jueves, 18 de marzo de 2010

"La partida de naipes" de Balthus como símbolo de integración de lo masculino y lo femenino.


Balthus: La partida de naipes. (1949/50). Óleo sobre tela.


La pintura de Balthus muestra a una pareja de jóvenes en un juego de naipes. Pero ¿a qué se refiere? Recordemos que lo lúdico se da como una actividad de alto contenido emocional y se hace significativo que el artista ubique a un varón y a una mujer como sus protagonistas, dándole un carácter relevante. Momento de alto valor energético donde la pasión hace que la partida y sus jugadores se confundan entre sí y en que se desenvuelve un destino en el que se arriesga todo, hasta la vida.


Y esto es a lo que hace alusión el cuadro, donde la relación lúdica entre los protagonistas señala una intensidad vital en que la existencia se vuelve cautivante. Así la obra acentúa su peculiaridad de opuestos en donde la vestimenta del varón resalta los colores cálidos en contraposición a los fríos de la mujer, en que la luz cae sobre la espalda de aquél, mientras que ilumina el rostro y el torso de la chica. Uno oculta una carta y la otra la muestra, ella está sentada y él de pie. Asimismo la mesa es el lugar de intercambio que posibilita el juego y, por lo tanto, de la relación simbólica a través de los naipes.


Ahora bien, la fuerza expresiva de la obra se da a través de sus valores plásticos, pero también entendemos que es el resultado de la intensidad peculiar que poseen las figuras del varón y de la mujer, ya que ambos muestran la acción de los principios arquetípicos masculinos y femeninos y que, quizás, sean no solo el motor de la psicología de los hombres sino tanto de la vida como de lo cósmico, ejerciendo su potencia en todos los ámbitos del existir y creando una gama inmensa de dicha como de dolor e infortunios.


Así como en el juego se patentiza una gran intensidad emocional, la relación entre lo masculino y lo femenino adquiere cualidades afectivas semejantes y mucho más intensas. La atracción, el rechazo, la búsqueda y las fascinaciones de los amantes, nos permite entender cierta imperiosidad no solo psicológica sino hasta metafísica de una tendencia a encontrar lo faltante, a una unificación en donde lo sexual se manifiesta de una manera central.


Platón ya desarrolló esta temática en El Banquete y a través de Aristófanes plantea que los hombres en sus orígenes poseían los dos sexos y eran redondos, hecho que significó un problema para los dioses a consecuencia de su poder, por lo que de ese ser unitario separaron sus dos partes sexuales que, a partir de entonces hacen que los hombres estén permanentemente buscando lo perdido en el otro. Posturas similares se encuentran en la mayoría de las tradiciones antiguas, tanto de oriente como de occidente, en que consideran que la androgineidad existía en un inicio perdiéndose y que las diversas prácticas religiosas llevarían a restaurarla. Así el pensamiento gnóstico con sus parejas de opuestos sexuales que crea toda la realidad, la Kabala, el Taoísmo, entre muchas.


Ahora bien, la vehemencia con que se desarrollan las relaciones entre los sexos, supone que el otro posee lo que me dará la paz, la armonía, la significación vital, el encuentro con aquello que en mi identidad sexual me falta.


Desde la psicología analítica esta problemática se constituye en fundamental, ya que el otro adquiere esos rasgos de urgencia necesaria, en tanto se da un fenómeno que hace a la proyección sobre él de un conjunto de energías, imágenes y símbolos de naturaleza arquetípica inconciente y como un polo contrapuesto a la persona, y a las que se les da el nombres de anima para el varón y el de animus para la mujer, fenómenos estos que remiten al carácter de androgineidad del ser humano. Es decir, que tanto en hombres como en mujeres hay una contraparte psicológica sexual que es inconciente. En el primero se manifiestan como todo aquello que estaría en semejanzas con el Eros y en todas sus facetas, pero principalmente con lo que hace a los sentimientos, las intuiciones, las imágenes que son arquetípicas y que se personifican como femeninas y su relación peculiar con la mujer. Mientras que en la segunda hay todo una relación con algo similar al Logos donde el sentido, la palabra, la acción y la voluntad son algunas de sus cualidades, al igual que la imagen que se tiene del varón. Ambos se hallan en estado de proyección sobre personas con las cuales nos vinculamos afectivamente y en tanto forma visible de procesos psíquicos desconocidos, consiguiendo dificultar las relaciones entre los sexos y justamente por su carácter inconciente.


Por ello la importancia de la concientización e integración de los arquetipos del anima y del animus a fin de poder conocer y ver la realidad del otro, y también, de asimilar lo propio que estaba proyectado. La partida de naipes expresa esta situación donde no cabe la neutralidad ni la indiferencia afectiva. Donde cada uno de los contendientes tendrá que enfrentarse con aquello que fascina y atemoriza en el partenaire amoroso pero que en definitiva pertenece a cada cual. Juego intenso de saber y de no querer saber y en que se da la posibilidad a través de una toma de conciencia, de abandonar las ilusiones acerca de que el otro colme mi carencia de ser. En que eso que me ataba a la pareja se pueda transformar en un medio, en una relación con lo inconciente arquetípico y como un órgano de manifestación imaginativa y simbólica, es decir constituyendose en un espacio interno y psicológico donde se va perdiendo la demanda del otro y su necesariedad.


Lo forzoso y muchas veces fatal y tanático del vínculo, y en la medida en que voy vivenciando a través de las revelaciones que proporcionan los sueños, las fantasías o la relación transferencial en la situación analítica, como antes dijimos, va no solo perdiendo esa compulsividad sino abriendo la posibilidad de lo simbólico. Así ya no será necesario e imprescindible un otro para completarme y sostenerme en la vida, ya que aquello que me fascinaba o me daba temor, lo descubro como actividad y posibilidad mía.


Esto es justamente lo que muestra la pintura de Balthus a través de los objetos con que la compone, en especial la mesa y su candelero en el centro, además de los jugadores con sus naipes, en que pareciera que no hubiese fusión entre los oponentes sino que están integrados por un medio, un símbolo, en un proceso y vivencia, tanto en lo que hace a su propio género como de una discusión con lo que se me presenta distorsionando al otro por la proyección.


Para terminar, diremos que Balthus era un muy duro crítico de la vida en las grandes ciudades, de la tecnificación, del maquinismo y de todo lo que fuera masificación, de todo lo que aliena al hombre y, a su vez, le daba un peculiar énfasis a esas figuras, personajes y situaciones que expresan una vitalidad prístina y originaria, por ello es que hacen a lo psíquico arquetípico de donde surgen esas fuerzas y símbolos, que si el hombre se decide, pueden darle un sentido e integración a la vida. La partida de naipes muestra al varón y a la mujer en una discusión no ya solo con el Tu, sino con el anima y el animus y que vivenciados y experienciados son parte principal del proceso de llegar a ser quien se es.

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