que significa la madre, es decir a lo inconciente, para arribar a un nuevo nivel que es el de lo paterno, de la ley, de la institución, de la abstracción y la voluntad en donde el yo se constituye.


Pero este cambio también permite la aparición de un nuevo arquetipo que emerge de ese estrato primordial pero que cualitativamente es diferente y que Jung denominó anima. Este término es afín con todo lo que es animado, animoso, desanimado. Palabra que no es de concepción científica pero que fue elegida deliberadamente para expresar todo lo que no es posible hacerlo por lo conceptual y que atentaría contra su esencia femenina. Asimismo se lo usa para resaltar su carácter autónomo y personificable. No debemos olvidar que Jung la encuentra como imagen arquetipica en su práctica clínica y específicamente en las relaciones transferenciales y contratransferenciales con sus pacientes mujeres.


Es decir que con este término solo es posible acercarse desde lo que da vida, lo vital, lo que se mueve y mueve, lo irracional, el sentimiento, lo intuitivo. También Jung le otorga una función de vínculo entre la conciencia y lo inconciente arquetipico y poseyendo en el varón cualidades femeninas. Es decir, se hace psiquismo o alma, órgano de visión que expresa el mundo interior de símbolos y de sentidos y se convierte en conductora y guía hacia lo nuevo, lo creativo, lo espontáneo de una renovación en todos los planos de la existencia.







Cuando se da su presencia luego de haber superado la relación primaria con lo materno, se manifiesta en el varón proyectada en la mujer amada (y también odiada) y muy especialmente en el enamoramiento. Es en este estado en que el hombre se haya en un momento de plenitud, de éxtasis, de integridad, es decir de encontrar a su alma.


Allí da lugar a que fuerzas y energías comiencen a actuar desde un fondo que no se controla, es más, que es ex-tático, que nos saca de sí, dando sentido y valor a la vida. Esa es el anima, el alma, que configura el devenir con un carácter hasta religioso. Pero este es solo posible asumirlo en una relación de enamoramiento, de amor romántico y que solo ahí se presentan sentimientos y vivencias que hacen a lo religioso y en contraposición con la secularización y desmitologización de los tiempos actuales. Es justamente la proyección del anima la que provoca todas las distorsiones que son características de la pasión en donde no se ve a la otra persona sino que se cree percibir y recuperar aquello faltante, aquello que da vida y plenitud en la pareja con la cual me relaciono. De aquí las dificultades que comienzan a entablarse en ese vínculo ya que la relación es conmigo mismo, con mi propia imagen del alma y no con alguien particular, no hay un trato Yo-Tu sino Yo-Ello, según la terminología de Martín Buber.

Entonces la cuestión es cómo entenderse con el anima que provoca tal distorsión. Creemos que solo puede darse en la medida en que se pueda distinguir entre el mundo interno y el externo, ubicar esa imagen que no es humana y que pertenece a lo imaginario e inconciente, que no es humana sino diosa, maga y afrontarla e integrarla como parte de nuestra personalidad y verla como desde donde emana lo simbólico y que puede dar un sentido a la vida y no hacerlo solo a través de una mujer concreta, ya que allí se incorpora a otro nivel y status de realidad. Es decir, se le pide que realice y corporice a esa imagen de plenitud vital, circunstancia que trastornará a ese vínculo por su imposibilidad.







La relación del anima con lo filosófico y religioso no es nueva ya que, así en el pensamiento hindú se la denomina maya y es aquella fuerza que genera lo ilusorio de la existencia. Es una potencia dinámica que crea los fantasmas de la multiplicidad de la realidad. Pero también la llamaban Shakti que era la energía material del dios Shiva y también su consorte. El pensamiento que hace al gnosticismo entendía que la realidad se genera por el interjuego de parejas de opuestos masculinas y femeninas, idea semejante a la que postulaban los alquimístas y que tanta imporancia tiene en el pensamiento de Jung.



El arte ha sido desde siempre una de las maneras fundamentales para dar forma a ese mundo de imágenes arquetípicas y que ha permitido visualizar cómo han ido variando en el transcurrir histórico. El anima como lo divino dormido y que personifica lo inconciente del varón, en algún momento despierta y comienza a crear trastornos y complicaciones. Pero aún mucho más cuando la diosa se hace de carne en una relación con una mujer mortal. Surge el terror a su potencia, a su fascinación, a su carácter de bruja y hechicera, de maga. Esta situación muchas veces se compensa con el incremento de la voluntad de poder, con una inflación yoica que tiene la finalidad de protegerse de la mujer desvalorizándola o llegando a ejercer violencia contra ella. El hombre solo centrado en su mundo patriarcal comienza a inquietarse cuando esa imagen que generalmente encuentra afuera, en lo exterior, lo espera para guiarlo por un territorio oscuro y desconocido que es lo inconciente.



Pero también pudo haber sucumbido a su influjo y volverse infantil, dependiente, impotente y con una masculinidad de escaso desarrollo y que compensará por medio del poder que pretende ejercer sobre otros.






Así lo femenino se muestra como un mundo de pensamiento mágico, de poesía, de manticismo, que no es afín a lo logico del discurso, pero que en la difícil tarea de confrontarse con esta figura y reconciéndola como propia, es posible reintegrar todo un espacio psíquico que no es cotidiano al varón.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La ciudad de Toledo en las pinturas de El Greco como símbolo del sí-mismo

En el contacto con la realidad circundante el hombre establece relaciones de mutua dependencia, en donde ambos se influyen y conforman y en lo que hace al hombre por su capacidad de productor de imágenes y símbolos. Ciertas ciudades han constituido en algunos tiempos y lugares centros numinosos que las han transformado en sagradas tales como Cuzco incaico, la Teotihuacán de los toltecas, Jerusalén, Ankgor Vat en Camboya, entre algunas muchas, donde su construcción remedaba el plano de otra celestial o arquetípica. Dioses que se aparecián en sueños y mostraban el diagrama de la ciudad a edificar o de sus templos religiosos, como por ejemplo cuando el rey de Lagash ve en sueños al dios que le revela cómo debería ser su morada. Estas ciudades eran centros ontológicos y metafísicos en que se ponían en contacto diferentes niveles de la realidad. Así Babilonia era llamada lazo entre el cielo y la tierra. También entre los romanos cuando fundaban una ciudad trazaban un círculo, el mundus, que era la zona de intersección entre las existencias superiores, las terrestes y las subterráneas.


Estas referencias nos posibilitan vislumbrar que la ciudad no era solo un conglomerado de edificaciones sino que se convertía en un punto medial, en lugar desde donde fluye toda la realidad. Esta concepción es central en las pinturas mandalas del Tibet en donde su diagrama era un espacio edificado. Por ello es que entendemos que esta concepción remite a estratos muy profundos del psiquismo y que referencian a una representación arquetipica. La imagen de la ciudad es la expresión de un centro, de aquello desde donde emerge lo psiquico y su dinámica que es el sí-mismo. Este comprende lo conciente y lo inconciente, el todo del hombre que desde un estado de indiferenciación va surgiendo la conciencia y el yo, adviniendo una imagen rectora del desarrollo que hace al proceso de individuación como descubrimiento de lo más peculiar y esencial del hombre, en un intercambio dialéctico entre los diversos pares de opuestos que forman la psique. Proceso que da sentido y estímulo al acaecer vital en que el hombre vislumbra qué es.


Nos resulta significativo las dos pinturas que Domenico Theotocopuli, El Greco (1541-1616), hace de la ciudad de Toledo y que adquieren tal magnitud que, y en especial la primera, han sido consideradas como las pioneras en el arte occidental donde el motivo central es la ciudad. Así Vista de Toledo (1595-1600) y Vista y plano de Toledo (1608-1616) son las dos obras que intentaremos dilucidar y mostrar cómo en ellas se despliega plásticamente el arquetipo del sí-mismo. La potencia que poseen estas dos pinturas muestran una verdadera experiencia de lo numinoso.




El Greco llegó a Toledo en 1577 proveniente de Roma. Aquella era ciudad centro del imperio que por esos tiempos tenía como monarca a Felipe II. Allí nace su hijo Jorge Manuel, fruto de su relación con su compañera Jerónima de las Cuevas, con la que nunca parece haberse casado. También allí cambia su estilo pictórico y adquiere rasgos que son únicos en el arte, superando su formación anterior y especialmente la que obtuvo en Venecia con Tiziano. Asimismo no debemos dejar de mencionar que la ciudad fué durante el medioevo la sede de una escuela de traductores que era inigual en Europa. Tampoco olvidar que allí la mística del siglo de oro tuvo una importancia fundamental, como la fundación del segundo convento del Carmen por Sta. Teresa de Jesús y coincide la publicación de una de sus principales obras como Las moradas o el castillo interior, 1577, con el año en que el pintor llega a la ciudad. El encarcelamiento por sus "hermanos" del carmelo que hacen de Juan de la Cruz, ocurre en ese mismo año, siendo su huída la que le permite salvarse de la muerte a que lo habían condenado. Así es que la ciudad tiene una importancia afectiva e intelectual en la vida del artista donde las formas arquetípicas del psiquismo se aúnan con la materialidad de aquella.




En Vista de Toledo (1595-1600) se visualiza como una aparición espectral y fantástica donde los colores azulados y plateados señalan a una luz de tipo lunar, es decir refiere al ámbito de lo inconciente, de lo visionario. Pareciera que la claridad solar, de lo diurno, de lo conciente, dejara paso a otra realidad interior. En una carta, su maestro Julio Clovio cuenta que una vez habiéndolo visitado, aquel le dijo que no abriera las cortinas de su taller ya que "esa luz del afuera turbaba su luz interior".


En el inventario que de su extensa biblioteca hizo su hijo figuraba un libro de Artemidoro y es muy probable que fuera el referente a la interpretación de los sueños y que tan en cuenta tuvo Freud. Por esto es que vemos que el pintor trabaja y desarrolla sobre un espacio de realidades que salen de los fenómenos de la mera observación de lo externo. Justamente este transitar de lo arquetipico a lo exterior y diurno es lo que hace que Toledo se convierta y se manifieste como símbolo, es decir como aquello que integra diferentes y contradictorios aspectos de la realidad, tanto interna como exterior siendo la mejor representación posible de todo un mundo desconocido y que solo es posible hacerlo por ese medio. En la pintura el cielo presenta aspectos fantásticos y hasta demoníacos, donde pareciera una anticipación de momentos previos al apocalípsis.


Ahora bien, creemos que es necesario recordar el sustrato ideológico y místico que por ese tiempo impregnaba a la ciudad. Así San Juan de la Cruz escribía que para poder unirse a Dios era necesario atravesar una noche oscura. La vista de la ciudad muestra justamente esa inmersión en lo inconciente, ese descenso a los infiernos, donde "esta dichosa noche, aunque escurece el espíritu, no lo hace sino para darle luz para todas las cosas", nos dice en La subida al monte Carmelo Fray Juan. Pero tampoco debemos dejar de mencionar las lecturas que El Greco hacía de bibliografía neoplatónica como el pseudo-Dionisio o del renacentistra Patrizzi.



Por ello es que la ciudad se presenta como la manifestación de realidades opuestas, de lo real y lo fantástico, de lo divino y lo demoníaco, la historia y la naturaleza y de aquí el carácter fascinante e inquietante de la pintura. Símbolo del sí-mismo cuya característica es la de la conjunción de oposiciones donde lo espiritual y lo corpoaral-pulsional no son antagónicos. Es un centro operante director de la psique en que el yo es un instrumento para su realización.



En El Greco la vista de Toledo indica un interjuego entre la luz y la sombra, lo sublime y lo siniestro en una dinámica paradòjica. Concepción que se asemeja a las que desarrolla el místico y filósofo Jacob Boheme (1575-1624) donde el mal es el fondo de la oscuridad del propio Dios y momento necesario para la manifestacíon divina y positiva. Un pensamiento similar se expone en la cábala cuando esta considera que lo tenebroso no es ajeno a la divinidad sino que se convierte en negativo y destructor, satánico, cuando se desimplica de la totalidad y de la unidad. La tensión entre contrarios es parte de toda acción humana y hace al desarrollo en tanto operen de manera conjunta sin unilateralidades.



En la pintura de El Greco esta coimplicancia de contrarios, esta presencia y revelación que hace a la luz y las tinieblas, se vislumbra un fondo común que en las formulaciones que plantean que desde lo originario, Dios y Satán eran cualidades de lo numinoso mutuamente vinculados, tal como expresan ciertas vertientes del pensamiento judaico.


Así, estas comparaciones remiten al arquetipo de la totalidad, el selbst, que abarca en unidad lo superior y lo inferior y que solo la conciencia del hombre puede diferenciarlos e integrarlos en el curso de su individuación. Las pinturas muestran aquello que hace a una superación del desgarramiento y en contexto histórico a las luchas de religión que asolaban a Europa.



Pero pasemos a considerar la segunda de sus pinturas Vista y plano de Toledo que el artista la ejecuta entre 1608 y 1616, último período de su vida y mostrando aspectos que señalan una evolución y diferencia con la anteriormente tratada. Significativo es el predominio de la línea horizontal en contraposición a las figuras verticales y alargadas que tienden hacia lo alto y que son características de toda su obra. Hay un predominio de colores tierra y la presencia de personajes humanos y divinos. La colina adquiere una importancia central donde "sostiene" a la ciudad y que ya no tiende hacia las alturas, como en la anterior, sino que hasta parece descender.




Asimismo la ciudad está bañada por una luz plateada-lunar, por ello es que pareciera que se humanizara, se hiciera más terrenal y corporal, cotidiana. Centro que se materializa tornándose actualidad. Recordemos que esta obra pertence a las últimas que pinta El Greco y que indica una realización de un todo, del selbst, donde el llamado de la vocación, de lo que voca, se lo cumple durante su transcurrir histórico. Así es de resaltar el personaje que a la derecha sostiene el mapa de la ciudad. Siempre ha resultado enigmática su presencia ya que no se corresponde con la que generalmente introducía un tema pictórico y cuyo modelo solía ser su hijo Jorge. Así es que la interpretamos como una figura que hace a la renovación de sí (recordamos que se hallaba cuando la pinta ya cerca de su muerte), de aquel arquetipo que indica hacia nuevas posibilidades vitales, pero que al exhibir el plano pareciera que señala hacia lo realizado, el despliegue en su vida de la mismidad, de sus caminos y trancurrires existenciales.
El color marrón de su vestimenta resalta junto con el de la colina haciéndose concreción y materialización de su proyecto. Joven que emerge de la ciudad-madre-arquetipica, entelequia. Personaje que connota la búsqueda de una naturaleza del orígen y de sus propias raíces, de los inicios con los que se topa al final de su vida y de una de conformación de su obra. Mediador que reunifica los contrastes de lo conciente y de lo inconciente y que deviene un todo salvador. No nos parece casual que el pintor haya ubicado sobre una nube y fuera del conjunto de la obra el hospital de Juan Tavera. ¿Es qué, acaso, lo hace para señalar el sitio y lugar de la hospitalidad, de la cura, de lo medicinal para el desgarramiento del hombre?

En la parte superior del cuadro se ve a la vírgen entregándole la casulla a San Ildefonso y un ángel cabeza hacia abajo, donde pareciera que nuevamente se subraya el movimiento descendente hacia lo cotidiano y terrenal.

Así es que el trancurrir por las dos pinturas del genial artista, se presenta la ciudad de Toledo como un centro numinoso que expresa plásticamente el arquetipo central y regulador que se denomina sí-mismo, y donde se expone su naturaleza paradójica de luz y sombras, de bien y de mal, pero que en su accionar conjunto lleva al hombre a la manifestación y concreción de su destino vital.


miércoles, 21 de octubre de 2009

Una fenomenología del "descenso a los infiernos".










Haz que tu ser descienda, baja pateando el suelo y vuelve a subir del mismo modo. (Fausto patea el suelo y se hunde), ¡Si la llave le diera un chasco! ¡Curioso estoy por si vuelve!.


Goethe, Fausto.

















El hombre atraviesa por circunstancias durante su vida que abren o cierran un ciclo vital. Karl Jaspers las llamaba situaciones límite, donde no hay solución posible. La pérdida de las referencias que nos permiten orientarnos y dar una respuesta adecuada ya no sirven y es cuando en esos momentos la oportunidad de que fuerzas arquetípicas, que forman ese fondo más auténtico del hombre hagan su aparición. Corresponden a ese núcleo de significación que otorga un auténtico sentido a la vida humana y especialmente en tiempos de crisis.




Pero aquello que la psique aporta en esas circunstancias y con características sanadoras, es la facultad de producir símbolos y siendo éstos la mejor representación posible de aquello psíquico desconocido. Allí entran aspectos concientes e inconcientes, son centros vitales y portadores de significación, que intiman, incitan y compelen a confrontarse concientemente con ellos. Su meditación lleva a elaborar perspectivas vitales, puntos de vista y tendencias cognoscitivas y afectivas, intuitivas y sensoriales ante los diversos requerimientos de la vida. Lo posible hace acto de presencia a través de una forma donde el hombre no los inventa sino que los encuentra en una apertura a lo inconciente. La estrechez del yo con su carga de pensamientos, recuerdos, afectos, establece una relación dialéctica con un extenso e infinito campo que hace a un centro superior al yo y que se denomina sí-mismo. Ya Ernst Cassirer entendía al hombre como un animal simbólico donde de lo limitado se pasa a lo inagotable del símbolo.






Ahora bien, estos se hacen presentes a través de los sueños, las fantasías, visiones y de todas aquellas producciones de lo inconciente que rompen la continuidad del yo. Entendemos que el arte es una de sus expresiones privilegiadas ya que allí se da cuerpo y figura a todo aquello que en principio es informe y por ello angustiante y de temer. Así es que presentaremos algunas fotografías que refieren a un descenso a los infiernos, motivo que ha sido universal a las culturas de todos los tiempos. Su permanencia e importancia señala que cumple una función muy significativa en la economía psíquica, en su crecimiento y desarrollo y especialmente en lo que hace al enfrentamiento de situaciones difíciles. Podemos decir que aparece dando un sentido y simbolización a hechos que conllevan vivencias de crisis, de sufrimiento y, asimismo, de cambio y transformación, ya que allí en esas profundidades también es posible reecontrarse con aquellas imágenes arquetípicas que enmarquen en algo significativo a ese sufrir. Desde lo oscuro nace la luz y se gesta lo nuevo, pero para ello es necesario exponerse voluntariamente y arrostrar los peligros que ese descenso conlleva. Lugar de miedo, de soledad, de enfermedad, pero solo aquel que lo transita puede alcanzar aquel tesoro que hace a una de las metas más importantes de la vida. En la medida en que el héroe enfrente su propio infierno de situaciones pasadas y de posibilidades futuras, de culpas y de terrores, de angustias y exaltaciones, solo de allí puede emerger y constelarse y, principalmente en el varón, un nuevo arquetipo, que si bien proviene de lo materno, es cualitativamente diferente de este ya que entraña una superación y que se denomina anima. Es aquello que pone en contacto con lo irracional, con lo dejado a un lado por la razón instrumental, lo mántico, lo orgiástico, lo religioso y místico femenino que inspira desde la constitución de un mundo interno. El héroe adquiere en esa lucha su auténtica masculinidad que se halla en ese fondo abismal y en que rescata a su compañera eterna posibilitando que la existencia se convierta en vitalmente interesante. Así el descenso a los infiernos se muestra como una dinámica que opera en la psique de todos los hombres y nuestro propósito será el de acercarnos un poco desde nuestra particular vivencia personal.











Per me si va nella cittá dolente


per me si va nell´eterno dolore

per me si va tra la perduta senda.


(Dante, Inferno 3,1)




Más dime, ¿cómo y por qué raro efecto


has descenido hasta este bajo centro


del amplio sitio para tí dilecto?.


(Infierno 2, 81).





The great mother is the terrible goddess of the earth and of death is herself the earth, in wich things rots. The earth goddess is de devourer of the death bodies of mankind and the mistress and lady of the tumb... she es mistress of the vessel and at the same time the great underwold vessel, into wich the death souls enter and out wich they fly up again.


(Erich Neumann, The great mother).













The laberynthine way is always the first part of the nigth sea voyage, the descend of the male following the sun into the devouring underwold, into the deathly womb of the terrible mother.






(Erich Neumann, The great mother).









Sin embargo solo atraveasando esos límites , provocand0 el otro aspecto de la misma fuerza, o sea el destructor, para el individuo ya sea vivo o muerto, a una nueva zona de experiencia... La aventura es siempre y en todas partes un pasar más allá del velo de lo conocido a lo desconocido; las fuerzas que cuidan la frontera son peligrosas; tratar con ellas es arriegado, pero el peligro desaparece para aquel que es capaz y valeroso.




(Joseph Cambell, El héroe de las mil caras).













El héroe cuya liga con el yo ya está aniquilada cruza de un lado y del otro los horizontes del mundo, pasa por delante del dragón tan libremente como rey por todas las habitaciones de su casa.


(Joseph Campell, El héroe de las mil caras).
















Entramos al camino tenebroso


para volver a ver el claro mundo,


y, sin cuidarnos de ningún reposo,


salimos, el primero y yo segundo,
hasta del cielo ver las cosas bellas;

por un resquicio de perfil rotundo,

a contemplar de nuevo las estrellas.

Inferno, 34, 135/9.











Todo lo efimero


símbolo es solo;


es aquí un hecho


lo inasequible;


lo eterno femenino siempre arriba,


con potente acicate nos aguijonea.

Fausto.




Alegremente recibimos a este que viene cual crisálida; también nosotros podemos lograr la angélica gracia. Desparramad esos copos que le envuelven y coartan. Ya reluce hermoso y grande, lleno de vida sagrada.


Fausto.

































































martes, 15 de septiembre de 2009

El monstruo. Algunas notas psicológicas.

Un débil feto, un provecto anciano,
con el sobrenombre de dragón.
Para eso se me ha encerrado,
para que nazca como rey.
Verus Hermes, 1920.
.
Deformaciones, excrecencias, tamaño excesivo, falta de cultura, maldad, son algunos de los adjetivos que se pueden dar al término monstruo. Pero así como siempre ha suscitado interés tal fenómeno, esto nos remite al psiquismo del hombre que desde su interior aparecen figuras y personajes que hacen a las fuerzas arquetípicas que lo constituyen y que refieren a toda una gama de formas a las que se los designa como monstruos. Los mismos son hasta cierto punto fáciles de detectar en el mundo exterior, pero la situación comienza a complicarse cuando emergen y comienzan a transitar libre y autonomanente en sueños, fantasías, visiones.


Lo monstruoso rompe el espacio, el tiempo y el cuerpo, donde trastorna el orden de lo natural como aberración morfológica. Así se muestran brujas con tres pechos, hombres con cinco pezones, esfinges, medusas, sirenas, o en la literatura más contemporánea se habla de Frankenstein, el Hombre Elefante o el Increíble Hulk o las manifestaciones plásticas de artistas como Goya, Berni, de la Vega, siendo algunas de las expresiones que han ido adquiriendo en la historia de diversos pueblos y culturas.


Ahora bien, esto señala que la temática siempre ha sido atrayente, donde junto al temor y a la repugnancia se genera un vivo interés, como lo seductor pero también como odioso. Hay algo que fluye libremente, donde el límite no circunscribe y el desborde parece llevar a un ser anterior y primordial a toda cesura sobreponiéndose al orden natural. Contaminación de cualidades, en que lo masculino se confunde con lo femenino, la vida con la muerte, el bien con el mal, y que correspondería que estuvieran separadas y diferenciadas. Así se constela un estrato muy arcaico de la psíque cuando la conciencia y el yo eran iniciales y débiles, tanto en lo onto como en lo filogenético. De aquí la fascinación que continúan ejerciendo en la actualidad donde el hombre se enfrenta a aquella zona del psiquísmo de la que ha ido naciendo la conciencia.


Por ello es que hay que hacer notar el gran impacto que tiene este tema en las manifestaciones culturales masivas tales como, por ejemplo, las películas de monstruos. Creemos que este hecho se debe a las actuales condiciones en donde el excesivo desarrollo de la racionalidad instrumental y lo tecnológico mutilan y sacrifican todo aquello que remite a lo inconciente e irracional. Estos últimos retornan como manera de compensar un estado de desequilibrio psíquico y que asimismo permitiría una oportunidad de curación de esta disociación. Así junto al monstruo está el héroe que lo combate y de donde emerge una situación transformada ante el peligro que significaba la irrupción de aquella figura. Pero solo es héroe quien obtiene algo de ese cuerpo, que libera un valor que allí se alojaba y no quien se identifica con lo monstruoso o evade el combate. La primera situación significaría se devorado por lo inconciente cayendo en la patología mental y en el segundo la represión y negación de todas esas fuerzas arquetípicas que dan ocasión de una renovación vital.


El hombre se ha individuado y se acerca al sí-mismo solo cuando establece una relación dialéctica con aquello arquetipico que se presenta como algo otro. Ahí se integran energías, impulsos e imágenes en un punto virtual y de intersección entre lo conciente y lo inconciente que es el selbst, haciéndose microcósmos. La conciencia se desarrolla y lo inconciente se va diferenciando en formas cada vez más al servicio del hombre.


Así el monstruo era aquello que en un primer momento aterrorizaba al ser humano, ahora este encuentra toda una serie de posibilidades vitales que allí dormitaban, solo que para convertirse en oportunidad de desarrollo se hacía indispensable la intervención de la conciencia. Esta ya no estaba dominada por esas fuerzas sino que las integra. Es semejante al proceso que llevaban cabo los antiguos alquimístas donde buscaban destilar la prima materia, que en más de una ocasión la consideraban monstruosa, en formas cada vez más sublimadas y sutiles siendo la meta del opus.


Por ello es que la psíque genera todas expresiones simbólicas que dan ocasión al proceso de individuación y específicamente ante situaciones de desequilibrio y crisis, las imágenes psicológicas otorgan a todo un mundo arcaico posibilitando una salida y superación de las mismas. Los sueños, las fantasías, el arte, los juegos, representan todo aquello que la conciencia patriarcal deja de lado a fin de resaltar la racionalidad instrumental y la conformidad social. El mecanismo de la proyección que hace ver lo monstruoso solo afuera del hombre y que se expresa especialmente en fenómenos de masa, impide dialogar con todo eso que asusta evitando ver que son parte de ellos mismos. Ahora bien, la manera de evitar tal situación se da en la medida en que el transitar de la conciencia por todas esas monstruosidades como partes constitutivas del ser humano, posibilita el sacrificio de un yo narcisista e inflacionado que cree ser aquello que se es en un mundo de ficción e ilusión, de predominio de la máscara. En la lucha del héroe con el monstruo se da la ocasión que aquel adquiera algo que pertenecía a este, constituyendo en un modo personal y propio lo que era de lo inconciente. De la regresión que implica esta confrontación, de un descenso a los infiernos, el héroe-conciencia emerge en un movimiento progresivo que integra en su vida lo que allí encontró enriqueciéndose.


Dragones, gusanos venenosos, harpías, esfinges, cabezas que vuelan e invitan al combate a los viajeros por los caminos del inca, muestran la riqueza simbólica de lo arquetipico. Al olvidarse que existen y que operan en nosotros obtienen ese poder fascinante que se expresa en toda una sintomatología que señalan a la negación de lo corporal como los trastornos de la alimentación, psicosis y diversas patologías que son la reacción ante el intento de moldear lo corporal a imagen y semejanza de los dictados estéticos que conforman los cánones económicos, políticos y culturales donde lo humano pasa a ser instrumento de consumo. El monstruo allí hace su aparición pero también da la ocasión para la sanación por lo oscuro y por aquello que es la sombra del hombre.