lunes, 12 de diciembre de 2011

Las vociferaciones del super-yo y los decires de lo poético.

William Blake: Libro de Job.



El lenguaje es la casa del ser y el hombre su pastor, decía Heidegger. Lenguaje que conlleva un escuchar el silencio de lo que voca, de una habla que habla, de una palabra que hace a lo inicial y a lo más propio.
Aunque la experiencia del hombre moderno pareciera contradecir aquello, ya que su espacio psíquico es como si estuviera lleno de mandatos que exhortan al logro de metas ilusorias y creadas por contemporáneas sociedades de la sobremodernidad. Consumismo que nutre falsos self, que inhibe el desarrollo de las potencialidades que hacen a su singularidad. Super-yo que ordena gozar, que vocifera y grita aturdiendo lo sensible y que impone un deber ser narcisista y violento.
Pero el hombre también posee una pulsión que lo lleva a buscar un camino y que elige como senda que fluye, que subjetiviza y a la que los chinos llaman Tao, permitiendo un cuestionamiento de aquellas voces que destruyen e inhiben. Así es que comienza a escuchar a eso que voca, a eso que llama a poder ser sí-mismo. Habla que se desoculta de las máscaras en que el hombre se esconde. Habla que no se impone, que permite la multiplicidad de sentidos frente a lo que deviene.
Imperativos superyoicos, coacciones imperialistas que buscan dominar, calcular, manipular al sujeto, a los otros y a los entes. Pero ante esto se devela una palabra que se hace simbólica, que permite pensar y en donde surge el ser, es decir el proyecto.
Presente que se hace devenir, flujo. Ruptura de la rigidez, de lo fijo, de lo que como pasado inmovilizaba en la repetición de un vivenciar de ferocidad.
Por ello es que Heidegger decía que los dioses se habían retirado del mito y que también podría pensarse que esto implica un super-yo que rompe con el símbolo, con eso que es originario y que llama desde una fuente. Vacío que es ocupado por mandatos y sentencias imperativas de un gozar que encierra al sujeto en una circularidad narcisista.
Pero la apertura de esta situación es posible en tanto se constituya como recuperación de una escucha de voces que permiten un dejar suceder y que emerja un universo de símbolos arquetípicos que invitan a pensar y en una relación dialéctica entre el yo y el sí-mismo.
Proceso de individuación en donde lo metafórico, lo poético, nuevamente señalaría Heidegger, se plantea como un cuestionar los decires de las figuras parentales, pero también como el ingreso a un espacio de lo singular, de la vocación más peculiar, del vocatus. Ruptura con lo unilateral y dominador para abrir al acontecimiento, a un dejarse oír a los gérmenes de nuevos sentidos.
El sí-mismo se muestra entonces, como el centro organizador del psiquismo, estableciendo una compensación entre sus diversos componentes. Así es que lo flexible y lo que deviene comienza a descubrir lo peculiar de cada quien.
Los símbolos, a diferencia de eso que vocifera y aturde del super-yo, señalan vías, caminos para proyectarse, liberándose de lo mismo. Tal vez lo que se presenta como mínimo, débil, de escaso valor, puede establecerse como el comienzo de un desarrollo, de lo saludable y que se hace antagónico de esos mandatos de poder, de desubjetivización alienante y en aras de una ilusoria pretensión de encontrar un tiempo mítico que nunca existió, pero que condena al sufrimiento, y muchas veces a la destrucción propia y de los semejantes. Así es que aparezcan esas voces pre-lógicas, sin productividad pero que dan espacio para advenir a ser quien se es.

martes, 29 de noviembre de 2011

Algunos símbolos arquetípicos en "El concierto campestre" de Giorgione.

Giorgione: El concierto campestre. Tela, cm 110 x 138. (1509/10). Louvre.



El acercamiento a una obra de arte otorga la oportunidad de poner en cuestión aquello que se establece como rígido, codificado y canónico de la cotidianeidad banal, ya que pone en actividad todo un ámbito de procesos simbólicos llevan a una pluralidad de sentidos. Así es que se establece una relación dialéctica entre la obra y el espectador en un proceso muy activo en que se descubre la subjetividad en un vivenciar resonante.
Por ello es que proponemos acercarnos al hecho artístico desde una disposición que hace al no-saber, al de evitar "enrejar" la experiencia estética en unos presupuestos, para dejar que ella hable y se exprese por sí misma. Que los colores, formas, líneas y símbolos, sean el estímulo para una deposición evocativa y oniroide. Bion lo propondría como un indagar sin memoria, sin deseo y sin entendimiento.
La pintura de Giorgione "El concierto campestre", puede ser pensada como un continente, como un espacio psicológico, como una apertura a una multivocidad de sentidos. Así la obra se presenta desde una temática en donde se destaca como principal la naturaleza, donde la luz adquiere una disfuminación extraña.
Ámbito que descubre a dos mujeres desnudas y a dos varones ejecutando un concierto. Ritmos, melodías y sensualidad que aluden a un espacio-tiempo de Eros, de sensorialidad y de regocijo de los sentidos.
Por ello es que estas características pueden ser interpretadas como la expresión a través de formas estéticas, de un arquetipo que lleva las cualidades de lo femenino y que la psicología analítica le da el nombre de anima y que adquirió un importancia fundamental durante el renacimiento italiano.
Luces suaves, formas curvas y en movimiento, colores tenues, acercan a una experiencia de gran sutiliza estética. Arquetipo de lo animante, de lo viviente, de la sensualidad espiritualizada. Lo inconciente transformado en erotismo.
Forma que expresa la realidad psíquica, espacio que permite el despliegue de la riqueza de símbolos y dinámicas interiores y que Jung la llamaba como alma, acentuando su matiz de experiencia y vivencia de la inmediatez.
Otro detalle importante de la pintura hace a los dos varones y a las dos mujeres desnudas. Comportan dos sectores, en el de la derecha se ve a uno de aquellos que tañe un laúd, mientras que la mujer de espaldas sostiene una flauta de pan. Esta puede ser interpretada por su forma como un símbolo fálico, mientras que el laúd con sus formas curvas como femenino, es decir que ya el pintor estaría aludiendo a una interacción, a una conjunción de lo masculino y lo femenino, circunstancia esta que era frecuente en la alquimia y en el neoplatonismo de la época. Pero siempre destacando a un espacio en que el eros femenino tiñe todo el cuadro y en especial si se percibe a la mujer de la parte derecha con sus símbolos del recoger agua de una fuente, de la jarra y de su manifestación como lo que da vida, regenera y transforma.
Paraíso recobrado y reencontrado, pero que señala a aquello que anima la existencia, a su vitalización y estableciendo un puente, una comunicación, entre lo conciente y lo inconciente de esas imágenes y símbolos que hacen a lo arquetípico.
Por esto es que la pintura muestra el juego de figuras de ambos sexos y que con la música en su devenir rítmico expresando experiencias psicológicas que hacen a la interioridad del hombre, así otorgando una sensorialidad subjetivante.
Los opuestos tienden a armonizarse musicalmente, pero toda esta expresión muestra la capacidad de ensoñación y así de una ruptura con patrones rígidos y estereotipados.
Ingreso en un espacio de ritmos vitales y que cuestiona al hombre contemporáneo, por esto es que la obra que tratamos se hace permanente, centrado en un yo tecnologizado que reprime todo un espacio propio de los sueños, la mitología, lo poético, de lo mágico y animante. Diálogo con lo sustancial, con los símbolos arquetípicos y que tienden hacia la meta de realización del sí mismo en un proyecto que haga interesante el vivir.

lunes, 3 de octubre de 2011

Para Karma.




I

Llegaste esa tarde,

con el brillo opaco de la melancolía.
No te conocía,
pero supe que eras vos,
que tenías que ser vos.


Me hablaste.

Tu palabra se hundió en mi pecho
como la saeta de aquella andaluza que cantaba
en Barcelona, en ese balcón de semana santa.


Sentí un dolor punzante,

terrible, de un veneno que mata y que cura.
Penetré en ese sufrimiento:
allí estabas, también abierta
y rodeada de una oscura luminosidad.


Ayer te encontré en un sueño,

creo que te sentí como en aquella pintura de Velázquez
o cuando reposaba mi cabeza en tus piernas
al abrigo de esa noche en que me bañaste de eternidad.





II

Pusiste tu boca en la mía.
Tu saliva comenzó a caer suave, lentamente,
abriendo un surco en mi cara
que se hizo río.


Creo que empecé a disolverme,
me sentí flotar en la penumbra de la habitación,
en ese destello amarillo de sol
que partía una rendija en la persiana.


Ahí me enseñaste a Heráclito,
también a Lao Tse.
Destapé tu cuerpo
y apareció el silencio de la noche
agujereado de estrellas.


El Bendito, el Buda,
sostenía en su mano una flor de loto.





III

Fragmentos estrellados de luz

flotaban suspendidos en la penumbra.
Can Peret, ahí, en la Riera baixa.
Mesa circular, mandala.
Tiempo de eternidad
que me acerca a mi abuela, a Gardel, a García Lorca.


Estabas sentada junto a la ventana,
me leías en voz alta a Cortázar.
Yo no escuchaba tus palabras
solo veía como se movían tus labios.
Éxtasis, reecuentro, Barcelona.

martes, 6 de septiembre de 2011

El viaje como metáfora iniciática en el pensar de Rodolfo Kusch.



Desde los orígenes del hombre el viaje ha sido uno de los símbolos mas significativos para dar cuenta de la búsqueda de aquello que pudiera dar un sentido al existir. Aventura, sufrimiento, transformación, cambio, muerte, son profundamente vivenciados en el viajar.
Pero esto adquiere todo su valor cuando ese espacio por el cual discurrimos, cambia de estatuto ontológico y da inicio a un descubrir de lugares en donde fluye lo numinoso y lo sagrado. Así es que el pensamiento de Rodolfo Kusch se va elaborando a partir de un transcurrir, de un pasar por la América profunda abriendo a la posibilidad de sentido de lo que le va aconteciendo.
Deambula por caminos extraños, entra a bares donde se bebe chicha, sube a camiones impregnados de hedor americano, encuentra a una niña deforme en Cuzco y en donde en todas estas circunstancias pareciera que lo sagrado, que el dios americano, presionara por manifestarse en una epifanía.
Cada sitio al que arriba se convierte en una oportunidad de interrogación, pero siempre desde la viviencia y experiencia de un universo que se va desocultando como símbolo, es decir deviniendo significativo. Por esto es que en el altiplano emerge a su memoria su vida en la universidad, el pensamiento instrumental que caracteriza al logos de occidente, para así ubicarlo en un cuestionamiento dialéctico con eso que se le presenta.
Pero lo interesante es que Rodolfo Kusch pone en evidencia la necesidad de confrontarse con un ámbito de símbolos que hacen que ese espacio por el cual transita comience a importar, a adquirir un sentido vital. Emergencia de lo inconciente arquetípico donde la interioridad se relaciona estrechamente con la geografía. Lo americano se hace símbolo, cultura, paro propia.
Los relatos de viajes siempre han abierto a la ocasión para entenderlos como un rito de pasaje, como lo iniciático con sus momentos transformación, donde se ingresa a un laberinto en que van apareciendo lugares y personajes distintos de los de la realidad cotidiana. Y esto es lo que a nuestro entender, configura gran parte de la obra del filósofo, ya que Kusch retoma a su manera, los antiguos mitos en que el dios Viracocha se manifiesta como el principio de orden e inteligencia, creando y dando sentido con su marcha sobre el hervidero espantoso, y que es el nombre que le da al mundo creado.
Así es que este va desplegándose como un centro dinámico y simbólico y que desde ahí se manifiesta como el que trae la sabiduría, es decir como Maestro. Pero también es el que posibilita que haya abundancia y riqueza para llegar a desdoblarse en un personaje que lleva el nombre de Tunupa, haciéndose hombre con todos sus sufrimientos, dejando la infinitud de la intemporalidad. Su naturaleza es dual, hombre y mujer, viejo y joven, día y noche, para terminar su ciclo como flor cósmica, como un mandala circular, cumpliendo su destino, que es el de hacer que las cosas y los hombres lleguen a ser lo que deben ser.
Cuando Kusch relata sus experiencias es como que, y al retomar este mito, él mismo se hiciera Viracocha, circunstancia que desde la psicología analítica es posible pensar a partir de lo que se denomina proceso de individuación, en que se va actualizando ese universo arquetípico potencial, en una dinámica regulada por el sí mismo y a fin de convertirse en aquello que se es. Experiencia de lo originario, de las contradicciones, de lo que enraiza más allá de las ficciones narcisistas del yo.
Así es que describe en América Profunda, cómo el héroe Tunupa desciende desde los Andes al pueblo de Carabaya con un bordón fálico y con una cruz y que haciendo sentir las cuatro partes sagradas del cosmos, para reinstaurar un proceso dinámico y simbólico, dando inicio a una regeneración de todo lo que se había desgastado.
Combate mortal con el adversario, con un caudillo que pretende desmembrarlo, mítico dios jaguar, y que conforma la lucha del héroe contra su doble, su sombra, ese hermano oscuro y siniestro que es él mismo y que siempre nos sale al paso obstaculizando y resistiendo nuestras intenciones. Hito fundamental para integrar fuerzas e imágenes desconocidas y tal como cuando lo femenino, y al que se le da el nombre de anima, le permite huir del personaje que pretende destruirlo y llegar al sagrado lago Titicaca y desaparecer por el río Desaguadero, y para así volver a comenzar su travesía nuevamente desde los Andes. Ingreso en las aguas de lo inconciente que dan muerte pero para renovar. Conjunción de lo masculino y lo femenino.
Así, en la obra de Kusch el pensar se va formando a medida del transcurrir del viaje, como el que realizaron Tunupa o Viracocha, despertando imágenes arquetípicas y que abren a todo un espacio de reflexión, instaurando un sentido y hacia la conformación de un proyecto, pero desde lo originario.
El discurrir del viajero activa lo imaginario, el mundo de los sueños, de las visiones, de otra realidad propia del misterio, pero con una peculiaridad, y que es esto lo que nos hace ver Rodolfo Kusch, y que solo se da desde una singularidad conformante: la América profunda.

martes, 30 de agosto de 2011

La corporeidad de lo femenino como matriz del soñar.

La dama durmiente, Hal Saflieni (Malta).


Uno de los aspectos que más llama la atención en esa bellísimia escultura, que es la Dama Durmiente (Malta), es la acentuación de su corporeidad, faceta que destaca su ser de lo femenino. Asimismo resalta en lo que hace a la mujer en su dormir onírico y con especial referencia al cuerpo femenino como lo que contiene, como espacio íntimo, lo oscuro, la interioridad. Lugar de imágenes y símbolos desde donde emergen los sueños, las visiones, lo imaginario.Ámbito de lo pulsional y por ello de una vida autónoma respecto de la conciencia.
Es interesante referir, y aquí es donde debemos hacer mención a los antiguos ritos de incubación donde una mujer dormía en el interior del templo para que a través de sus sueños, que tenían un carácter oracular, el dios pudiera expresarse sobre aquellas situaciones vitales que interrogaban a los hombres que iban a consultar. Pero no es azaroso que quien estaba soñando fuera una mujer y que así a través de lo onírico se aportaba un punto de vista que era distinto del de un pensamiento lógico-instrumental y por lo tanto masculino.
Por esto es que el soñar de esas diosas o sacerdotisas que descendían al hipogeo, al vientre de la tierra o de lo inconciente, en esos recientos de Malta y a pesar de que pareciera establecer una lejanía con nuestros actuales tiempos de sobremodernidad, pueden permitirnos pensar y poner en cuestión a los parámetros de la contemporaneidad, y en especial a algunos de sus síntomas como los que hacen a la ruptura con la memoria colectiva, pero también con la de los sujetos con su historia vital y con la falta de estructuras mediatizadas por lo simbólico, que dan la oportunidad de transformar lo pulsional, de acceder al deseo y al proyecto; de pérdida de ritos de pasaje que conectan con la tradición de los ancestros; autorreferencia que por medio de la tecnolatría lleva a una ilusión de un autoengendramiento, desconectándose de la cadena de los saberes preexistentes; presencia de una temporalidad que caracteriza a una inmediatez de vértigo.
Así es que la Dama Durmiente, no solo expresa una actividad que se llevaba a cabo hace miles de años, sino que muestra la posibilidad de acercarse a un universo de lo femenino arquetípico que gesta y alumbra a lo que se abre con sentidos en proximidades de lo originario. Donde esa mujer que sueña se expresa lo que les sucede los hombres cuando se confrontan con la dimensión de lo erótico, en que pasan a ser soñados y en donde esos sueños se "ubican" en la persona amada, sin sospechar que las imágenes que los fascinan y atrapan están en su interioridad y que son producidos por su "dama durmiente". Símbolización de una experiencia que abre a nuevos ámbitos de percepción y de subjetivización.
Lo inconciente se manifiesta de manera simbólica por medio de los sueños y con un modo y leyes que son diferentes de las de la vida vigil. Por ello es que se da una discontinuidad con esta y en donde comienza a adquirir forma lo que se va gestando, desde la mediación de una espera que supone una escucha de lo que se oye a través de eso que habla, que voca.
Cambio, transformación de patrones que constituyen la vida diurna, poniendo en cuestión las imágenes de un yo unificado y ficcional y a través de las visiones, imágenes y síntomas.
Ahora bien, hay que señalar que la sola aparición de toda esta fenomenología no es suficiente para una transformación psicológica, sino que es imprescindible extraer su sentido a través de la reflexión del pensar. Por ello es que en los templos de Malta, la sacerdotisa soñaba, pero en un segundo tiempo un sacerdote le daba una forma poética y hasta casi una interpretación. Expresión de un logos que aporta una estructura a lo onírico, tan cerca de lo informe y que abre a la actividad de un nuevo arquetipo que Jung denomina del sentido o del espíritu.
Asimismo, establecían una relación entre lo femenino y lo masculino en una búsqueda de armonización entre aspectos contrastantes no solo socialmente, sino en lo que constituye a la personalidad de los sujetos. Pensar meditativo o poetizante, como lo llamaba Heidegger, de una recuperación de lo originario, de aquello que cuestiona lo objetivante y alienante del pensar técnico-instrumental.
Así es que la escultura de la Dama Durmiente nos incita a prestar atención a las manifestaciones de lo inconciente, a permitir que se abra un espacio de imágenes y que en el varón se corresponde a lo que en psicología analítica se le da el nombre de anima. Escucha de voces y percepción de imágenes que se confrontan con el yo conciente y que posibilitan el surgimiento de un nuevo centro de la personalidad, el sí mismo.
Los antiguos mitos, cultos y rituales son la manera de expresión de esas profundas fuerzas dinámicas de la psique y que inducen a la captación de un sentido a través de una hermenéutica, descentrando a un yo que se aliena en una diversidad de máscaras narcisistas
Así es que, pensamos, que el psicoanálisis restaura ese ámbito que pareciera verse obligado a ser reprimido por una sobremodernidad que se impone cosificantemente y desarraigando a los hombres de sus orígenes. Heidegger, retomando a Holderlin, decía que los dioses se habían distanciado, alejado de los hombres, por esto es que la discusión con todo ese universo de símbolos que suponen los sueños, abre a un reencuentro con lo significativo del vivir, con lo que se gesta y desarrolla hacia lo nuevo y transformador.

martes, 2 de agosto de 2011

La desestructuración del yo en el retrato de Francis Bacon.


Francis Bacon: Autorretrato (1973). Óleo sobre tela, 198 x 147.5.



Actualidad de una temporalidad que hace culto a la imagen del cuerpo, aunque no al cuerpo, al cual se lo teme, reniega, disocia. Representación que es puesta en cuestión por las pinturas de Francis Bacon (1909-1991) que pretende revelar aquellas facetas que son ocultadas por esa ilusión.
Sus retratos expresan y ponen en evidencia, la autonomía, la no estabilidad de lo corporal; su ruptura con los convencionalismos de las miradas que pretenden una totalidad unificada del cuerpo-yo, cuestionamientos de los trayectos de miradas de lo acostumbrado.
Figuras mutiladas, rayadas, descompuestas y a las que se convierte en enigma para la búsqueda que hace a lo esencial del retrato. Manifestación de todo un ámbito de la falta de forma pero también como posibilidad de lo vital, de lo germinal. Ruptura de los cánones totalitarios de los mandatos de la corporalidad, para abrir a la emergencia de lo inconciente arquetípico, a lo sombrío, lo patologizado del hombre y que se expresan en los síntomas, los sueños, lo fallido, el arte. Oportunidad de confrontación con esos contenidos dinámicos que inician un discurrir que caracteriza al proceso de individuación, del llegar a ser quien se es, más allá de los maquillajes y máscaras narcisistas.
Los retratos de Bacon ponen al hombre frente a lo extraño, lo débil, pero que no responde a lo que se quiere, que me descentra y abre a una zona de percepción de contenidos arquetípicos que desconozco pero que me conforman como mi fundamento. Aparece lo que no pretendo ser pero que se muestra en su dinámica; imágenes sombrías que cambian y le dan un carácter de extrañeza a la representación narcisista del yo que se endurece en su autosuficiencia.
Es cómico recordar que la ex primer ministro de Gran Bretaña execrara (sic) a Francis Bacon pero no asombra ya que pone en evidencia otro territorio muy distinto de esas pinturas que exaltan la omnipotencia, como el retrato de Enrique VIII que realizara
genialmente Hans Holbein (1497-1543). Figura aquella imponente, de fuerza y virilidad que anuncia el comienzo del imperio británico, del sojuzgamiento de otros pueblos militar y comercialmente, pero también de lo femenino, de la mujer-objeto-cosa. Metáfora esta de lo imaginal, de lo cálido, lo intuitivo, lo inconciente que pretende ser sojuzgado y hasta asesinado, y solo reconocido como vientre instrumental para perpetuar la ficción megalómana del yo.
Bacon cuestiona, fragmenta, le da una expresión a lo desvalorizado, a aquello oscuro que hace de límite muy impreciso entre el hombre y el animal. Cuerpo que ya no responde a esa imago unitaria y que molesta e incomoda, destruyendo las ficciones de lo que uno cree ser.
El arte, compensa, da una forma a lo reprimido por la cultura de un tiempo histórico|y por ello es que las obras de Bacon se muestran como un síntoma de todo lo que las máscaras del yo expulsa. Tiempos actuales de sobremodernidad, de hipertecnologización, donde se niega y hasta reniega el transcurrir del tiempo, para intentar afincarse en un presente de juventud eterna o de fábrica de prótesis identificatorias que buscan evitar lo oscuro, lo extraño, la muerte, la vejez.
El artista conforma a este universo que puede constituirse como inicio de un diálogo con lo inconciente del hombre, con el sí mismo, a diferencia de las representaciones como la pintura de Holbein que señalan una aspiración peligrosa y alienante de cada uno de nosotros y que aspira a una unidad totalitaria y que desconoce la singularidad, lo subjetivo.
Pensamos y reiteramos, que Bacon pone su pintura como síntoma y que muestra que las raíces del hombre tocan la materia informe, lo animal y hasta lo mineral, el mal y lo tullido. Ruptura de maya, de la ilusión de un yo que se pretende saber quien es, mundo de la imagen de cuerpos alienados y sin sustento.

miércoles, 13 de julio de 2011

Notas sobre algunos símbolos en una novela de Haruki Murakami.



La creación artística otirga una forma estética a las expresiones de la existencia, así la vida, la muerte, el sufrimiento, el éxtasis. Y por ello es que la obra de Haruki Murakami nos parece que desarrolla de manera relevante estas cuestiones.
Su novela "Al sur de la frontera, al oeste del sol" presenta un interjuego de personajes y acciones donde se encarnan aspectos significativos de la vida y en especial en lo que hace a la interrogación y a la búsqueda de un sentido, pero siempre haciendo incapié en aquellos que se ven desvalorizados y reprimidos por las modernas sociedades tecnologizadas.
Así, en la exploración del eros, en su más amplio espectro, Murakami nos introduce no solo en lo que en apariencia sería el foco de la novela, la relación dificultosa entre lo amoroso casi imposible entre un hombre y una mujer, sino más que nada en la apertura hacia un universo simbólico y de interioridad psicológica. Recuperación de un territorio que está más allá de lo útil-instrumental y que frecuentemente desemboca en ideologías alienantes de las culturas de estos tiempos de sobremodernidad.
Aproximación a un viaje de tipo iniciático y, por lo tanto de dolorosa transformación pero que a su vez gesta conciencia; de muerte, pero también de renacer y donde se va vislumbrando un sentido ante una vida estéril y prosaica de cotidianeidad, pero que nunca se abandona la esperanza de algo que la signifique. Y por esto es que hay un motivo que se entronca en todo el desarrollo de la novela y es una mujer llamada Shimamoto.
Ella abre todo un campo de experiencias y viviencias psicológicas, de sentimientos. Su cercanía con la música, con la belleza de una interioridad del corazón, en donde esplende e irradia lo estético significativo. Ella imprime una marca que será imborrable en el protagonista, Hajime. Murakami les otorga a ambos cualidades que los singularizan como que ellos son hijos únicos, es decir que pone el acento en la soledad del hogar familiar y por esto en una gran sensibilidad a lo que les sucede en su interioridad. Cualidad central que hace a la creatividad, es decir, a un desencadenamiento de todo un universo de imágenes, sentimientos, visiones, sensorialidades, y que en el caso del varón Carl Jung los engloba bajo el nombre arquetípico de anima. Es decir de la personificación de lo inconciente y que hace al mundo de lo imaginal, de la potencialidad de la vitalidad que brilla a través de los cuerpos. Mundo interno, apertura a la visión de la belleza y también a un más allá de lo inmediato.
Así es que la novela describe cómo Shimamoto y Hajime se conocen en su infancia, en la escuela, y donde se gesta lo que Martín Buber llama un encuentro, donde no solo se descubre al otro sino a sí mismos. Su distanciamiento y separación a los doce años, no hará que se olviden las marcas que abrirán a una búsqueda en sus vidas y que siempre, en distintas épocas, estarán presentes, aunque pareciera que los caminos se han hecho otros.
El protagonista iniciará nuevos rumbos vitales, entablará nuevas relaciones con diversas mujeres a las que pretenderá quererlas; las dejará, comenzará con diferentes trabajos, pero nunca encontrará un sentido, una plenitud a todas esas experiencias. Lo cotidiano se torna tedio y sin gusto hasta que conoce a una mujer que le hará sentir que puede evadirse de esos sentimientos. Se casará con ella, tendrá hijos y un suegro rico le permite abrir un bar de jazz con el que progresará económicamente. Pero siempre carece de lo vital significativo y además viviéndolo como el haber renunciado y hasta mutilado una parte muy importante de su personalidad.
Pero un día el destino o quizá un llamado a ser quien se es, a la individuación, hace que se reencuentre con Shimamoto en ese bar. Y aquí es donde es posible acercarse a todo un campo psicológico arquetípico, donde ella se reviste de cualidades que hacen a un espacio de feminidad y a la que es posible calificar como de lunar.
Así ella se descubre a través de momentos rítmicos, siempre variables; aparece y desaparece, circunstancia que deja profundamente turbado a Hajime. Tiempo lunar con sus peculiaridades de fases cambiantes, como Shimamoto, nunca igual.
Ella expresa un arquetipo fundamental en la psique del varón, el anima, que se expresa como puente con lo imaginal. Además siempre ella está ligada a la lluvia que humedece y fertiliza a los desiertos de la existencia, como le recuerda un amigo de Hajime, metáfora de la vida árida en que se encuentran.
Aparición que irrumpe, que trastoca, desestabiliza y confunde, pero profundamente enraizada en una zona que roza la muerte, lo oscuro, y que son también aspectos que siempre la mitología ha descripto de lo lunar. Ella roza, envuelve, baña, descubre sensorialidades de perfume en Hajime, hiere la herida y el sufrir, se hace búsqueda de lo que falta.
Por esto es que el protagonista comienza a adquirir conciencia de su aridez cotidiana, cuestiona a su suegro, símbolo del capitalismo corrupto; dejar de mostrar máscaras que encubren desiertos afectivos. Pero Shimamoto no solo es delicia sino profundidades del dolor, como cuando le pide a Hajime que la acompañe a un río para arrojar ahí las cenizas de una hija muerta, y a fin de que llegue al mar, se evapore y se convierta en lluvia para retornar o renacer, símbolos estos que adquirirán todo su sentido al final de la novela y que pareciera preanunciar lo que le sucederá al protagonista como una necesidad de transformación.
Shimamoto luego de la unión sexual con Hajime y por la cual ambos se siente plenos, desaparece y el protagonista queda profundamente deprimido. Su vida se hace más dura y estéril de lo que antes era y así reaparecen las imágenes del desierto de la existencia.
Ante esto toma una firme resolución, de continuar su vida con su esposa, aunque "porque no quiero estar más solo", sus acciones con ella y con sus hijos son forzadas y desde el deber. El brillo lunar desapareció, al igual que lo vital, lo animante. Y en el final, ya casi sin fuerzas piensa en la lluvia, observa al cementerio que está enfrente de su casa y siente que alguien desde atrás lo toca, pero él está pensando en el mar. Y aquí es donde retorna el recuerdo de la escena de la hija muerta de Shimamoto y quien será arrojada a un río para que desde sus cenizas renazca como lluvia fertilizante, circunstancia que pareciera que se refiere ahora a Hajime, como forma de encarar ese sufrimiento.
Y este tal vez sea lo que Murakami pretende describir y donde todas esas experiencias y vivencias, de esos amores que deberán convertirse en un recorrido iniciático y que solo desde su transformación, de la interiorización de ese fuego, pueden abrirse nuevos campos de percepción y de crecimiento. De un descubrir imágenes, los ensueños y que como metáforas están más allá de la corporización de esa persona única y de la cual nos enamoramos perdidamente.
A través de los padecimientos y éxtasis se descubren los lugares de lo misterioso, de aquello que nos saca de lo útil, instrumental y prosaico para acercarnos a lo que da sentido y vida. Recuperación o conjunción de los opuestos al decir de Jung, de reencuentro con la otra parte en donde lo externo de ese cuerpo amado se hace catalizador para descubrir algo de mi interioridad. Mundo imaginal y simbólico que transforma, que abre a lo que se es.

Esto es lo parece que ambos descubren en su encuentro y que se hace marca inolvidable que siempre se llevará como una herida doliente y en especial a partir de su separacón física. Trayecto iniciatorio donde los símbolos se hacen puente para un trascender y abrirse a nuevos ámbitos de la existencia, pudiendo tomar una distancia creadora de ese cuerpo que falta, que se hace falta. Sacrificio que permite el descubrimiento de lo hondo, universo arquetípico. Cuestionamiento del yo para hallar a un Tu; amor que expande de lo personal a lo universal. Recorrido que bien lo expresa el título de la novela: "Al sur de la frontera, al oeste del sol", donde Murakami dibuja una cruz, donde es necesario confrontarse con el tormento y la muerte, que simboliza el oeste, del sin sentido personal pero también de sociedades ultratecnologizadas, para reecontrar un ámbito de transformación iniciático a través de experiencias ligadas a lo onírico, lo fantástico y muy especialmente al eros.

lunes, 4 de julio de 2011

El descubrimiento de la subjetividad a través de la función simbólica.


Remedios Varo: Despedida.



Es posible intentar un acercamiento a los orígenes de la cultura en los cultos a los muertos. Presencias que implican a los cuerpos que ya no están y así posibilitando una distancia y una ruptura con la inmediatez, cualidades características de lo simbólico. La cosa deja lugar al símbolo y por ello el hombre adquiere la dimensión de lo humano.
Pero esta cualidad de simbolización se presenta como la ocasión y posibilidad de un desarrollo, de hallar una singularidad y una subjetividad. Se dan a ver y oír en los mitos, el arte y las obras culturales de un período espacio-temporal, pero también en las producciones de lo inconciente, pudiendo establecerse una transacción dialógica entre ellas.
Los hombres se aproximan unos a otros entablando interrelaciones creativas en tanto sea posible una simbolización del vínculo y a través de la palabra como intermediación. De aquí es que su pérdida conlleva el peligro de la desubjetivización de sí mismo y la cosificación del otro pasando a ser pantalla proyectiva de mi mundo interior.
Así es que Lacan considera que la ley, en tanto instituida y cuyo soporte hace a lo paterno de su nombre, abre un acceso al ámbito de lo universal, rompiendo la alienación que caracteriza a la especularidad de lo dual. Por su parte, Jung desarrolla otras aristas del símbolo y sin dejar de lado lo anterior, pero señalando que aquel es el gran dinamismo del psiquismo y que posibilita la confrontación entre un yo ligado a lo particular con un universo abierto a la significación y al sentido, constituyéndose como factores de psicologización de lo humano.
Así estos son expresiones de matrices, de cuencas de lo arquetípico y que se conforman como el fundamento del sujeto y que hallan sus manifestaciones en los sueños, las fantasías, mitos, en los monumentos de la cultura. Distanciamiento de lo inmediato donde lo diverso y antagónico pueden llegar a una conjunción.
Relativización del yo que con sus ficciones de certezas muestran un desconocimiento y al que se pone en cuestión por la emergencia de lo simbólico, en tanto se entable una discusión dialéctica. Fractura del narcisismo que da la ocasión para abrirse a lo que surge de lo inconciente arquetípico.
Ya no son las cosas las que dirigen y condicionan a los sujetos sino que se establece un diálogo a través del sentido que aporta la mirada simbólica. Por ello es que la desacralización y la pérdida de las referencias significativas en la culturas actuales, lleva a que los hombres se encierren en reductos defensivos sin la posibilidad de extenderse más allá de sí, característica esta constitutiva de la simbolización.
Por ello es que el símbolo no se postula desde la precisión sino desde lo ambiguo rompiendo con la literalidad, abriéndose a lo polisémico. La metáfora, el juego de la alusión, la inversión, se proponen como la manera de ir construyendo alma, al decir de James Hillman, de transformar lo inmediato en psique. Apertura a la interioridad y subjetividad, manera propia y singular de ser y hacer. Extrañamiento que saca de sí para darle una forma a aquello que voca en nosotros.
Hallazgo de un espacio simbólico donde se reencuentra con otros hombres en una experiencia de sentidos y cuestionando una cosificación que la alienación social inmoviliza en un conjunto de ficciones narcisistas.
Soledad acompañada en una historia que remite a los ancestros, que me interroga para establecer una acogida con eso que se me impone y desconozco. Apertura de preguntas a los discursos omnipotentes del saber de lo tecnológico y lo científico y que desconocen la subjetividad de lo que es propio para cada cual. "Sé el que eres" decía Píndaro pero solo a través de esas formas cargadas de significaciones y de aperturas hacia lo nuevo y a descubrir que es el símbolo.
Hallazgo de la palabra propia, pero solo a partir de una interpelación de lo subjetivo. Experiencia que hace a una salida de lo endogámico que ocluye o mejor dicho, que direcciona a cada uno lejos de su sí mismo en un ámbito de mandatos parentales.
Vivenciación de lo peculiar a través de las expresiones simbólicas, que son la oportunidad para una transformación de muerte y renacer. Escucha de voces diversas que cuestionan mi identidad; fluencia hacia un universo que es propio pero también compartido. Los acontecimientos se expanden en sentidos, cuyo núcleo expresa la paradoja de lo arquetípico y en donde lo antagónico halla una mediación.
Ruptura de la circularidad de lo mismo, de la repetición incestuosa y en donde uno se pierde pero también se reencuentra a través de la muerte de la cosa. Resurgimiento del sujeto en donde se da forma a eso desconocido pero que hace a lo más íntimo y peculiar.

lunes, 6 de junio de 2011

En recuerdo de los cincuenta años de la muerte de Carl Gustav Jung.



El dia 6 de Junio de 1961 fallece en Kusnacht Carl Gustav Jung.




"Aquí se levanta la piedra, la piedra de escaso valor.

Por el precio es, ciertamente barata: los necios la desprecian,

pero tanto más la aman los sabios".


Arnau de Vilanova. (Siglo XVI).

lunes, 25 de abril de 2011

Una erótica partida de ajedrez.


Julian Wasser (1963): Marcel Duchamp jugando al ajedrez con una modelo desnuda, la escritora Eva Babitz.



Ajedrez, misterioso juego, pero aún más cuando la partida se entabla entre un varón y una mujer con características que hacen a lo extraño e inclusive a lo sobrenatural. En relatos medievales como los que se refieren al santo grial, el héroe Parsifal, varias veces aparece desafiado a jugar al ajedrez por mujeres inquietantes en donde se arriesga el destino y hasta la vida, personificaciones de antiguas diosas paganas de la naturaleza. Durante el siglo XVI se escribió que un experto jugador, Paolo Boi, al salir de misa es requerido para una contienda por una joven y bellísma dama y que cuando se ve casi derrotada, mágicamente transforma la reina blanca en negra. En ese momento Paolo Boi comprende que con quien se está confrontando es con el mismo diablo. Asimismo en la película de Ingmar Bergman El séptimo sello el protagonista juega sobre el tablero el momento en que la muerte, personificada en su rival, vendrá a requerirlo.
Un tema similar nos presenta la fotografía de Julian Wasser y que retoma una simbología en donde se expresa el erotismo, el intercambio entre los sexos, sus diálogos y confusiones, sus límites y la dificultad de sostenerlos. Imagen que señala a una mujer que irradia sensualidad pero también misterio e inquietud, abriendo un espacio de vivencia y experiencia que no es el de la cotidianeidad.
Partida de ajedrez que pone en acción a los contendientes que expresan dos universos distintos y a veces antagónicos como el masculino y el femenino. Mundo patriarcal del logos, de lo instrumental, de la idea como distancia y al que Duchamp acentúa en su estética, frente a otro ligado a lo sensorial, a la imagen concreta y sensible, expresión de lo inconciente arquetípico y con valores, símbolos y actitudes que son peculiares y diferentes de las que hacen al universo de lo masculino.
La mujer se muestra en la fotografía desnuda enfrentando a Duchamp, ubicándose como aquel contenido y dinamismo de la psique del varón que en la psicología analítica se le da el nombre de anima, arquetipo que expresa las imágenes inconcientes, la visión y la captación receptiva de los contenidos simbólicos. Medium que inspira al artista en tanto les da una forma estética a través de su maestría.
Cada jugador mueve una pieza, utiliza la estrategia para no ser derrotado, en algo semejante a una danza erótica. Se es determinado por la acción del oponente aunque también se lo determina, se acerca a él pero en una distancia diferenciadora en donde cada uno mantiene su subjetividad. Trabajo duro y difícil donde se discrimina cada uno de lo que se proyecta en el otro.
Posibilidad de encontrarme con mi soledad pero asimismo con la de mi partenaire y en donde da principio la captación de sus auténticos rostros, perdiendo las urgencias narcisistas que llenen una fractura originaria, ausentes paraísos donde las figuras parentales les daban forma. El jugar descubre e incorpora la temporalidad en que los distintos movimientos de los actores llevan a la ruptura de una circularidad primaria y tanática, de lo que siempre se repite en su retorno de voracidad incestuosa.
Momentos de crisis, donde se dejan piezas pero implicando la variación, o la variante, como dicen los maestros del juego, a una apertura a lo que es distinto del yo, cercanía y metaforización de la muerte. Ruptura y peligro de lo rígido y lo estabilizado con sus muchas máscaras alienadas en otros que no son yo. Posibilidad de imágenes y símbolos arquetípicos que adquieren visibilidad a través del anima como espejo reflectante, aunque también riesgo ante la fascinación de un espacio oscuro que se halla muy próximo a lo originario materno, pero que aquí tiende a romper con lo fijo de la fusión inmovilizante para abrirse a lo que integra, estimula para la realización, la creación y la transformación tanto en lo exterior como en lo interno.
Descubrimiento de un universo de imágenes psicológicas en una confrontación dialéctica y que como se representa en la fotografía, entre lo masculino y lo femenino de cada uno, pero también entre el hombre y la mujer cuando comienzan a danzar con la música del amor. Acercamiento y alejamiento, conflicto apasionante para descubrir la diferencia y el lazo.
Juego de ajedrez donde se explicita un reencuentro con el otro a partir de lo distinto en un desvelamiento mutuo de ilusiones deformantes para hallarse a sí mismo en donde no estoy ni jamás podré estar, es decir en mi semejante y partenaire amoroso. Erotismo de una partida en donde se va descubriendo la ajenidad, donde se cuestionan las cosmovisiones,pero a su vez inicio del percibir un centro distinto del yo que es el selbst, punto virtual donde se integran las oposiciones como en ese tablero de ajedrez con sus casilleros blancos y negros, en donde el conflicto se hace dinámico confrontando a los hombres y mujeres con su peculiaridad y singularidad. Superación de fascinaciones y dependencias alienantes, que son las que modelan las relaciones entre los sexos, para encontrar un punto desde donde hallar lo único de cada cual.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Lo femenino transformador a través de una pintura de Zurbarán.

Francisco de Zurbarán: Santa Marina (1641-1658).


El pintor español Francisco de Zurbarán (1641-1664) durante la segunda mitad del siglo XVII realiza una serie de cuadros referidos a mártires cristianas. Obras de una extraordinaria belleza en donde da forma a contenidos profundos del psiquismo. Mujeres que han sufrido el tormento y la muerte por mantener y sostener sus creencias y que nos atraen y fascinan. Pero también torturadores que gestan dolor desde el poder. Imágenes que tocan profundidades y que reaparecen cuando las épocas abren puertas por las cuales comienzan a fluir los símbolos y las visiones arquetípicas.
Así es que estas pinturas pueden llevarnos a comprenderlas como expresión de lo femenino desvalorizado, descalificado, doblegado y reprimido por esos poderes que hacen a un logos de tipo racionalista y patriarcal. Mártires que manifiestan valores que canalizan gracia y belleza. Eros que resplandece a través de sus cuerpos, modos de actuar y sentir lo peculiar de lo sensual. Recuperación y reemergencia de todo un ámbito de la psique que da contenido a lo arquetípico femenino.
Estrato primario, desplazado por la unilateralidad de lo patriarcal, al igual que la corporalidad de estas mujeres y desde donde se canalizan imágenes y dinamismos. Opresión, silenciamiento, subestimación de un universo de sentires que nunca dejan de hacerse presentes y en especial a través del arte, donde se presentan como visibles.
El barroco con sus curvas de sensualidad, de una coexistencia paradójica de los opuestos, de mandorlas, de oscuridades llenas de presencias, permite que se puedan decir principios vitales que durante el renacimiento parecieran no haber sido de interés central.
Pero también la pintura de Zurbarán da cuerpo a todo aquello que expresa al sufrir, al sentimiento, al eros, que caracteriza a lo femenino y que en el varón se manifiesta como un arquetipo de importancia principal, como anima, y que conlleva la confrontación conciente con todo ese ámbito diferente de los valores peculiares del logos instrumental masculino.
Mundo de sentimientos, de lo que emerge con el martirio de esas mujeres pintadas y en que pareciera que se opera una transformación de ese tormento en algo distinto. Ya no se da una emocionalidad compulsiva y sin distancia sino una elaboración y refinamiento; lo que es amargo se transforma en sabiduría, donde el eros abre a la reflexión y al desarrollo de la personalidad.
Las mártires han padecido pero también se han renovado y transformado y esto se expresa en la singular belleza de estas mujeres. En el varón significa la confrontación y la integración de sus propios componentes femeninos, el anima, que se liga a la corporalidad que por su intermedio esplende. Universo distinto del logos varonil.
Proceso que en la mujer también suscita la posibilidad de individuación, pero a través del encuentro con facetas del eros que desconoce y que en general la cultura reprime.
Pero lo que se debe resaltar es que en ambos casos, las mártires se hacen pretexto para comprender la importancia que en tiempos como en los actuales, adquiere el Eros, y donde pareciera que se fomentan actitudes esquizoides o de distanciamiento afectivo post-moderno o de modernidad tardía. Épocas de carencia, de frialdad de sentires y en que se destacan peligrosamente lo lógico-instrumental, lo utilitario y lo eficiente patriarcal.
Eros no camina por senderos de alienación, sino que da ganas al vivir, ardor y búsqueda, de aparearse, de unirse integrativamente, conjuntivamente.
También la fascinación dependiente con lo destructivo y que conforma a muchas de las relaciones vinculares de estos tiempos y que conlleva a la búsqueda de un imposible de completud. Pero las mártires expresan una necesidad de muerte y transformación; fin de las máscaras yoicas y encuentro con lo erótico que mana desde los símbolos arquetípicos.
Lo inmediato deja lugar a la distancia integradora en un centro de mismidad y singularidad y a través de un proceso de sufrimiento creativo para abrirse a un mundo interior.

martes, 4 de enero de 2011

Un círculo zen.

Enso. (círculo). Caligrafía zen. Tinta sobre papel de arroz.


"Solo cuando comencé a dibujar mandalas vi que todos los caminos que emprendía, y todos los pasos que daba, conducían de nuevo a un punto, concretamente a un centro. Es la experiencia de todos caminos. Es el camino que lleva al centro, a la individuación".

Carl Gustav Jung.



Espacio profundo del silencio, puerta hacia la inmensidad del recogimiento, salida que se hace entrada. Así el arte expresa y da forma a lo singular del hombre pero también a ese universo cósmico que lo incluye y donde ambos terminan por reconocerse como semejantes.

Así el trazo de la caligrafía zen, se destaca por su simplicidad transformándose en una manifestación del misterio. Inicio y fin en una conjunción de eternidad y que en el budismo se le da el nombre de Nada. Figura geométrica, abstracta, que se desliga, aunque incluye todos los aspectos del ser y que se van desplegando y encarnando en la realidad desde su centro vacío.

Indiferenciación indistinta y por esto de infinitas posibilidades y potencialidades. Pero por ello punto de la mismidad, de desarrollo de la personalidad en un proceso de encuentro y aceptación consigo mismo y con las circunstancias que a cada cual le tocan.

Círculo que hace percibir, sentir al yo sus imágenes simbólicas como una dirección hacia una integración con aquello de lo cual procede y que es el sí-mismo. Reconciliación de los opuestos que ya no se desgarran en una lucha de disociación sino que otorgan dinamismo, afectividad y realización.

Suavidad de trazo y en donde yo mismo me hago trazo en las curvas de esa centralidad. Simplicidad y máximo valor vital, de lo claro y de lo oscuro, de la Nada y del Todo. Aproximaciones susurrantes al hombre a través de las religiones, en especial las orientales como el zen, pero también en el soñar, en fantasías y visiones donde esas imágenes interiores se acoplan con lo externo de la forma artística. Sendero hacia la unificación y que hacen sentir su presencia en los momentos de desorientación y de angustia.

Está al comienzo de llegar a ser sí mismo pero también como meta al ser asumida concientemente. Símbolo de la divinidad según distintas tradiciones, de la totalización del hombre como sentido y significado de su existencia. Origen y objetivo, trascendencia y enraizamiento.

Constancia del fluir en un olvido de sí donde se es uno pero también todo. El círculo de la caligrafía pareciera producir un efecto hipnótico, de un dejarse llevar según el movimiento de su trazo. Así se toca de alguna manera lo absoluto de la eternidad, depojándose de intereses, pensamientos y sentimientos de la cotidianeidad yoica. Retorno a sí en tanto me olvido de mí. Dejarse llevar por la suavidad del ritmo del mar; orgasmo donde soy yo pero también la otra.Vuelta al orígen, pero para desde allí recrearse concientemente.

Suavidad y dureza, dulzura de lo amargo; lo conciente y lo inconciente. Experiencias que se acercan a lo místico, a los momentos supremos del amor erótico, de un disolverse en los sonidos de esa música o en el color de verde lujuriante de aquella pintura.

Instante de la permanencia, satori, según los maestros zen, delicias del eros, según otros. Escucha de lo que no es audible y oscuridad de extrañísima luminosidad. Pisadas dejadas por otros en la arena, brillantez que irradia tu carnalidad corpórea. Silencio de la palabra que me atraviesa y al matarme me da nueva vida.

Figura de circular trazo que expresa sentidos infinitos, de realización del hombre y de ese centro de mismidad del cual emana el Todo. Ojo de Buda, Vacío de la Nada, acción en la no acción, sentido, espontaneidad, liberación del yo y paso al centro que es el sí-mismo.