jueves, 7 de octubre de 2010

La fuente que mana: la inspiración.


Jean Auguste Ingres: La fuente (1856). Óleo sobre lienzo, 163 cms x 80 cms.


Agua que de una fuente brota de sustanciosa delicia, que refresca y rejuvenece como vida en su fluencia pero también como imágenes que desde su sensorialidad son la ocasión para experienciarlas con regocijo sensual. Materia extraña llena del espíritu del Eros que disuelve y recompone, que gesta pero que ahoga.
Símbolos que hacen que las circunstancias del mundo exterior, el de las leyes, comiencen a adquirir
significación cuando son el soporte de procesos simbólicos, llevando al territorio de la leyenda. Ahí es donde se da una conjunción entre lo externo y lo interno y en donde cada uno se necesita como complemento.
La fuente plasma una singular vivencia en que el agua
surgente es el símbolo a una experiencia que hace a todo un universo en vinculación con lo erótico, con lo femenino profundo. La pintura de Ingres que arriba presentamos pone de manera llamativa a la mujer y al cántaro como equivalentes con sus curvas, sinuosidades y ritmos. Imagen arcaica que puede seguirse hasta antiguas culturas tales como la egipcia, en donde la diosa Isis era representada como un cántaro o en las del México antiguo de manera similar.
Agua, mujer, fuente, pero también luna que quizá sea la que
contextualiza todo un ámbito que expresa lo femenino arquetípico. Manifestaciones que vivifican y que, como la fuente en su fluir, emergen sin el control conciente del yo. Son fragmentos de imágenes y sensaciones, son extrañas y se sienten en el cuerpo. Rompen con la lógica discursiva, fascinan y señalan a un espacio distinto del de la vida vigil.
En el simbolismo religioso la fuente sirvió para intentar acercarse a lo divino y a lo que se abre paso a través de visiones e imágenes. Se la entiende como
otra forma de sabiduría, ligada a lo lunar y con modos de funcionamiento diferente al del logos solar.
En las mujeres constituye el principio del
Eros, en los varones el ánima, que hace al soporte, al medio para que la conciencia perciba las imágenes y símbolos de lo inconciente. Puente y conducto de la fluencia arquetípica y que solo a través de ella es posible tener conciencia del mundo imaginal, ya que ella misma es imagen. Apertura a un mundo que se vivencia a través de ella. Inspiración pero cargada de corporeidad y que su brillo solo se percibe por la presencia de alguna mujer.
Saber sin saber, que se hace experiencia interior, mundo de símbolos y de imágenes, de intensidad en la intimidad de sonidos y colores, de aquello de lo que ya no se podrá dejar de oír en las visiones.
Agua que fertiliza la existencia, fuente de
juvencia por la que se inicia la travesía y la aventura, que se halla en el centro del paraíso o del alma o en algún lugar. Sabiduría del corazón que te baña y te disuelve en miles de goces floridos. La siempre esperada y siempre retornada, la que habla en los sueños y en el éxtasis del amor. La que, si la escuchas, vierte sus ánforas rebosantes de un líquido mortal-inmortal en tus sequedades.
Por esto es que el arte es un medio
privilegiado para dar forma a esas imágenes que nos ponen en contacto con lo arquetípico femenino, siendo la posibilidad para acercarse a eso primordial que da sentido y profundidad a la existencia. Tarea del artista es la de poder llegar al inicio y al fin.

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