miércoles, 28 de abril de 2010

Un dibujo de Antoni Tàpies como símbolo arquetípico.

Antoni Tàpies: Dibujo. Revista Dau al Set. (1948).



La trascendencia hacia una meta superior al yo comienza a ser vivida cuando el hombre toma conciencia de su religazón con todos los ámbitos de la existencia, y un factor central para este fin lo constituyen las imágenes arquetípicas. Esta pasan a convertirse en símbolos que van aparecer ante determinadas situaciones y se expresan en toda su magnitud en la actividad artística. Ahí aquellos núcleos de significación que han dado sentido a los hombres de todas las culturas y de todos los tiempos pueden manifestar y desarrollar aspectos que adquirirán un valor existencial principal en su transcurrir histórico, social y psicológico.
Así el dibujo que en el año 1948 realiza para la revista catalana Dau al Set el artista Antoni Tàpies, muestra a un personaje que si bien posee ciertos caracteres semejantes a los de Cristo no se corresponde con él, sino que abarca otras facetas más amplias, como lo mineral, lo vegetal, lo animal y lo astrológico, las piedras, los peces, las serpientes, leones, árboles, montañas, aves, el sol, la luna, la noche, el día, el agua, el fuego, y que se constituyen como una totalidad de los seres.
El personaje central tiene la mitad de su cuerpo sumergido en el agua y con las llagas que aluden a Jesús. Y aquí comienzan a darse el juego de oposiciones tales como que la sangre que mana del costado derecho se une al agua, donde el carácter masculino de la primera establece una conjunción con lo femenino de la segunda, además de remitir al aire y al agua siendo estos elementos también considerados dentro de la polaridad sexual.
Asimismo se percibe su mano izquierda en gesto de bendición apuntando hacia arriba, mientras que la derecha lo hace hacia abajo. En el simbolismo analítico aquella alude a lo inconciente, lo oscuro, lo siniestro, mientras que lo segundo al campo de lo conciente, el día, el hombre, lo legal. Pero pareciera que ese gesto de bendición, y que cambia la mano con que se efectúa corrientemente, lo que se podría interpretar en referencia a la expresión de aquellos sectores psíquicos inconcientes, no integrados en la conciencia y que deben ser asimilados, mientras que el señalar hacia abajo con la otra mano hace a un vivir lo racional, lo masculino, lo espiritual, de una manera que se ligue a lo inconciente pulsional que simboliza el agua.
Las llagas remiten a lo que muere y resucita, transformando a través de una experiencia de sufrimiento y en donde la idea del sacrificio del yo con todas sus inhibiciones, inflaciones, ilusiones, supone una renovación que hace a una instancia superior y dadora de sentido. Así es posible entender que Tapies presenta a un personaje que es semejante a Cristo pero que igualmente establece relación con la naturaleza, con lo mineral, lo vegetal, lo animal y que no concuerda con la del salvador cristiano sino que indica hacia lo que integra y totaliza de los diversos y antagónicos componentes de la existencia. Por ello es que creemos que el artista expresa un muy antiguo símbolo arquetípico y constituía un factor fundamental en religiones y mitologías, como el gnosticismo, el cristianismo y la alquimia. Este es el que se denomina como Anthropos, El Hijo del Hombre, El Hombre Primordial, que tenía a todos los seres en su interior y que además los generaba. Asimismo se lo consideraba que había quedado aprisionado en la osuridad de la materia y que ahí estaba latente, dormido. La misión del hombre era el de rescatarlo a través del opus a fin de reestablecerlo para salvar a los hombres.
Esta concepción es posible entenderla desde la psicología analítica y a la que se le da el nombre de sí-mismo, es decir que es un centro operante inconciente y que abarca los más diversos aspectos del psiquismo y cuya meta será entablar un diálogo conciente e integrador con él durante el llamado proceso de individuación. Es el que establece la unificación y la integración psicológicas en una vivencia de transformación.
Hay que señalar que la revista en donde se publicó el dibujo intentaba una recuperación de la cultura de la españa de esos años y que tenía un marcado carácter reaccionario. Por ello es que la manera en que el artista efectuaba el dibujo era a partir del automatismo mental y se convierte en la ocasión de hacer aparecer a una figura arquetípica que no solo muestra lo que vigoriza, sino que emerge desde lo más profundo del hombre y donde se hallan las energías vitales y de cambio. Es lo subterráneo que rompe con la rigidez de la conciencia social y cultural unilateral y anquilosada. La tierra y el cielo, el sentimiento y el pensamiento, lo pulsional y lo espiritual se van integrando en una totalidad dialéctica que supera al yo. Aquello que le falta a la actitud conciente con sus máscaras narcisistas, se expresa armónicamente como el sí-mismo generando un efecto de descentramiento.

Lo rechazado se incorpora no al yo sino a esa instancia superior y que tan bien lo manifiesta el dibujo de Tàpies. Pero esto hace al proceso de individuación donde se comienzan a activar y a asimilar las energías e imágenes arquetípicas y que el arte les da una forma estética, expresándose en los sueños, la imaginación poética, las visiones. Asimismo establecen el ritmo de las transformaciones psicológicas en relación con el yo. Es el surgimiento de algo vitalmente renovador en tanto reunifica los antagonismos psíquicos.

El yo tiende a identificarse con las múltiples máscaras que son útiles en sus transacciones e interrelaciones con el medio social, donde todo lo que dificulta produce un estado de desarmonía y disociación psicológicas. El sí-mismo y tal como lo representa el dibujo recupera, integra y encauza en un juego dialéctico a esas fuerzas e imágenes que únicamente tenían cabida a través de las producciones del inconciente como los síntomas, sueños, etc. En el pensamiento gnóstico se le daba el nombre de Anthropos, de Hombre, aquello que abarcaba la totalidad de los seres en un estado de plenitud. Esto es lo que, a nuestro entender resurge en la obra del artista que estamos tratando y que justamente hace a lo humano, y no ya a este como una función, sea social o económica, entre las variadas maneras de alienación. El sí-mismo emerge en tanto se establezca con él una discusión conciente e integradora y que pueda convertirse en la oportunidad para una reorientación de la vida en la unificación de los diferentes pares de opuestos.

El dibujo resalta los colores blanco y negro, donde el ámbito de lo conciente, de lo diurno, dialoga con el de lo inconciente, de la noche y en donde ya no son uno y otro, sino un símbolo que los encauza abriendo una nueva disposición psicológica. Lo inconciente ya no se expresa de forma compulsiva sino que hace de fuerza motivadora para el desarrollo de la personalidad. El sentido de identidad del hombre ya no está alienado por las determinaciones socio-históricas, sino que se corresponden a fuerzas propias y profundas que emanan de su interioridad psíquica. Además se rompe la ilusión narcisista del yo centrado en sí mismo, para ligarse a otro núcleo del cual aquel depende como objeto a un sujeto.

En el dibujo los los más diversos seres ya no poseen límites determinados y en sus capas más profundas tienen como base lo inconciente colectivo, relacionándose con todos los niveles de la existencia. Así el arte da la oportunidad de traer a visibilidad un símbolo que alude a la renovación y transformación vital. Por esto es que es posible darle la caracterización como de salvador, recordando que este término proviene de salvus que significa en latín hacer íntegro o saludable, siendo esto lo que permite otorgar sentido y valor a la existencia.
Para finalizar queremos hacer mención del poema El Hombre del Mar de Jacobo Fijman que se encuentra en su libro Molino Rojo (1927), y donde también aparece esta figura del hombre primordial, del Anthropos, tal como se ha estudiado anteriormente. El hombre salvaje, tal como él lo denomina hace a un personaje que tiene sus fundamentos en lo arquetípico y donde cuestiona la imagen convencional de la masculinidad. Dice el fragmento:


El, el hombre salvaje,
Que ha reído con las olas del mar;
Que ha llorado con las olas del mar;
Que ha sufrido el asombro y el espanto
Frente a las tempestades
Que hacen y desahacen los mundos
Y destrozan ciudades y amplían las hogueras
Con sus gritos tan rojos;
El, el hombre salvaje
Me ha dejado oír los órganos profundos
De su alma golpeada por las visiones de la inmensidad;
Y este mi corazón se ha agitado en el sueño
Del universo;
Porque el alma y el corazón del hombre salvaje
Trae el múltiple canto del mar y de los astros
Y los abismos altos y los abismos bajos;
Las expansiones y las desolaciones
Prendidas a la rueda del universo.
El, el hombre de los ojos
Atormentados,
Que a mirado mil auroras del mar,
Me ha desclavado de las calles grises
De mis hábitos viles de hombre civilizado
Que nada tienen que hacer en mi destino
En mis pies, en mis manos
Ni en mis ojos hambrientos
De una proa, de un astro y de una aurora.
¡Ahora yo también soy un hombre salvaje!

miércoles, 21 de abril de 2010

La influencia del arquetipo animus en la psicología femenina.



Gianlorenzo Bernini: Santa Teresa y el ángel. (1644-1647).




La psicología analítica considera que la sexualidad es un constituyente que hace al ser de los hombres y mujeres y por esto que desarrolla uno de sus conceptos más importantes que es el de animus. La identidad sexual o de género implica un largo y complicado desarrollo en donde los seres humanos van adquiriendo cualidades que les otorgarán un marco de referencia producto de las interrelaciones familiares, sociales, educativas e históricas.
La concepción de arquetipo, central en el pensamiento de Jung, se plantea como un factor estructural del psiquísmo, como matriz fuente y origen de acciones y símbolos que son comunes o semejantes para toda la humanidad. Estos son moldes, formas vacías que van adquiriendo un contenido particular en tanto establecen relación con la cultura de una determinada sociedad y, en especial, por el intermedio de la familia.
Es decir, que esa identidad singular propia de lo masculino y femenino empezará a adquirir ciertos caracteres homogéneos para cada sexo y que durante el transcurrir vital será causa para que tomen matices particulares y específicos dentro de la sociedad patriarcal, fomentando esta la aparición de ciertos rasgos y reprimiendo otros.
Además la conciencia del varón y de la mujer son cualitativamente distintos, circunstancia que implica la necesidad de abordar lo masculino y lo femenino desde sus propias peculiaridades. También adquiere un importancia principal en la psicología analítica la formulación de lo inconciente ya que tiene una singularidad distinta para el varón y para la mujer, diferencia a señalar con Freud. Es decir, que aparecen como la parte contrasexual de su conciencia teniendo una actividad compensatoria o complementaria de ella.
El psiquismo de la mujer posee un lado masculino inconciente y que se expresa representándose por diversas imágenes que toman cuerpo a través de los sueños, las fantasías, los pensamientos y de manera especial en la proyecciones que tiñen las relaciones con los varones. Su actividad se hace autónoma y la posibilidad de una integración con el yo femenino será condición fundamental para la salud psicológica de la mujer.
Desde ya que sus relaciones estarán coloreadas por esos vínculos primarios y muy especialmente con el que se estableció con la figura paterna, pero además con la imagen masculina que tenía su madre y sus relaciones con el padre, hermanos, maestros, influencias culturales, etc.
Jung entiende que el arquetipo del animus personifica el inconciente de la mujer y teniendo entre sus funciones principales la de establecer un puente entre el yo y los contenidos del inconciente arquetípico, con el selbst, siendo órgano de percepción o de visión de los símbolos con que aquel se manifiesta.
Pero su actividad singular, y de aquí el nombre de animus, es la que lo caracteriza como una entidad con actividad y vida propias siendo muy próximo a todo lo que sea espíritu, entendimiento, logos, palabra. Por esto y a diferencia del anima en el varón en donde lo vital y afectivo es lo que predomina, en la mujer será lo ideativo, lo evaluativo, la posibilidad para un desarrollo a través de las imágenes vivas del inconciente colectivo, además de la capacidad para la acción, para la independencia más allá de una autoridad exterior y especialmente de tipo patriarcal. Así que cuando está integrado a la conciencia femenina le permite dar un cauce preciso de acuerdo a las circunstancias a sus proyectos, además de ser el medio para enfrentar los desafíos de la vida con resolución y estrategia e incluso agresivamente a fin de concretar sus necesidades en el mundo exterior. Elige, planifica, selecciona las imágenes que van emergiendo de su inconciente. Es el que mide y establece las coordenadas para realizar con objetividad sus posibilidades que hacen a su propio ser femenino. Asimismo su proyección permite el acercamiento al varón que comienza a tener cualidades amadas u odiadas, pudiendo llegar a una situación de tipo ilusoria.




Pero estas características del animus también pueden transformarse en causa de trastornos psicopatológicos ya que la imago es inconciente, autónoma, y por lo tanto opera como una personalidad escindida, determinando los pensamientos, afectos y actos de la mujer, desconociendo que emanan de un sector psíquico que la controla y que puede llegar a dañarla.

Cuando el animus obra inconcientemente se expresa como un preconcepto, una idea que juzga y valora tanto a su persona como a los otros, limitando su libertad y pudiendo destruir su universo de valores propios. Es decir que actúa como un marco de referencia a priori sin la necesaria confrontación conciente y por lo tanto cortando la relación con su fondo pulsional arquetípico. Es una noción que puede llegar a separar a la mujer tanto de sí misma como de los demás, donde lo erótico, lo receptivo, lo sensorial, como asimismo la contemplación de las ocurrencias, inspiraciones e imágenes que surgen de lo inconciente que son lo específicamente singular de ella. El animus los controla, los diseca y hace que pierdan su vitalidad donde ya no tienen sentido sino que se convierten en hechos fríos, fácticos.






Su actividad puede ser la de la palabra o logos.

Pero quizás donde sea más visible la influencia negativa del animus sea en las relaciones afectivas que la mujer establece con el varón. En tanto proyecte la imago del animus, aquel adquirirá sus características y cualidades y en donde ya no se encuentra en contacto con un Tu sino con una imagen propia. La no concordancia de su conducta con esta imago dará inicio a las dificultades y a los trastornos de la pareja. Puede establecerse una relación de dependencia en que se vincula con el varón representando este un proveedor que da seguridad y dirección a su vida. Así la falta de desarrollo del animus o de sus cualidades femeninas conlleva a que se intente vivir a través del primero aquello potencial propio y en caso que no responda a las expectativas imaginarias proyectadas puede cortarse el vínculo o llegar a situaciones destructivas y peligrosas para la mujer, ya que todos estos aspectos inconcientes buscan imponerse compulsivamente sobre la conciencia.
Así cuando una mujer no ha integrado lo activo, emprendedor, agresivo del animus buscará estos rasgos en un varón. Asimismo su vida estará determinada por él, ya que ahí es donde intentará vivir inconcientemente su lado no desarrollado.
Esta no confrontación conciente con el animus lleva a que sus actividades no estén regidas por ella sino por este complejo-arquetipo inconciente que hace que sus pensamientos y acciones sean limitadas por las ideas que impone. Si la relación con la figura paterna no ha sido positiva, surgen sentimientos de inferioridad, de falta de confianza y de incapacidad para afrontar la vida, de no poder llevar a cabo sus proyectos y anhelos.


El animus puede destruír a las relaciones valiosas.


Es decir que el animus juega un rol fundamental en la psicología femenina y que cuando no se establece una discusión conciente con él crea una distorción en las relaciones con los otros y, en especial, en la amorosas. Estas se tornan distantes ya que entre ella y el varón se ubica una opinión o también puede darse una simbiosis donde su complemento psicológico lo halla fuera de sí misma dañando su independencia e individuación.

La cultura patriarcal y alienante del capitalismo fomenta la competitividad, pero a su vez la dependencia hacia el varón, impidiendo el desarrollo de sus potencialidades peculiares y únicas de su ser femenino. La integración del animus le dará libertad y objetividad para desenvolverse pero como medio de acceder a las imágenes y símbolos arquetípicos que se convertirán en puente para encontrar un sentido vital.

viernes, 9 de abril de 2010

La creatividad como transformación.


Gustave Courbet: El taller del artista. (1855).




El hacer creativo adquiere en algunos artistas, científicos, amantes, una necesidad que se vuelve vital y perentoria. Así Van Gogh decía que podría renunciar a todo en la vida pero con una sola excepción: la de crear.

Esto puede manifestarse con gran intensidad, circunstancia donde se confrontan y tocan con experiencias muy profundas y que no entran dentro de la cotidianeidad. Así como en los procesos de intercambio social donde predominan el pensamiento abstracto, utilitario y voluntario, cuando se pone en juego la creatividad se constela todo un espacio que psicológicamente es diferente y es el que hace a lo receptivo, lo paciente, de una atención a las imágenes que espontáneamente van emergiendo. Donde las distinciones entre las cosas no es tajante, sino de penumbra, de espera y de recepción. Las imágenes se suceden y son como reflejadas por un espejo donde el artista las contempla y que se van transmutando en inspiración y revelación de todo un ámbito que hace a lo arcaico y arquetípico. Los espejos son metáforas de este dejar suceder imaginativo y donde el creador se coloca en una disposición para aceptar y entrar en sintonía con esos contenidos inconcientes. Se permite contemplar en un estado de cuasi-pasividad, tal como se expresan en la pinturas de Velázquez.

Esta actitud aparece como un puente de unión entre la conciencia del yo con lo inconciente arquetípico, que da la ocasión de observar y ensoñar con imágenes, símbolos y dinamismos que son transpersonales. Es el anima como vínculo con lo personal-biográfico, circunstancia principal en el acto creador y que posibilita una trascendencia.

Así los procesos creativos implican un salir de la unilateralidad yoica para abrirse a lo que se revela, circunstancia que pone en juego toda una serie de niveles psicológicos que no son de la cotidianeidad. Es decir, que el yo comienza a contemplar pensamientos, intuiciones, imágenes con gran participación emocional y que van surgiendo sin sus intenciones voluntarias. Estas son ambiguas, sin distinciones claras y que asaltan inspirando y de manera intuitiva.

De aquí la tensión que significa lo creativo ya que implica salir de sí y acceder a todo ámbito ligado a lo inconciente en donde el yo-masculinidad pueda configurar, dar una forma, hacer un cosmos de esas fuerzas que van apareciendo.

Por ello el alto valor emocional de estas viviencias y en donde no es posible la objetividad ni la distancia ya que se entabla un contacto con aquello que es ajeno a la conciencia del varón y que permite ensayar con lo que es generador, lo paridor, lo mágico y embriagante, lo sensorial. Este es el espacio de lo femenino y que desde la psicología analítica hace al arquetipo de lo materno-anima. Pero para conocer esto será necesario que el yo-conciencia se distancie de las máscaras paternas con las cuales se identifica e ingrese a ese mundo diferente.

Así es de recordar que en Grecia se desarrollaban los misterios eleusinos y que si bien eran eminentemente femeninos, también se daba una importante participación de los hombres en ellos. Ahí no solo accedían a niveles de emoción importantes sino también a una experiencia de muerte y renacimiento a partir de lo arquetípico femenino.

Desde lo oscuro del interior de la tierra se gestaba alguien transformado, y siendo este el lugar que ocupaban el rito, la fiesta, las celebraciones colectivas y que posibilitaban una vivencia de lo trascendental.

Ahora bien, pensamos que esto aún pervive y se expresa en las diversas manifestaciones del arte, ya que allí surgen esas fuerzas, imágenes y símbolos que operaban de manera semejante en lo religioso. Pero lo que le da este carácter de necesidad y perentoriedad a lo artístico-creativo son esas manifestaciones de lo inconciente y en donde la capacidad del creador, su habilidad, será imprescindible para darles una configuración.

Esta situación de gran implicancia emocional está dada por la presencia del arquetipo de lo femenino y que se experiencia como una conjunción e inclusive como de una unión sexual amorosa, hecho que hace posible explicar la gran tensión que en la vida diaria conlleva la relación de pareja y en que están en juego factores inconcientes que se intentan vivir en ella. El eros está implícito y es la fuerza unitiva hacia algo mayor que el yo. El símbolo de la mujer sacando agua de un aljibe hace al anima extrayendo de los pozos de lo inconciente arquetípico los contenidos para ser asimilados por la conciencia.

Pero también el artista pasa por su propia fecundidad y en donde la obra conlleva aquello que algunos han vivenciado como el nacimiento de un hijo. Allí están dadas sus relaciones, sus diálogos entre el yo y el sí-mismo, donde lo receptivo genera algo que el creador trae al mundo. Esto toca no solo su masculinidad-fecundante-paterna sino también lo propio femenino-conceptivo-receptivo.

Lo transformador toma la iniciativa de todo este proceso. Lo incontrolable, lo que se halla ligado a lo orgiástico de la embriaguez, de lo paradójico e indistinto, saca al yo de su estabilidad y utilitarismo social para llevarlo a esos espacios que durante siglos fueron de lo iniciático-místico-mágico.

El creador-artista puede ser quien ocasione la ruptura de lo rígido, de lo patriarcal establecido, ya que incorpora todo un estrato psicológico que en la evolución filogenética el hombre a reprimido y, en especial, por la preponderancia de lo abstracto-tecnológico.

La gran intensidad emocional de lo creativo muestra la presencia de aspectos psíquicos que no encuadran en el statu quo de lo patriarcal y que cuando no son tenidos en cuenta se los vivencia directamente en el vínculo con el sexo opuesto, ya que allí es donde se proyectan esas imágenes y dinamísmos. Pero justamente se constituye en la oportunidad para un inicio a fin de tomar conciencia de estas fuerzas y reubicarlas en la economía psicológica a través de su integración y en diálogo entre el hombre y la mujer.

Para finalizar, un símbolo central y característico de lo femenino es el vaso, y este será lo que geste, lo que contenga, para que desde la oscuridad y la penumbra haga madurar lo nuevo. La recuperación de lo arquetípico femenino devaluado por la conciencia patriarcal se hace tarea para superar la alienación de un mundo ligado a lo útil del poder y de un individualismo narcicista que lleva no solo a la fragmentación psíquica sino a la social-cósmico y en especial con la naturaleza.

Pero para que de ese recipiente nazca lo nuevo, lo original, el yo tendrá que trabajar intensamente para darle una forma artistica. El arte, el amor, la mística, el pensar meditativo del que hablaba Heidegger, son vías y caminos hacia el sí-mismo y donde sus aguas fecundantes pueden aportar la vitalidad para superar lo inerte y seco.