martes, 12 de octubre de 2010

Pensamientos acerca de "La vírgen de las rocas".

Leonardo da Vinci: La virgen de las rocas, (1483-1493). Louvre, 198 cms. x 123 cms.



Las grandes obras de arte tienen la misteriosa propiedad de introducirnos a un espacio que es propio de lo numinoso y que es un extraño poder que se trasunta por medio del artista. La virgen de las rocas es una de las más bellas pinturas de Leonardo, comenzando su ejecución en el año de 1483 a partir de un contrato que firma con la Cofradía de la Concepción, en Milán, y entregándola en 1493. Es una de sus obras más misteriosas y se manifiesta como lugar de lo prístino, de símbolos que evocan la suavidad de la femineidad como la cueva, las rocas, la vegetación, en un ambiente de naturaleza animada. Claroscuros, penumbras y silencio, la pintura nos conduce a un espacio que es interior, al alma.
Fluencia perenne de la vida, pero transida de espíritu, y en este caso femenino; cueva de dioses paganos en donde el rostro del arcángel Uriel es semejante al que pintará posteriormente en el San Juan Bautista y que no deja de tener reminiscencias con el dios Baco.
Arquetipo de la Madre Divina que produce toda la floración. Cueva de la iniciación en donde los misterios que son singulares de la mujer son los rectores y que se expresan plásticamente en una tela, pero también se los encuentra y descubre en el interior del alma de los hombres, en lo hondo de su psique.
Desde lo profundo abarca todo un ámbito de experiencia y vivencia de lo femenino y donde ya no se refiere a lo elemental y pulsional, sino que adquiere las expresiones de la Sabiduría, de la Sophia, que no emerge por el trabajo intelectual conciente y metódico sino desde lo corporal, de lo imaginario y de la participación amorosa.
Femineidad de lo que principia y de lo que termina, que engendra a lo que nace y a lo que muere, sol naciente y sol poniente y que están en su corporeidad. Expresiones a partir de los niños San Juan Bautista y Jesús, pero asimismo del arcángel que
adquiere rasgos andróginos, siendo una cualidad de lo materno que abarca los diferentes opuestos.
Allí se penetra durante el soñar, desde donde surgen las visiones y los símbolos y en la extrañeza del pensar vigil. Continente para la renovación y la transformación, útero alquímico que disuelve pero que gesta nuevas formas a lo gastado.
Transito de quien siente caer sobre su cuerpo las palabras de la poesía en la inspiración; colores y sonidos que se tornan vivientes y electrificados por su sensorialidad aromática. Penumbra de lo que se va produciendo en un tiempo originario. Reconfiguración de los sentidos en la existencia significativa y en donde se pierden las urgencias del afuera amoroso y atrapante, para hallar ahí la fuente desde donde mana lo vital de tibieza lujuriante, embriagante de imágenes de onirismo transfigurador.
Distancia de lo más cercano, anhelo de lo que se reencuentra pero solo en el símbolo que toma forma desde la virgen. Cuerpos que renacen de otro cuerpo pero de luna, que brilla en ritmos de un aparecer y un desaparecer. Aunque para tener la posibilidad de aproximarnos a esa cueva, es preciso que se conviertan en experiencias sus manifestaciones, es decir en aquello que hace a los sueños, las fantasías y el calor del amor. El pensar lógico-instrumental aleja y hasta reprime ese lugar de diferencia.
Saberes del corazón, de esos que la razón no entiende. Origen del alma y que algunos llaman de la psyjé, cueva que está maravillosamente animada por figuras y presencias de misterio, pero también por lo femenino oscuro ligado al morir y a lo peligroso y que Leonardo lo representa a través de la mano izquierda de la virgen sobre la
cabeza del niño Jesús, y que tiene forma de garra. Hecho que recuerda la memoria del pintor cuando penetra durante su juventud en una cueva y ante el espectáculo de fósiles y formas misteriosas, no deja de maravillarse con profundos sentimientos de deseo y temor.
Vida y muerte, ascenso y descenso, son los movimientos de ese fluir de la naturaleza y que el artista decía que estaba transido por el espíritu, y en donde cuestiona un pensar ligado a lo masculino-patriarcal en que lo discursivo-lógico se convierte en criterio de verdad. En esa cueva se es y se está.

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