Desde la psicología analítica se postula que el psiquismo humano se desarrolla y manifiesta como un interjuego dinámico entre los más variados pares de opuestos. Esto se hace posible por la actividad de las representaciones simbólicas que se originan en aquellas fuentes matriciales que son los arquetipos.
Las civilizaciones, especialmente cuando se convierten en alienantes, pierden el contacto con ese fundamento pulsional y simbólico que es lo inconciente colectivo. Así es que las identidades que van estructurando la personalidad se proyectan y se constituyen a partir de lo que se desea ser según cánones propios o ajenos, y no desde lo que auténticamente se es. De aquí se da la ocasión para la emergencia de situaciones psicopatológicas ya que lo conciente y lo inconciente se desenvuelven hacia metas distintas y hasta antagónicas.
Pero es en la identidad masculina donde van surgiendo símbolos y dinamismos arquetípicos que no siempre son aceptados por la cultura en donde aparecen, y en donde los estereotipos que se imponen llevan a circunstancias de problematización tanto personal como social. Pero a su vez existe la oportunidad de encontrar estas manifestaciones arquetípicas en el tesoro de las representaciones míticas y para ello nos parece interesante hacer algunas acotaciones sobre una figura del panteón hindú como es el dios Shiva, el radiante o el dichoso, y podrían convertirse en un punto de discusión en lo referente a la búsqueda de la masculinidad.
Para ello hay que destacar que es la expresión de un personaje de carácter ambiguo, de aspectos luminosos pero también oscuros, antinómicos y paradójicos, siendo esto semejante a algunas de las cualidades que hacen a lo inconciente. En la medida en que el hombre pueda de alguna manera establecer contacto con esas fuerzas e imágenes arquetípicas le es posible asimilar e integrar todo un vasto sector psíquico que le es que es desconocido y por lo tanto inconciente. Para tal fin las expresiones artísticas y míticas se transforman en los medios que permiten el despertar de esos símbolos que se hallaban en estado potencial.
La figura de Shiva da curso a imágenes y energías que son dificiles de integrar por los varones en la cotidianeidad. Así facetas y cualidades oscuras, destructivas, de desequilibrio de lo estable y de lo establecido son partes de su actividad y en donde para que la realidad del cosmos siga su curso es necesario que las formas sean disueltas para ser transformadas y justamente Shiva es quien lleva a cabo esta tarea. A través de su danza se ponen en movimiento el fluir del universo con ganancias y pérdidas, con la destrucción y con la creación. Por ello es que entre sus nombres se lo menciona como El Gran Tiempo.
Esto será un aspecto de problemática integración en la vida de los hombres ya que el cambio y la transformación suponen la angustia y que hace a un momento de paso o de pasaje de un estado a otro y en donde se abandona lo viejo para dar lugar a la incertidumbre de lo renovado. Es el que se presenta en algún momento de la vida como el que va a desencadenar una crisis, con todo el sufrimiento que ello conlleva. Su cercanía con lo infernal alude a estos aspectos y por ello es que se lo llama Señor de los duendes.
Pero también este dios es el maestro de la meditación y del ascetismo, es decir quien conduce al recogimiento y al pensamiento para saber lo que debe caducar y asumir el riesgo de dejar las seguridades de lo establecido. Por esto su enseñanza de la transitoriedad de los seres y la necesidad de comprensión de este proceso.
Otra de las cualidades que hacen a su veneración es su forma de linga o de falo sagrado, circunstancia que alude a su potencia generativa y fecundante pero sin dejar de señalar a la expansión del placer de lo sexual. Energías estas que son partes constituyentes de los varones y de su necesidad de asimilarlas y en donde el falo ya no es solo aquello que culmina nada más que en una relación sexual sino que propone una conjunción con lo opuesto a cada uno, a reencontrar lo femenino psicológico y que Jung denomina como anima. La representación plástica que presentamos muestra al dios con un aro masculino en su oreja derecha y otro femenino en la izquierda, alusión a que las dos características sexuales son parte de su ser. Así es que en el pensamiento hindú se le da el nombre de Shakti a su pareja y consorte divina.
Potencia de lo sexual que señala a la unión de lo separado y a percibir imágenes y fuerzas que van más allá del control yoico. Situación esta que es indicada por la larga cabellera desgreñada, mostrando que su ámbito de actividad va más allá de lo apropiado, de las buenas costumbres, de la domesticación que establece la convención y moralidad de los social. Es un mendigo que peregrina, que deja lo que ata para encontrarse a sí mismo, en un deambular que significa los más variados estados del ser a descubrir y conocer, manteniendo la libertad ante lo creado y que se indica por el pie izquierdo cuyo talón está levantado.
Pero así como destruye también posee la misteriosa energía creadora que es señalada por los brazaletes que llevan sus brazos y tobillos y que son serpientes vivas simbolizando la energía creadora de dios o kundalini. Por esto es que hace a un despertar de un estado de inconciencia para ir ascendiendo por los distintos chakras que hay en el cuerpo de los hombres y arribar a un estado de iluminación y de unión con lo divino y siendo posible entenderlo como lo que en la psicología analítica se llama proceso de individuación, es decir de llegar a ser sí mismo.
Así es que la figura de Shiva se convierte en la expresión de símbolos y fuerzas que pueden transitar por el cuerpo y la psíque de los varones y reconociéndolas como ajenas al yo. La transformación, el cambio, lo femenino y la potencia sexual creativa en todos sus aspectos, el salir de los estereotipos masculinos que lo alienan. Su acción pareciera que hace a la paradoja y a lo antinómico, muy distinto de la unilateralidad de los roles cosificados que constituyen las mascaras de los hombres.
Es decir que Shiva muestra aquello que circula y atraviesa como ,y por lo tanto universal, aspectos de la masculinidad que no se desarrollan, se conocen ni se integran. El hombre poco domesticado, intuitivo, espontáneo, que se guía por los signos y voces de eso que se llama inconciente, que puede comprender a través de un pensar meditativo la posibilidad y la necesidad de integrar los aspectos oscuros, de todo aquello que tan intensamente representan las imágenes de Shiva cuando su cuerpo se cubre de cenizas que son los restos de lo que dejó de ser pero también de la vida que puede recomenzar. Que es el pasaje de energías que hacen que la existencia se torne enriquecida aunque con riesgo, y que pertenecen a lo irracional numinoso. Lo húmedo y lo fangoso, lo que se descarta, los mitos, los relatos folklóricos, el arte, los sueños, pueden expresar a través de sus formas todo este potencial que da la oportunidad al varón de entablar un diálogo fecundo e integrador con esos aspectos de su psiquismo que pueden ser causa de temor, ya que no entran dentro del canon cultural, pero todo ese sector que hace a lo imaginario y simbólico con sus motivos arquetípicos y por lo tanto de sentido, se pueden convertir en la ocasión de asimilar esas energías que han sido desplazadas y hasta reprimidas.
Su conocimiento, su confrontación de por sí nada fácil, se transforma en la tarea y meta de la individuación, es decir del encontrarse consigo mismo y, especialmente, con algo mayor y superior al yo (no debe dejarse de mencionar que lleva el nombre de El de los tres ojos). Se rompe el encierro narcisista y alienante para recrearse por lo que se conforma como fundamento del hombre: lo superior y lo inferior, la vida y la muerte, la creación y la destrucción y que son los momentos que en tanto sean ocasión de simbolización pueden establecerse como la enseñanza del dios, que siempre peregrina y que siempre danza como buscador eterno de la verdad y que da la posibilidad de que los hombres se incluyan en este movimiento que toca todas las facetas de la existencia.
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