El Mago. Tarot de Marsella.
Es posible entender a la vida humana como una travesía, un viaje, en donde los hombres se confrontan con fuerzas interiores y exteriores que van marcando y señalando caminos que algunos han dado en designar como destino, vocación. Ese llamado, ese vocatus, esas voces que en un principio son extrañas y a veces solo un susurro, pueden ir iniciando un despliegue de posibilidades vitales. Es aquello más íntimo y secreto que se expresa no en la razón utilitaria sino en las imágenes oníricas, en ciertos presentimientos y hasta en sensaciones viscerales, donde dicen y a la vez ocultan.
Asimismo no son fáciles para entablar un diálogo, de escucharlas y esto porque hacen a lo más peculiar y a lo que Jung denomina sí-mismo, y que al apartarse de lo interpretado socialmente se presentan como angustiantes, por lo que pueden ser ignoradas o rechazadas activamente. Pero, y esto es uno de los más importantes descubrimientos del psicoanálisis, todo lo que se reprime retorna como síntoma.
Por esto es necesario que los hombres descubran que no son huérfanos y que se encuentran como eslabones en una cadena simbólica con los arcaicos ancestros de su género y pudiendo estos convertirse en mentores de iniciación. Así es que se los humanos han elaborado estas vivencias que hacen a un transitar hacia sí mismo a través de distintas expresiones que brinda la cultura y que hasta cierto punto coinciden con las experiencias que caracterizan al psiquismo individual. Ellas se inscriben en un devenir, en un fluir que amalgama lo socio-cultural y lo personal para llegar a ser quien auténticamente se es.
Entonces, y para tal fin, es que haremos mención a dos cartas del Tarot de Marsella y en las cuales es posible percibir toda una serie de símbolos que pueden ir, en tanto sean percibidos y meditados, despertando y estimulando energías e imágenes arquetípicas. Los símbolos que allí aparecen conforman un momento de ese transcurrir, pero queremos hacer incapié especialmente en dos naipes que cuyo contenido central constituye a la masculinidad.
Si bien ellas tienen elementos que remiten a su significación específica, es posible entenderlas como símbolos o como la mejor forma y expresión de hechos psíquicos desconocidos y a través de la analogía. Estos están cargados de significación y la tarea del hombre será la de extraer el sentido que poseen en una relación dialógica. Ellos aluden no definen, no son conceptos sino imágenes, por lo que instigan al pensar pero también al sentir y al intuir a través de una expresión sensible de colores, formas, metáforas, etc. Su manifestación hace a una de las peculiaridades fundamentales de los humanos y en donde su confrontación conciente puede señalar caminos vitales en las dificultades y crisis de la existencia.
Las cartas del Tarot muestran estos momentos, por lo que la discusión dialéctica con ellas da la ocasión para que se activen los contenidos arquetípicos que se catalizan por medio de los naipes.
Ahora bien, intentaremos acercarnos a dos de la cartas de este enigmático juego y quizá dejando momentáneamente un aspecto principal que es la evolución y transformación de las distintas figuras del mazo. Transcurrir por los diferentes arcanos mayores se presenta de manera semejante al proceso de individuación, es decir a una confrontación dialéctica con las diferentes imágenes que van emergiendo de lo inconciente para su asimilación e integración y en un desarrollo desde lo indiferenciado a una mayor concientización de los símbolos arquetípicos y que constituyen el sí-mismo.
Entonces, la carta n°1 da inicio a este proceso y que es El Mago, figura que pone en juego los dinamismos arquetípicos, que como lo inconciente, genera imágenes y fuerzas. Aquel lleva un sombrero con el emblema del infinito, es decir de la totalidad, y que a través de amores y odios, fascinaciones y repulsiones, visiones y sueños, posibilita que el yo tenga que prestarle atención e intentar comprender qué es lo que le está pasando. Puede ser una crisis, un fracaso amoroso, un éxito al que se teme y en donde la circunstancia hace que los hábitos caracterológicos que hasta ese momento permitían afrontar la vida sufran un resquebrajamiento y comiencen a infiltrarse esos símbolos, fuerzas, sensaciones, y que son puestas en acción por El Mago con su varita.
Pero lo interesante es que este no es solamente un proceso destructivo, sino el inicio de una transformación y tal como aluden los objetos que se representan sobre la mesa, en especial la esfera amarilla que sostiene con su mano derecha. Ella es una simbolización del sí-mismo, de aquello que en su despliegue se llegará a ser como la singularidad más íntima de la personalidad. Su color hace a lo solar, a la conciencia que conoce y auna los diversos pares de opuestos que deberán ser integrados. A su vez, el cuchillo también alude a lo que discrimina y diferencia en un trabajo intenso.
Pasando a la otra carta que nos interesa por su acercamiento a la masculinidad, nos remitiremos a la n°4, El Emperador. Ahí se observa a un personaje coronado que en su mano derecha sostiene un cetro con una esfera en su punta que termina en cruz y a su lado un águila amarilla. Esta figura expresa la necesidad de al dar comienzo del proceso de individuación una afirmación en la realidad, en lo terrenal. El cetro amarillo y la esfera conlleva la determinación de ir aceptando e integrando concientemente, y en una decisión, las imágenes y dinamismos que se van configurando. La autoridad, la energía, la resolución de expresar las fuerzas masculinas que comienzan a surgir, lleva a que se produzca un cierto enfrentamiento con formas psicológicas antiguas, con habitos infantiles y familiares que solo pueden ser superados en tanto se establezca un contacto con símbolos masculinos que impliquen iniciativa, coraje y hasta ferocidad.
La esfera del cetro alude a la meta que no debe perderse de vista que es la realización de sí y la conjunción de las diversas oposiciones que constituyen al psiquismo. Trabajo este que requiere esfuerzo, confianza y vigor concientemente asumidos. Pero lo que se hace necesario destacar es que estas imágenes en tanto son catalizadoras de dinamismos arquetípicos, deberán ser asumidas e integradas pero como distintas y diferenciadas del yo, ya que en caso contrario se establece un estado narcisista o de inflación. Por ello es que el proceso de individuación es la ocasión para un encuentro e integración con todo ese territorio de potencialidades, pero a su vez, de una distancia desidentificadora con estas. Lo arquetípico es algo común a todos los hombres, un tipo, y solo se le otorga una conformación individual a través de su personalización, de darles una peculiaridad propia, circunstancia que es posible en tanto se los asuma concientemente.
Así es que las dos cartas que hemos presentado, se presentan como portadoras de imágenes y fuerzas que son características de la masculinidad arquetípica. El Mago es la expresión de la activación de ese sector que genera, articula y compone imágenes y símbolos más allá del control de la conciencia. El temor, la desconfianza y la angustia, hacen a su encuentro, ya que aquel actúa según sus leyes y designios y donde el control yoico y voluntario se relativiza.
Pero justamente a partir de esto se comienza a percibir una intención desconocida que permite una apertura y descubre caminos hasta entonces no transitados. La segunda carta, El Emperador, concretiza este mundo imaginal y donde como símbolo masculino abre hacia aspectos arquetípicos que trascienden al yo. Su encuentro lleva a que los varones puedan saber a donde se dirigen, cuales son sus deseos más íntimos y qué es lo que voca en su vida a fin de encontrar un sentido más allá de las alienaciones culturales y familiares.
Asimismo no son fáciles para entablar un diálogo, de escucharlas y esto porque hacen a lo más peculiar y a lo que Jung denomina sí-mismo, y que al apartarse de lo interpretado socialmente se presentan como angustiantes, por lo que pueden ser ignoradas o rechazadas activamente. Pero, y esto es uno de los más importantes descubrimientos del psicoanálisis, todo lo que se reprime retorna como síntoma.
Por esto es necesario que los hombres descubran que no son huérfanos y que se encuentran como eslabones en una cadena simbólica con los arcaicos ancestros de su género y pudiendo estos convertirse en mentores de iniciación. Así es que se los humanos han elaborado estas vivencias que hacen a un transitar hacia sí mismo a través de distintas expresiones que brinda la cultura y que hasta cierto punto coinciden con las experiencias que caracterizan al psiquismo individual. Ellas se inscriben en un devenir, en un fluir que amalgama lo socio-cultural y lo personal para llegar a ser quien auténticamente se es.
Entonces, y para tal fin, es que haremos mención a dos cartas del Tarot de Marsella y en las cuales es posible percibir toda una serie de símbolos que pueden ir, en tanto sean percibidos y meditados, despertando y estimulando energías e imágenes arquetípicas. Los símbolos que allí aparecen conforman un momento de ese transcurrir, pero queremos hacer incapié especialmente en dos naipes que cuyo contenido central constituye a la masculinidad.
Si bien ellas tienen elementos que remiten a su significación específica, es posible entenderlas como símbolos o como la mejor forma y expresión de hechos psíquicos desconocidos y a través de la analogía. Estos están cargados de significación y la tarea del hombre será la de extraer el sentido que poseen en una relación dialógica. Ellos aluden no definen, no son conceptos sino imágenes, por lo que instigan al pensar pero también al sentir y al intuir a través de una expresión sensible de colores, formas, metáforas, etc. Su manifestación hace a una de las peculiaridades fundamentales de los humanos y en donde su confrontación conciente puede señalar caminos vitales en las dificultades y crisis de la existencia.
Las cartas del Tarot muestran estos momentos, por lo que la discusión dialéctica con ellas da la ocasión para que se activen los contenidos arquetípicos que se catalizan por medio de los naipes.
Ahora bien, intentaremos acercarnos a dos de la cartas de este enigmático juego y quizá dejando momentáneamente un aspecto principal que es la evolución y transformación de las distintas figuras del mazo. Transcurrir por los diferentes arcanos mayores se presenta de manera semejante al proceso de individuación, es decir a una confrontación dialéctica con las diferentes imágenes que van emergiendo de lo inconciente para su asimilación e integración y en un desarrollo desde lo indiferenciado a una mayor concientización de los símbolos arquetípicos y que constituyen el sí-mismo.
Entonces, la carta n°1 da inicio a este proceso y que es El Mago, figura que pone en juego los dinamismos arquetípicos, que como lo inconciente, genera imágenes y fuerzas. Aquel lleva un sombrero con el emblema del infinito, es decir de la totalidad, y que a través de amores y odios, fascinaciones y repulsiones, visiones y sueños, posibilita que el yo tenga que prestarle atención e intentar comprender qué es lo que le está pasando. Puede ser una crisis, un fracaso amoroso, un éxito al que se teme y en donde la circunstancia hace que los hábitos caracterológicos que hasta ese momento permitían afrontar la vida sufran un resquebrajamiento y comiencen a infiltrarse esos símbolos, fuerzas, sensaciones, y que son puestas en acción por El Mago con su varita.
Pero lo interesante es que este no es solamente un proceso destructivo, sino el inicio de una transformación y tal como aluden los objetos que se representan sobre la mesa, en especial la esfera amarilla que sostiene con su mano derecha. Ella es una simbolización del sí-mismo, de aquello que en su despliegue se llegará a ser como la singularidad más íntima de la personalidad. Su color hace a lo solar, a la conciencia que conoce y auna los diversos pares de opuestos que deberán ser integrados. A su vez, el cuchillo también alude a lo que discrimina y diferencia en un trabajo intenso.
Pasando a la otra carta que nos interesa por su acercamiento a la masculinidad, nos remitiremos a la n°4, El Emperador. Ahí se observa a un personaje coronado que en su mano derecha sostiene un cetro con una esfera en su punta que termina en cruz y a su lado un águila amarilla. Esta figura expresa la necesidad de al dar comienzo del proceso de individuación una afirmación en la realidad, en lo terrenal. El cetro amarillo y la esfera conlleva la determinación de ir aceptando e integrando concientemente, y en una decisión, las imágenes y dinamismos que se van configurando. La autoridad, la energía, la resolución de expresar las fuerzas masculinas que comienzan a surgir, lleva a que se produzca un cierto enfrentamiento con formas psicológicas antiguas, con habitos infantiles y familiares que solo pueden ser superados en tanto se establezca un contacto con símbolos masculinos que impliquen iniciativa, coraje y hasta ferocidad.
La esfera del cetro alude a la meta que no debe perderse de vista que es la realización de sí y la conjunción de las diversas oposiciones que constituyen al psiquismo. Trabajo este que requiere esfuerzo, confianza y vigor concientemente asumidos. Pero lo que se hace necesario destacar es que estas imágenes en tanto son catalizadoras de dinamismos arquetípicos, deberán ser asumidas e integradas pero como distintas y diferenciadas del yo, ya que en caso contrario se establece un estado narcisista o de inflación. Por ello es que el proceso de individuación es la ocasión para un encuentro e integración con todo ese territorio de potencialidades, pero a su vez, de una distancia desidentificadora con estas. Lo arquetípico es algo común a todos los hombres, un tipo, y solo se le otorga una conformación individual a través de su personalización, de darles una peculiaridad propia, circunstancia que es posible en tanto se los asuma concientemente.
Así es que las dos cartas que hemos presentado, se presentan como portadoras de imágenes y fuerzas que son características de la masculinidad arquetípica. El Mago es la expresión de la activación de ese sector que genera, articula y compone imágenes y símbolos más allá del control de la conciencia. El temor, la desconfianza y la angustia, hacen a su encuentro, ya que aquel actúa según sus leyes y designios y donde el control yoico y voluntario se relativiza.
Pero justamente a partir de esto se comienza a percibir una intención desconocida que permite una apertura y descubre caminos hasta entonces no transitados. La segunda carta, El Emperador, concretiza este mundo imaginal y donde como símbolo masculino abre hacia aspectos arquetípicos que trascienden al yo. Su encuentro lleva a que los varones puedan saber a donde se dirigen, cuales son sus deseos más íntimos y qué es lo que voca en su vida a fin de encontrar un sentido más allá de las alienaciones culturales y familiares.
Extraordinaria glosa de dos íconos del Tarot de Marsella. Personalmente, he consultado- a través de personas serias- el Tarot; me maravilla pensar que la sincronicidad que entraña la lectura de los naipes es la misma que gravita en torno a la creación poética (considerando poesía toda forma de belleza) y los sueños.
ResponderEliminarEn algunos pasajes del texto de jorgewiurnos me he perdido. Sin embargo, me parece excelente la voluntad exegética del autor.
saludos.