jueves, 12 de noviembre de 2009

La imagen femenina en el varón como problema.






Me robaste el corazón,
hermana mía, esposa,
me robaste el corazón
con una mirada tuya
con una perla de tu collar.

El cantar de los cantares








En su autobiografía del año 1961 Carl Jung marca una diferencia entre su pensamiento y el de Freud. Allí dice que este dejó de lado el amplísimo campo de lo femenino y lo ejemplifica que olvidó, a partir del mito gnóstico, que dice que el dios superior al creador del mundo y que es el demiurgo-super-yo-paterno, envió un vaso o Krater para que los hombres se sumergieran en él y hallaran su redención y salvación. Allí como en la alquímia se producían las transformaciones de la materia y del espíritu. Así es que Jung retoma prioritariamente ese principio de lo femenino que es el Krater, el vaso que que posibilita toda una serie de transmutaciones. Ya no es el vientre materno que ahoga, lo oscuro y el mal tal como la caracteriza Freud y que debe ser legalizado por la ley, la palabra paterna, para inscribirse en la cultura, sino que alcanza igualdad dinámica con el arquetipo masculino.


Dijimos antes que le vaso es quizá el símbolo más general para significar a lo femenino ya que es el lugar que guarda a lo interior, lo oscuro, lo que hace a la intimidad, es decir a lo inconciente. A diferencia de lo conciente que posee cualidades masculinas en sentido genérico y que corresponde a un pensamiento dirigido, abstracto y voluntario. Para lo inconciente las leyes que lo rigen son distintas, en donde la simbolización, la no contradicción y la analogía junto con el libre flujo de las asociaciones, son algunas de sus características distintivas. Pero justamente de ese fondo abismal, de ese ungrund, es de donde emerge la conciencia y la unicidad del hombre, ese estrato originario en que se hallaba contenido y que puede ser entendido como materno. Así la posibilidad de adquirir conciencia distancia de aquello autónomo y generador de todo ese infinito campo y que arquetípicamente es posible entenderlo como un matricidio, en que se abandona a lo que representa a todo lo que significa la madre, es decir a lo inconciente, para arribar a un nuevo nivel que es el de lo paterno, de la ley, de la institución, de la abstracción y la voluntad en donde el yo se constituye.


Pero este cambio también permite la aparición de un nuevo arquetipo que emerge de ese estrato primordial pero que cualitativamente es diferente y que Jung denominó anima. Este término es afín con todo lo que es animado, animoso, desanimado. Palabra que no es de concepción científica pero que fue elegida deliberadamente para expresar todo lo que no es posible hacerlo por lo conceptual y que atentaría contra su esencia femenina. Asimismo se lo usa para resaltar su carácter autónomo y personificable. No debemos olvidar que Jung la encuentra como imagen arquetipica en su práctica clínica y específicamente en las relaciones transferenciales y contratransferenciales con sus pacientes mujeres.


Es decir que con este término solo es posible acercarse desde lo que da vida, lo vital, lo que se mueve y mueve, lo irracional, el sentimiento, lo intuitivo. También Jung le otorga una función de vínculo entre la conciencia y lo inconciente arquetipico y poseyendo en el varón cualidades femeninas. Es decir, se hace psiquismo o alma, órgano de visión que expresa el mundo interior de símbolos y de sentidos y se convierte en conductora y guía hacia lo nuevo, lo creativo, lo espontáneo de una renovación en todos los planos de la existencia.







Cuando se da su presencia luego de haber superado la relación primaria con lo materno, se manifiesta en el varón proyectada en la mujer amada (y también odiada) y muy especialmente en el enamoramiento. Es en este estado en que el hombre se haya en un momento de plenitud, de éxtasis, de integridad, es decir de encontrar a su alma.


Allí da lugar a que fuerzas y energías comiencen a actuar desde un fondo que no se controla, es más, que es ex-tático, que nos saca de sí, dando sentido y valor a la vida. Esa es el anima, el alma, que configura el devenir con un carácter hasta religioso. Pero este es solo posible asumirlo en una relación de enamoramiento, de amor romántico y que solo ahí se presentan sentimientos y vivencias que hacen a lo religioso y en contraposición con la secularización y desmitologización de los tiempos actuales. Es justamente la proyección del anima la que provoca todas las distorsiones que son características de la pasión en donde no se ve a la otra persona sino que se cree percibir y recuperar aquello faltante, aquello que da vida y plenitud en la pareja con la cual me relaciono. De aquí las dificultades que comienzan a entablarse en ese vínculo ya que la relación es conmigo mismo, con mi propia imagen del alma y no con alguien particular, no hay un trato Yo-Tu sino Yo-Ello, según la terminología de Martín Buber.

Entonces la cuestión es cómo entenderse con el anima que provoca tal distorsión. Creemos que solo puede darse en la medida en que se pueda distinguir entre el mundo interno y el externo, ubicar esa imagen que no es humana y que pertenece a lo imaginario e inconciente, que no es humana sino diosa, maga y afrontarla e integrarla como parte de nuestra personalidad y verla como desde donde emana lo simbólico y que puede dar un sentido a la vida y no hacerlo solo a través de una mujer concreta, ya que allí se incorpora a otro nivel y status de realidad. Es decir, se le pide que realice y corporice a esa imagen de plenitud vital, circunstancia que trastornará a ese vínculo por su imposibilidad.







La relación del anima con lo filosófico y religioso no es nueva ya que, así en el pensamiento hindú se la denomina maya y es aquella fuerza que genera lo ilusorio de la existencia. Es una potencia dinámica que crea los fantasmas de la multiplicidad de la realidad. Pero también la llamaban Shakti que era la energía material del dios Shiva y también su consorte. El pensamiento que hace al gnosticismo entendía que la realidad se genera por el interjuego de parejas de opuestos masculinas y femeninas, idea semejante a la que postulaban los alquimístas y que tanta imporancia tiene en el pensamiento de Jung.



El arte ha sido desde siempre una de las maneras fundamentales para dar forma a ese mundo de imágenes arquetípicas y que ha permitido visualizar cómo han ido variando en el transcurrir histórico. El anima como lo divino dormido y que personifica lo inconciente del varón, en algún momento despierta y comienza a crear trastornos y complicaciones. Pero aún mucho más cuando la diosa se hace de carne en una relación con una mujer mortal. Surge el terror a su potencia, a su fascinación, a su carácter de bruja y hechicera, de maga. Esta situación muchas veces se compensa con el incremento de la voluntad de poder, con una inflación yoica que tiene la finalidad de protegerse de la mujer desvalorizándola o llegando a ejercer violencia contra ella. El hombre solo centrado en su mundo patriarcal comienza a inquietarse cuando esa imagen que generalmente encuentra afuera, en lo exterior, lo espera para guiarlo por un territorio oscuro y desconocido que es lo inconciente.



Pero también pudo haber sucumbido a su influjo y volverse infantil, dependiente, impotente y con una masculinidad de escaso desarrollo y que compensará por medio del poder que pretende ejercer sobre otros.






Así lo femenino se muestra como un mundo de pensamiento mágico, de poesía, de manticismo, que no es afín a lo logico del discurso, pero que en la difícil tarea de confrontarse con esta figura y reconciéndola como propia, es posible reintegrar todo un espacio psíquico que no es cotidiano al varón.

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