miércoles, 13 de julio de 2011

Notas sobre algunos símbolos en una novela de Haruki Murakami.



La creación artística otirga una forma estética a las expresiones de la existencia, así la vida, la muerte, el sufrimiento, el éxtasis. Y por ello es que la obra de Haruki Murakami nos parece que desarrolla de manera relevante estas cuestiones.
Su novela "Al sur de la frontera, al oeste del sol" presenta un interjuego de personajes y acciones donde se encarnan aspectos significativos de la vida y en especial en lo que hace a la interrogación y a la búsqueda de un sentido, pero siempre haciendo incapié en aquellos que se ven desvalorizados y reprimidos por las modernas sociedades tecnologizadas.
Así, en la exploración del eros, en su más amplio espectro, Murakami nos introduce no solo en lo que en apariencia sería el foco de la novela, la relación dificultosa entre lo amoroso casi imposible entre un hombre y una mujer, sino más que nada en la apertura hacia un universo simbólico y de interioridad psicológica. Recuperación de un territorio que está más allá de lo útil-instrumental y que frecuentemente desemboca en ideologías alienantes de las culturas de estos tiempos de sobremodernidad.
Aproximación a un viaje de tipo iniciático y, por lo tanto de dolorosa transformación pero que a su vez gesta conciencia; de muerte, pero también de renacer y donde se va vislumbrando un sentido ante una vida estéril y prosaica de cotidianeidad, pero que nunca se abandona la esperanza de algo que la signifique. Y por esto es que hay un motivo que se entronca en todo el desarrollo de la novela y es una mujer llamada Shimamoto.
Ella abre todo un campo de experiencias y viviencias psicológicas, de sentimientos. Su cercanía con la música, con la belleza de una interioridad del corazón, en donde esplende e irradia lo estético significativo. Ella imprime una marca que será imborrable en el protagonista, Hajime. Murakami les otorga a ambos cualidades que los singularizan como que ellos son hijos únicos, es decir que pone el acento en la soledad del hogar familiar y por esto en una gran sensibilidad a lo que les sucede en su interioridad. Cualidad central que hace a la creatividad, es decir, a un desencadenamiento de todo un universo de imágenes, sentimientos, visiones, sensorialidades, y que en el caso del varón Carl Jung los engloba bajo el nombre arquetípico de anima. Es decir de la personificación de lo inconciente y que hace al mundo de lo imaginal, de la potencialidad de la vitalidad que brilla a través de los cuerpos. Mundo interno, apertura a la visión de la belleza y también a un más allá de lo inmediato.
Así es que la novela describe cómo Shimamoto y Hajime se conocen en su infancia, en la escuela, y donde se gesta lo que Martín Buber llama un encuentro, donde no solo se descubre al otro sino a sí mismos. Su distanciamiento y separación a los doce años, no hará que se olviden las marcas que abrirán a una búsqueda en sus vidas y que siempre, en distintas épocas, estarán presentes, aunque pareciera que los caminos se han hecho otros.
El protagonista iniciará nuevos rumbos vitales, entablará nuevas relaciones con diversas mujeres a las que pretenderá quererlas; las dejará, comenzará con diferentes trabajos, pero nunca encontrará un sentido, una plenitud a todas esas experiencias. Lo cotidiano se torna tedio y sin gusto hasta que conoce a una mujer que le hará sentir que puede evadirse de esos sentimientos. Se casará con ella, tendrá hijos y un suegro rico le permite abrir un bar de jazz con el que progresará económicamente. Pero siempre carece de lo vital significativo y además viviéndolo como el haber renunciado y hasta mutilado una parte muy importante de su personalidad.
Pero un día el destino o quizá un llamado a ser quien se es, a la individuación, hace que se reencuentre con Shimamoto en ese bar. Y aquí es donde es posible acercarse a todo un campo psicológico arquetípico, donde ella se reviste de cualidades que hacen a un espacio de feminidad y a la que es posible calificar como de lunar.
Así ella se descubre a través de momentos rítmicos, siempre variables; aparece y desaparece, circunstancia que deja profundamente turbado a Hajime. Tiempo lunar con sus peculiaridades de fases cambiantes, como Shimamoto, nunca igual.
Ella expresa un arquetipo fundamental en la psique del varón, el anima, que se expresa como puente con lo imaginal. Además siempre ella está ligada a la lluvia que humedece y fertiliza a los desiertos de la existencia, como le recuerda un amigo de Hajime, metáfora de la vida árida en que se encuentran.
Aparición que irrumpe, que trastoca, desestabiliza y confunde, pero profundamente enraizada en una zona que roza la muerte, lo oscuro, y que son también aspectos que siempre la mitología ha descripto de lo lunar. Ella roza, envuelve, baña, descubre sensorialidades de perfume en Hajime, hiere la herida y el sufrir, se hace búsqueda de lo que falta.
Por esto es que el protagonista comienza a adquirir conciencia de su aridez cotidiana, cuestiona a su suegro, símbolo del capitalismo corrupto; dejar de mostrar máscaras que encubren desiertos afectivos. Pero Shimamoto no solo es delicia sino profundidades del dolor, como cuando le pide a Hajime que la acompañe a un río para arrojar ahí las cenizas de una hija muerta, y a fin de que llegue al mar, se evapore y se convierta en lluvia para retornar o renacer, símbolos estos que adquirirán todo su sentido al final de la novela y que pareciera preanunciar lo que le sucederá al protagonista como una necesidad de transformación.
Shimamoto luego de la unión sexual con Hajime y por la cual ambos se siente plenos, desaparece y el protagonista queda profundamente deprimido. Su vida se hace más dura y estéril de lo que antes era y así reaparecen las imágenes del desierto de la existencia.
Ante esto toma una firme resolución, de continuar su vida con su esposa, aunque "porque no quiero estar más solo", sus acciones con ella y con sus hijos son forzadas y desde el deber. El brillo lunar desapareció, al igual que lo vital, lo animante. Y en el final, ya casi sin fuerzas piensa en la lluvia, observa al cementerio que está enfrente de su casa y siente que alguien desde atrás lo toca, pero él está pensando en el mar. Y aquí es donde retorna el recuerdo de la escena de la hija muerta de Shimamoto y quien será arrojada a un río para que desde sus cenizas renazca como lluvia fertilizante, circunstancia que pareciera que se refiere ahora a Hajime, como forma de encarar ese sufrimiento.
Y este tal vez sea lo que Murakami pretende describir y donde todas esas experiencias y vivencias, de esos amores que deberán convertirse en un recorrido iniciático y que solo desde su transformación, de la interiorización de ese fuego, pueden abrirse nuevos campos de percepción y de crecimiento. De un descubrir imágenes, los ensueños y que como metáforas están más allá de la corporización de esa persona única y de la cual nos enamoramos perdidamente.
A través de los padecimientos y éxtasis se descubren los lugares de lo misterioso, de aquello que nos saca de lo útil, instrumental y prosaico para acercarnos a lo que da sentido y vida. Recuperación o conjunción de los opuestos al decir de Jung, de reencuentro con la otra parte en donde lo externo de ese cuerpo amado se hace catalizador para descubrir algo de mi interioridad. Mundo imaginal y simbólico que transforma, que abre a lo que se es.

Esto es lo parece que ambos descubren en su encuentro y que se hace marca inolvidable que siempre se llevará como una herida doliente y en especial a partir de su separacón física. Trayecto iniciatorio donde los símbolos se hacen puente para un trascender y abrirse a nuevos ámbitos de la existencia, pudiendo tomar una distancia creadora de ese cuerpo que falta, que se hace falta. Sacrificio que permite el descubrimiento de lo hondo, universo arquetípico. Cuestionamiento del yo para hallar a un Tu; amor que expande de lo personal a lo universal. Recorrido que bien lo expresa el título de la novela: "Al sur de la frontera, al oeste del sol", donde Murakami dibuja una cruz, donde es necesario confrontarse con el tormento y la muerte, que simboliza el oeste, del sin sentido personal pero también de sociedades ultratecnologizadas, para reecontrar un ámbito de transformación iniciático a través de experiencias ligadas a lo onírico, lo fantástico y muy especialmente al eros.

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