jueves, 19 de agosto de 2010

Lo inconciente arquetípico en una pintura de Henri Rousseau.

Henri Rousseau: Hombre negro atacado por un leopardo (1910). Óleo sobre tela, 114 x 162.



Los momentos históricos-sociales pretenden conformar un conjunto de ideas, valores, costumbres, por las cuales intentarán captar la conciencia de los hombres a fin de obtener su consentimiento para legitimar las políticas que los caracterizan. Así en la Europa de fines del siglo XIX y comienzos del XX, el capitalismo a través de las grandes potencias imperialistas como Francia, se expande mundialmente para controlar mercados y recursos indispensables para su multiplicación. La agresividad hacia la naturaleza, hacia las llamadas "culturas primitivas", tiende a desarraigar a los hombres de sus fundamentos intuitivos, irracionales e imaginativos. La tecnología y la automatización se van intercalando en cada espacio de lo social.
Pero el arte, en tanto sea profundo y vital, va a reaccionar con una serie de producciones a esos estados que llevan a la insatisfacción. Diferentes corrientes otorgan nuevas energías a los artistas de la época, recuperando las grandes obras del arte africano, asiático, precolombino o del folclore, desestructurando los fundamentos académicos que se imponían desde el renacimiento. Así el primitivismo hace a uno de sus más importantes aportes y aquí es donde nos referiremos a uno de sus iniciadores, el pintor Henri Rousseau (1844-1910). De este artista que fuera rechazado y escarnecido, que solo al final de su vida alcanzó un reconocimiento, intentaremos hacer algunas interpretaciones de una de sus últimas obras.
Antes hay que mencionar que el pintor que nos ocupa nace el 20 de mayo de 1844 en el pueblo de Laval, Francia. Cuando tenía más de treinta años comienza a pintar de manera autodidacta. De variados intereses, ejecutaba varios instrumentos musicales, llegando a componer algunas piezas y dando clases, pero también escribió varias obras para teatro. Su consagración debió esperar hasta el año 1908 cuando Pablo Picasso lo celebra con un banquete luego de haberle comprado una cuadro.
Pero para no extendernos, pretendemos centrarnos en una de sus pinturas la que se la llama: Hombre negro siendo atacado por un leopardo en la selva. Su factura es del año 1910 y es una de las veintiséis versiones que realiza sobre la temática donde aparece lo selvático. Ahí se percibe en un medio de lujuriosa vegetación a un leopardo y a un hombre negro luchando entre dos árboles y entre grandes flores amarillas y violetas, mientras asoma en un cielo celeste un intenso sol rojo.
En primer lugar hay que señalar que lo que se destaca es el ambiente de onirismo de la imagen, correspondiendo a una cualidad de gran sensibilidad sensorial de Rousseau y que sentía con una gran experiencia de realidad aquello que imaginaba. Por ello es que adquiere un matiz propio de los sueños y así conduciéndonos a una zona diferente de la conciencia de la vigilia cotidiana y que es singular de las manifestaciones de lo inconciente arquetípico. Pareciera que la obra se enmarca contra lo racional-instrumental, para acceder a lo imaginativo-fantástico que posee sus propias y singulares leyes.
Su gran vivacidad recupera un mundo animal-vegetal-mineral no del todo diferenciado. El artista da forma a eso que falta o es insuficiente en la actitud conciente, que tan moldeada está por lo social y presentándose con una organicidad y fuerza que despierta intensamente nuestra percepción. Un mundo distinto, primitivo, salvaje, cruel, va tomando forma.
Lo inconciente detenta una actividad compensatoria de las varias y rígidas máscaras yoicas que tanto individual como socialmente nos encubrimos. El auge de lo tecnológico, de la racionalización en todos los ámbitos de la cultura o la masificación, generan reacciones que van desde la creación del psicoanálisis hasta el primitivismo artístico, en donde aparecen contenidos, personajes y escenarios que son característicos de lo inconciente. El cuadro se convierte en un paisaje psíquico, y así adentrándonos en el mismo, una figura negra lucha contra un leopardo. Desde la psicología analítica es posible interpretar al personaje negro como todo aquello que hace a lo espontáneo, lo natural, lo salvaje, lo pulsional que la cultura va reprimiendo y al que se le puede dar el nombre arquetípico de sombra. Representa a lo que hace al cuerpo, a la tierra y a lo nocturno, lo sexual, los ancestros, muy distante de los modos de funcionamiento del pensamiento vigil o diurno. Recuerda los arcaicos antepasados cuando se internaban en la selva o en los bosques para cazar y donde el hombre y el animal tenían relación de comunidad sacrificial.
Ser oscuro dormido en lo inconciente, o como dirían los alquimistas en la profundidad de la materia, y que cuando sale a la luz asusta. Pero justamente por hallarse en las raíces, en los fundamentos, es que posee un carácter vital y paradójico y que en la medida en que pueda ser integrado señala nuevos rumbos de desarrollo psicológico. Es la ferocidad, lo sagrado material del cuerpo, lo que obsesiona, llama, inquiere cuando la conciencia se desarraiga. Es quien está presente en los síntomas, en los sueños, en la tela de los artistas, es lo abisal, lo pulsional. También en la alquimia el negro representaba a la materia inicial, caótica, la prima materia desde donde dará inicio la obra de transformación. Situación semejante hace al leopardo que ataca y que simboliza lo animal, lo cruel, lo hostil y peligroso, lo que deberá ser tenido en cuenta y concientizado, ampliando las dimensiones de la personalidad.
Asimismo no puede dejar de señalarse al sol rojo que asoma sobre la vegetación y entre los árboles y en donde se destaca la intensidad del color. Lo redondo es un símbolo de la totalidad del hombre, de lo que en la psicología analítica se llama sí-mismo y que es lo que integra y unifica las distintas oposiciones del la psíque en una estructura dinámica y de significado, en donde el yo es un instrumento para su realización conciente en la vida de los hombres.
Por ello es que el sol se encuentra sobre los personajes que se traban en lucha, pudiéndose interpretar como la posibilidad de asimilación e integración de los contenidos que representan el hombre y el leopardo y que en principio son antagónicos. Además la construcción de la pintura destaca la forma en cruz, con los árboles a los costados, mientras el sol y los combatientes están en el centro y una línea horizontal de flores gigantes amarillas y violetas los cruza, situación que indicaría la tendencia a establecer un orden mandálico de las diferentes y opuestas fuerzas inconcientes, centrando aquello que podría llevar a la disociación o al desgarro. Confrontación que particulariza al proceso de individuación en donde la conciencia y lo inconciente establecen un intercambio dialéctico sin los conflictos que promueven lo psicopatológico. Por esto es que no se encuentran en la obra plástica signos de desarticulación a pesar de la energía de los complejos que aparecen personificados.
Así es que entonces pensamos que la pintura expresa un dinamismo que caracteriza al sí-mismo que va desplegando sus contenidos pero que a su vez los ordena. El artista expone lo sombrío, lo animal y hasta se podría decir que accede a un área semejante a las que describen las experiencias de tipo chamánico con sus símbolos y que son parte constitutiva de los humanos y por lo tanto arquetípicas. Henri Rousseau da forma a todo esto y lleva a la cultura las profundidades del hombre y que son temidas y reprimidas, en tanto la civilización destruye la naturaleza, tiende a crear estereotipos humanos según moldes que responden a las necesidades del mercado y en que la tecnología de la automatización tiñe no solo la personalidad sino los vínculos sociales en una vivencia de alienación.
Nuestro pintor expresa la posibilidad de pensar y recordar los fundamentos del hombre y la necesidad de entablar un diálogo fecundo con esas fuerzas e imágenes a fin de darles la oportundidad de una renovación vital. Tarea que no es sencilla ya que el temor y la angustia protegen a las máscaras narcisistas e idealizadas que sirven de encubrimiento y maquillaje. Retorno a una fuente que se halla en los sueños, en la imaginación, en el arte, y a los que hay que escuchar para que viertan sus símbolos en la existencia.



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