martes, 15 de septiembre de 2009

El monstruo. Algunas notas psicológicas.

Un débil feto, un provecto anciano,
con el sobrenombre de dragón.
Para eso se me ha encerrado,
para que nazca como rey.
Verus Hermes, 1920.
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Deformaciones, excrecencias, tamaño excesivo, falta de cultura, maldad, son algunos de los adjetivos que se pueden dar al término monstruo. Pero así como siempre ha suscitado interés tal fenómeno, esto nos remite al psiquismo del hombre que desde su interior aparecen figuras y personajes que hacen a las fuerzas arquetípicas que lo constituyen y que refieren a toda una gama de formas a las que se los designa como monstruos. Los mismos son hasta cierto punto fáciles de detectar en el mundo exterior, pero la situación comienza a complicarse cuando emergen y comienzan a transitar libre y autonomanente en sueños, fantasías, visiones.


Lo monstruoso rompe el espacio, el tiempo y el cuerpo, donde trastorna el orden de lo natural como aberración morfológica. Así se muestran brujas con tres pechos, hombres con cinco pezones, esfinges, medusas, sirenas, o en la literatura más contemporánea se habla de Frankenstein, el Hombre Elefante o el Increíble Hulk o las manifestaciones plásticas de artistas como Goya, Berni, de la Vega, siendo algunas de las expresiones que han ido adquiriendo en la historia de diversos pueblos y culturas.


Ahora bien, esto señala que la temática siempre ha sido atrayente, donde junto al temor y a la repugnancia se genera un vivo interés, como lo seductor pero también como odioso. Hay algo que fluye libremente, donde el límite no circunscribe y el desborde parece llevar a un ser anterior y primordial a toda cesura sobreponiéndose al orden natural. Contaminación de cualidades, en que lo masculino se confunde con lo femenino, la vida con la muerte, el bien con el mal, y que correspondería que estuvieran separadas y diferenciadas. Así se constela un estrato muy arcaico de la psíque cuando la conciencia y el yo eran iniciales y débiles, tanto en lo onto como en lo filogenético. De aquí la fascinación que continúan ejerciendo en la actualidad donde el hombre se enfrenta a aquella zona del psiquísmo de la que ha ido naciendo la conciencia.


Por ello es que hay que hacer notar el gran impacto que tiene este tema en las manifestaciones culturales masivas tales como, por ejemplo, las películas de monstruos. Creemos que este hecho se debe a las actuales condiciones en donde el excesivo desarrollo de la racionalidad instrumental y lo tecnológico mutilan y sacrifican todo aquello que remite a lo inconciente e irracional. Estos últimos retornan como manera de compensar un estado de desequilibrio psíquico y que asimismo permitiría una oportunidad de curación de esta disociación. Así junto al monstruo está el héroe que lo combate y de donde emerge una situación transformada ante el peligro que significaba la irrupción de aquella figura. Pero solo es héroe quien obtiene algo de ese cuerpo, que libera un valor que allí se alojaba y no quien se identifica con lo monstruoso o evade el combate. La primera situación significaría se devorado por lo inconciente cayendo en la patología mental y en el segundo la represión y negación de todas esas fuerzas arquetípicas que dan ocasión de una renovación vital.


El hombre se ha individuado y se acerca al sí-mismo solo cuando establece una relación dialéctica con aquello arquetipico que se presenta como algo otro. Ahí se integran energías, impulsos e imágenes en un punto virtual y de intersección entre lo conciente y lo inconciente que es el selbst, haciéndose microcósmos. La conciencia se desarrolla y lo inconciente se va diferenciando en formas cada vez más al servicio del hombre.


Así el monstruo era aquello que en un primer momento aterrorizaba al ser humano, ahora este encuentra toda una serie de posibilidades vitales que allí dormitaban, solo que para convertirse en oportunidad de desarrollo se hacía indispensable la intervención de la conciencia. Esta ya no estaba dominada por esas fuerzas sino que las integra. Es semejante al proceso que llevaban cabo los antiguos alquimístas donde buscaban destilar la prima materia, que en más de una ocasión la consideraban monstruosa, en formas cada vez más sublimadas y sutiles siendo la meta del opus.


Por ello es que la psíque genera todas expresiones simbólicas que dan ocasión al proceso de individuación y específicamente ante situaciones de desequilibrio y crisis, las imágenes psicológicas otorgan a todo un mundo arcaico posibilitando una salida y superación de las mismas. Los sueños, las fantasías, el arte, los juegos, representan todo aquello que la conciencia patriarcal deja de lado a fin de resaltar la racionalidad instrumental y la conformidad social. El mecanismo de la proyección que hace ver lo monstruoso solo afuera del hombre y que se expresa especialmente en fenómenos de masa, impide dialogar con todo eso que asusta evitando ver que son parte de ellos mismos. Ahora bien, la manera de evitar tal situación se da en la medida en que el transitar de la conciencia por todas esas monstruosidades como partes constitutivas del ser humano, posibilita el sacrificio de un yo narcisista e inflacionado que cree ser aquello que se es en un mundo de ficción e ilusión, de predominio de la máscara. En la lucha del héroe con el monstruo se da la ocasión que aquel adquiera algo que pertenecía a este, constituyendo en un modo personal y propio lo que era de lo inconciente. De la regresión que implica esta confrontación, de un descenso a los infiernos, el héroe-conciencia emerge en un movimiento progresivo que integra en su vida lo que allí encontró enriqueciéndose.


Dragones, gusanos venenosos, harpías, esfinges, cabezas que vuelan e invitan al combate a los viajeros por los caminos del inca, muestran la riqueza simbólica de lo arquetipico. Al olvidarse que existen y que operan en nosotros obtienen ese poder fascinante que se expresa en toda una sintomatología que señalan a la negación de lo corporal como los trastornos de la alimentación, psicosis y diversas patologías que son la reacción ante el intento de moldear lo corporal a imagen y semejanza de los dictados estéticos que conforman los cánones económicos, políticos y culturales donde lo humano pasa a ser instrumento de consumo. El monstruo allí hace su aparición pero también da la ocasión para la sanación por lo oscuro y por aquello que es la sombra del hombre.