martes, 17 de agosto de 2010

Algunas notas sobre el proceso depresivo a través de tres cartas del Tarot de Marsella.

Carta nº XII, El Colgado. Tarot de Marsella.





La vida psíquica conlleva un discurrir permanente que tiende a la realización de lo que se es en su más íntima singularidad, siendo los símbolos los medios que hacen a la forma que adquiere la energía psíquica en sus diversas transformaciones.
En los trastornos
psicopatológicos este fluir pareciera detenerse, dificultando el desarrollo y la evolución. Diferentes causas han intervenido para para que el juego armónico de la dinámica libidinal pueda desplegarse hacia su realización. Aunque esto es solo en apariencia, ya que a pesar de los dolorosos conflictos, la actividad psíquica no se interrumpe, y es más, va a intentar a través de los sueños, síntomas, estados afectivos e imaginativos, compensar esas desarmonías.
Los procesos simbólicos hacen a los fundamentos del ser humano, expresándose en manifestaciones culturales que se han dado a través del tiempo. Una de ellas es un juego de naipes, el
Tarot de Marsella. Si bien se han dado elaboraciones históricas para conformar un pensamiento conciente y elaborado cercano al esoterismo, sus símbolos emergen de la misma fuente que las producciones de lo inconciente.
Por lo tanto presentaremos algunos breves planteamientos entre algunas de las manifestaciones que son propias de los estados depresivos y tres cartas del
Tarot, ya que creemos que pueden comprenderse como expresiones que de alguna manera describen experiencias similares.
Declaraciones tales como
bajón, bajoneado, estoy en un pozo, estoy down, no puedo salir, son algunos de los términos que comúnmente se usan para hacer una mención vivencial a emociones y sentimientos de tristeza y también depresivos.
Para acercarnos a esta temática iniciaremos nuestra indagación a través de la carta n°
XII, El colgado. Ahí se ve a un hombre que pende de una pierna y con la otra cruzada sobre ella, cabeza hacia abajo entre dos árboles y que tienen sus ramas podadas. La noción de tortura y caída le dan todo su realce a esta carta y en donde el personaje pareciera que fuera atraído por la fuerza de gravedad hacia abajo, al fondo, al abismo.
El sufrimiento de quien pierde sus máscaras
narcisistas cotidianas, aquellas que le daban una identidad aunque fuera ilusoria, hace a un momento de depresión y que desde la psicología analítica se denomina como de regresión e introversión de la libido. Las mitologías del mundo generalmente describen esto como de un descenso del sol en la oscuridad de la noche o en las aguas del mar.
El colgado se halla entre dos árboles que tienen cada uno doce ramas podadas, siendo esta una alusión al zodiaco y por ello a la aparición de diferentes momentos y etapas a transcurrir psicológicamente, y especialmente a todo lo que hace a la progresión y a la regresión, a la entrada en particulares situaciones, a los inicios, y a su salida o su finalización. El hombre se inscribe a partir del sacrificio del yo en algo mucho mayor que este y que es el sí-mismo como centro dinámico y vital de la personalidad que ahora comienza a desplegarse. El yo-voluntad empieza a abandonar sus referencias identificatorias, circunstancia que se vive como un momento de sufrimiento, circunstancia frecuente en las depresiones reactivas, especialmente cuando se dan situaciones que hacen a pérdidas de distinto tipo y donde actúan vivencias de pérdida de autoestima, sentimientos de devaluación y de inferioridad.
Así la carta
XII expresa un suceso que es conocido en trastornos psicopatológicos. Alguna formas de pensamiento de la india intentan comprender estas situaciones en todo aquello que señala a un sacrificio y que denominan Tapas, es decir un dejar o separarse de los lazos con el mundo, para llegar a un estado de introversión y desde ese fondo y desde esa matriz dar inicio a valores, actitudes y símbolos que reorienten la existencia. Solo pasando por este momento de padecer es posible reencauzar la vida y especialmente el intentar interrogarse acerca de las distintas imágenes o máscaras que conformaban el yo, tal vez sin sustento ni raíces profundas en los fundamentos del hombre.
El sacrificio da lugar a la creación de algo nuevo, aunque no es posible sustraerse al sufrir que esto acarrea. Por ello es que se hace necesario confrontarse con las formas que emergen de lo
inconciente ya que posibilitan una nueva dinámica psicológica. La caída se presenta como un catalizador para que se entable un diálogo con los símbolos arquetípicos que van apareciendo como portadores de sentido, señalando nuevos rumbos vitales.
En ese
fondo se vuelven a vivenciar las humillaciones, las verguenzas, los dolores por el abandono o por la violencia, pero a su vez la oportunidad de encontrar fuerzas psíquicas que no solo sanen y les den un sentido, sino también con lo que nunca se desarrolló y siempre estuvo en estado potencial. El yo deja de ser lo que era pero esto da lugar a que el sí-mismo empiece a desplegarse recentrando la personalidad.
Siguiendo el itinerario de las cartas del
Tarot es necesario hacer mención a la n° XIII, La muerte. Un esqueleto con un guadaña roja va cegando cuerpos y vegetales. Así La muerte corta lo que es superfluo, y que anteriormente hicimos mención como a la desestructuración de las máscaras que encubren al yo, a las pérdidas de las formas, y por esto, a situaciones de peligro ya que los procesos desintegrativos pueden dar lugar a una patología severa.
Pero este
desmembramiento permite una nueva identidad y el desencadenamiento de un proceso de cura. La depresión hace que la persona se sienta con deseos de morir o peor aún, que se está muriendo sin morir, pero en la medida en que se pueda entender esto como un proceso que a través de los sueños, las visiones, la terapéutica, será posible ir hallando en ese fondo o abismo oscuro las imágenes y símbolos que posibiliten una salida renovadora por medio de una metanoia.
La carta n°
XIV, La temperancia, es la que ahora toma la conducción de estos episodios evolutivos y sanadores. Ahí se observa a un ángel que tiene en sus manos dos jarras y un líquido que circula entre ellas, trasvasándose, y donde la gravedad pareciera pierde su eficacia ya que aquel parece ascender de la inferior a la superior. Y esto puede expresarse cuando comienzan a emerger las figuras arquetípicas -en este caso el ángel- y que señala a un estado donde se da un intercambio y conjunción de los opuestos. Así lo conciente y lo inconciente, el yo y la sombra, el bien y el mal, la necesidad de los otros con la necesidad de la soledad, lo masculino y lo femenino.
La caída en lo
inconciente activa estas imágenes permitiendo que el yo pueda ir asimilándolas, y que justamente por esto es que empieza a ser no solo yo sino que lo inconciente arquetípico se va enraizando y haciendo concreto en nuestras vidas.
El agua que es trasvasada hace al cambio, a lo lo que fluye y a lo que da vida. Desde el
hermetismo y la filosofía de la naturaleza se lo llama Mercurio y Jung en sus estudios lo denomina Sí-mismo. Los opuestos comienzan a establecer una conjunción, ya que no hay solo unilateralidad y esas máscaras que aprisionan la singular identidad. Las pérdidas, las caídas, las muertes, otorgan la posibilidad de un cambio pero solo en la medida en que se tomen concientemente en cuenta las maneras en que se expresan en la vida psicológica todo ese rico mundo simbólico.
El proceso
psicoterapéutico acerca a ese ángel que es superior a la voluntad del yo y que da inicio a lo que en principio había sido descartado y desechado ya que no encuadraba en la imagen que de sí se tenía. Esto fue puesto en duda por aquellas situaciones que mostraron las cartas XII y XIII, mientras que la XIV señala a un nuevo fluir que puede ser una ocasión para salir de ese pozo que es la depresión.
La dualidad integrada de una circulación entre el yo y el sí-mismo, de la inspiración, de un escuchar aquello que
voca y que susurra, aunque a veces da temor, y que hace al ángel de la carta XIV como el comienzo de la creación de un mundo interior más allá de las circunstancias ambientales y que parecieran que son muy importantes en la personalidad depresiva. La oportunidad de descubrir una subjetividad que de una seguridad para continuar el largo e interesante peregrinaje por la vida es lo que da lugar el proceso de individuación.

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