miércoles, 31 de marzo de 2010

La vida como laberinto.




Bartolomeo Veneto: Hombre con laberinto. (1510). Oleo sobre tabla.





La reproducción de la obra de Bartolomeo Veneto muestra a un hombre que en su zona torácica y en el estómago tiene un laberinto. Y no deja de ser significativa esta ubicación ya que implica todo un sector corporal en donde se expresan las emociones, los afectos, donde está el corazón, lo que va a digerir los alimentos y además en una colocación de centralidad. Situación que señala que el laberinto no solo está en el hombre, sino que desde lo racional, desde lo alto de la cabeza se desciende, se interna en toda una zona de diferentes características de ella.
Ingreso en las entrañas del cuerpo donde lo
caliente, lo que no se ve claro y distinto, supone un transitar por por caminos de dificultad para arribar a un centro a fin de hallar algo de mucha importancia y sentido. Lo corporal es camino de exploración, circunstancia que reconoce en este toda una serie de manifestaciones psíquicas, de contenido imaginativo, en que ya no es algo inerte material, sino un conjunto vivo y en donde la conciencia penetra a fin de poder iluminar aquello que aterroriza pero que también fascina.
Lugar de presencias actuantes y cuya confrontación se hace tarea ineludible para los hombres de todos los tiempos y lugares. Pero no se trata de un momento que propio de un pasatiempo o a una curiosidad, sino que tal y como lo entendían los hombres del barroco, la vida es un laberinto.
Las circunstancias dificiles del vivir, la enfermedad, la muerte, el distanciamiento y la pérdida de lo querido, suscita una gama de sentimientos que hacen a la angustia, el dolor, la tristeza, la depresión.
Pero además se da la posibilidad de darles un encuadre simbólico y de sentido, ya que ante esos momentos de detención, emergen imágenes, ideas, símbolos, cuya estructura puede adquirir la forma de un laberinto. Es decir, el hombre frente a determinadas circunstancias se ve o se siente arrojado, donde su base de sustentación se hunde juntamente con él y que
desciende a los infiernos. Vivencias estas que siempre se han asemejado a las de la muerte y que hace a la perdida por parte del yo de sus referencias identificatorias.


Momentos de soledad, de variedad de caminos que se muestran ante nosotros y en donde surge la necesidad de la reflexión para saber qué hacer. Ahí comienza el transcurrir por el laberinto y por zonas de las que no se tenía sospecha que poseyeramos. Y esto es posible entenderlo psicológicamente como un episodio de regresión y que hace al retorno a lo más primario que es el inconciente arquetípico y que también puede metaforizarse como de gran vientre materno. Allí penetra quien sufre y que si bien es un período de peligro, en especial de quedar aprisionado allí, también están las energías vitales renovadoras, que se trasuntan en los grandes símbolos que han dado sentido a las vidas de los hombres y que se corresponden con lo vivo, lo profundo y lo suprapersonal.


Así en un inicio el héroe vive esta situación pasivamente pero en la medida en que tome la iniciativa de internarse en ese mundo arcaico puede llegar a encontrar una manera de transformar ese sufrimiento primero, y que conlleva una experiencia iniciática de muerte y transformación. Así en algunos de los laberintos se encontraba en su centro un espejo y que alude a que eso tenebroso que ahí se ve es un reflejo de quien miró.


Solo es posible avanzar sabiendo que se puede errar el camino, que es posible que haya pérdidas y que habrá que descartar la facilidad y la comodidad, ya que se tendrá que ir dejando antiguas identificaciones, ideas de grandeza, miedos, ilusiones, para que por un proceso de despojamiento llegar desnudo a la cámara central. Los espejismos de la existencia ya no funcionan ni los pedidos de ayuda ya que allí se está solo con uno mismo.


Habrá momentos de dolor donde un puñal se clavará en nuestra espalda o en el vientre, sin ver a la mano que lo empuñó. Pero igual habrá que seguir transitando hasta llegar al centro. Pero ¿allí qué hay? En el mito cretense Teseo ingresa al antro donde está el minotauro que devora a los jóvenes y la tarea del héroe será el de darle muerte y acabar con esa infamia. Y justamente esto hace a todas esas fuerzas oscuras, sombrías del hombre y a las cuales deberá confrontar a fin de que no lo dominen ni fabriquen una máscara de magalomaníaca hybris. Este es el cometido de quien penetra en el laberinto y es el de llegar a tener conciencia de dinamismos a los cuales solo percibía en estado proyectivo afuera, en el mundo y en los otros, y que ahora deberá afrontarlos como parte pertenecientes a sí mismo.



La huida de esto conlleva la caída en la alienación social, pero también en la medida en que se identifique con ese inconciente arquetípico, a un estado de inflación narcicista y psicopático. El combate, cuchillo en mano con el minotauro hace al enfrentamiento más temido y que es el que se da con uno mismo. Ya no se es devorado por la fuerzas hetero o autodestructivas, sino que estas pueden ser integradas, asimiladas a la vida abriendo nuevos cauces vitales.


Así lo que se veía como lo que podía destruírnos, ahora no solo permite adquirir una seguridad en sí por su concientización, por haberlo mirado de frente a eso tan temido, sino que lo que actuaba más allá de mis designios, inconcientemente, puede y deberá ser tenido en cuenta en el decurso existencial.


El laberinto está estrechamente asociado tanto con la entrada al mundo de los muertos como con la penetración en el cuerpo femenino, de la tierra, de la diosa. No era infrecuente que en la cámara central se encontrara un tálamo nupcial donde se efectuaba la unión sexual y que también es posible hallar reminiscencias de esto en obras literarias como Las Moradas de Teresa de Jesús.


Las nociones de muerte y sexualidad, fecundidad, hace a todo este proceso de misterio que se halla, y volvemos a repetirlo y como tan bien lo representó Bartolomeo Veneto, en el hombre mismo como una estructura arquetípica. En los momentos de dificultad, de desorientación , de angustia, los sueños, las tradiciones, el arte, en definitiva lo simbólico cultural, proporcionan un cauce para poderlos transitar. Pero no solo cumplen esta función sino que hacen a procesos de muerte y renacimiento, de transformación de uno mismo donde aquello que parecía actuar como una vivencia destructora da lugar a un episodio de agrietamiento de las identificaciones yoicas, de las máscaras, y el contacto con fuerzas y símbolos desconocidos que contienen potencialidades que van a posibilitar salir del laberinto, pero distinto y cambiado de como se entró.





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