lunes, 30 de agosto de 2010

Lo imaginario como femenino en tres pinturas de Henri Rousseau.

Henri Rousseau: El sueño (1910). Óleo sobre lienzo, 204,5 x 299 cms.






La imaginación, el ensueño, lo fantástico, son cualidades significativas de las pinturas del artista Henri Rousseau (1844-1910). Destaca un universo que rompe con las estructuras estéticas de la época, circunstancia que hizo que fuera calificado de infantil. Aunque esto no dejó de carecer de razón ya que nos acerca a un mundo que pertenece a los orígenes, a lo espontáneo y lo irracional. Rousseau nos lleva a la presencia de lo primitivo y que es de lo arquetípico con sus expresiones simbólicas, de las imágenes que generan lo visionario y lo onírico.
Por ello es que la figura femenina en sus obras adquiere una importancia fundamental, ya que se constituye como el medio para la recepción de lo imaginario y como un puente que conecta la conciencia con lo inconciente, es decir con la interioridad. A esta última en la psicología analítica se le da el nombre de ánima y conforma a las cualidades femeninas en el psiquismo del varón. Es la que inspira, da la ocurrencia, se presenta en la sensorialidad y que no es controlable por el yo, ya que hace a lo espontáneo, lo emocional, lo pulsional, la materia, la fantasía.
Ella es quien protagoniza tres de las pinturas de Rousseau:
Gitana dormida (1897), La encantadora de serpientes (1907), El sueño (1910) y que nos permitirán aproximarnos a un ámbito que no se encuadra en las lógicas de la razón instrumental.
En la primera de ellas,
Gitana dormida, se ve a una joven gitana morena que está durmiendo y a su lado una mandolina. Mientras tanto un león la observa bajo una luna llena que ilumina la noche. Su vestido con líneas onduladas semeja las ondas del agua, al igual que su cabello.
Pero la mujer es oscura, gitana y seguramente adivina y que se ocupa de "las cosas de la noche", de lo inconciente. Así es que puede pensarse que la escena de la pintura es el sueño de la gitana en un espacio onírico donde proyecta las imágenes que van emergiendo. Y tal como antes dijimos, una de las funciones del ánima es la de operar como puente entre la conciencia y lo inconciente arquetípico con todas sus cualidades de intuitiva, emocional e irracional.
La luna reluce con intensidad acentuando el matiz de lo femenino-receptivo invitando a la meditación sin urgencias. La pintura recuerda las representaciones escultóricas que se encuentran en la isla de Malta y que hacen a la Gran Diosa. Se ubican en cuevas subterráneas y están durmiendo recordando a los antiguos ritos de incubación. Ellas expresan el ingreso a un universo de lo inconciente, de lo oscuro, de lo onírico, de los ancestros.
Asimismo la presencia de la mandolina remite a lo musical y que expresa la armonización de los contrarios, en donde el león, animal masculino, solar y vertical, está junto a la gitana acostada horizontalmente, lunar, femenina. Pintor león que se encuentra con su ánima, es decir con lo intuitivo, irracional y sensorial en un proceso de integración mutua donde lo erótico no se halla ausente.
Pero ese universo salvaje, de lo inconciente, es diferente del que rige lo alienante-instrumental- racional y que se presenta en una interacción dialéctica modulando lo pulsional, y que se halla representada en
La encantadora de serpientes. Ahí se observa a una mujer que a través de su música encanta a una serpiente que pende de un árbol. Quizá una nueva Eva que como lo imaginario, armoniza lo pulsional inconciente en la forma de la serpiente y en ese espacio selvático lujuriante.

En su última pintura, El sueño (1910), se ve a una mujer desnuda recostada en un canapé, y en donde su sueño se proyecta en las personificaciones que hacen a las figuras de un león, un leopardo, un encantador de serpientes, los más distintos tipos de pájaros en una vegetación lujuriante. Quien está soñando era Yadwigha, una antigua novia del pintor que aparece como una manifestación del ánima que lleva toda la interioridad del varón.


Se le da una forma estética a eso que sueña y que representa simbólicamente las imágenes arquetípicas de lo inconciente colectivo. Y entre ellas hay que resaltar las personificaciones del león y del encantador de serpientes, en donde resurgen y que a la vez son la expresión de lo arcaico y animal del hombre, de lo irracional, pero también de la modulación de esas energías que no se encuadran en un esquema de lo lógico y de lo racional. Y nuevamente la música se constituye como el factor de armonización de las tensiones contrapuestas, de lo masculino y lo femenino, de lo pulsional e irracional en una integración en la conciencia. Ahí se penetra en lo oscuro y fangoso alejado de las leyes que rigen el pensamiento de la vigilia y en donde se descubren y se toma contacto con lo simbólico arquetípico que hace a los fundamentos en los que enraiza el hombre.





Así es que la obra de Rousseau trae en un momento histórico, un universo que responde a la interioridad y tuvo su coincidencia histórica con diferentes expresiones del pensar y del arte, tales como el psicoanálisis o las escuelas como la simbolista, el primitivismo o la incorporación de las artes de África, América o de Asia. Hay una revalorización de lo infantil, de lo primitivo ante lo tecnológico, la automatización y la masificación alienante, en una recuperación de todo lo que hace a las raíces y a su suelo nutricio, que son la materia y la mujer.




























































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