A partir de 1907/8 Carl Gustav Jung comienza a acercarse a uno de sus más importantes conceptos metapsicológicos, el de anima. Producto de sus vivencias, y en especial de las que comprometían su labor clínica, como la transferencia y la contratransferencia.
Creemos que su significación aporta una ampliación a los fenómenos de la sexualidad y a los que Freud había dedicado sus investigaciones. Así, ya no se trata solo de lo pulsional, sino de toda una experiencia simbólica que se halla en una imbricación de unidad con aquella, y que hace a la naturaleza de lo mitológico, religioso, espiritual. El anima será aquel arquetipo, que entre sus actividades, cumple una función de relación entre la conciencia y los contenidos simbólicos inconcientes.
Aunque parezca extraño y no científico, Jung utiliza una terminología muy distinta a la de Freud, circunstancia que lo llevó a este a llamarlo "místico", y que no le faltaba cierta razón, ya que Jung los utilizaba deliberadamente y a sabiendas de sus resonancias medievales, ya que lo que intentaba enfatizar era que todo ese mundo fenoménico que hace a lo psíquico, y que es semejante a las descripciones que antiguamente se hacían para referirse a espíritus, demonios, presencias, dando un especial acento a su carácter de entidad autónoma.
Pero también hay otra diferencia de importancia con Freud, y es la que remite a la cualificación de lo femenino. El desarrollo teórico del maestro vienés, y algunos de sus seguidores como Lacan, postulan claramente que lo femenino es una fase a superar por la asunción de la ley paterna que inscribe al sujeto en el universo de la cultura. En Jung la situación es diferente, ya que le asigna a lo inconciente, y en especial al del varón, la cualidad de lo femenino y, que si bien en un primer momento supone la superación de lo envolvente materno y el asumir la función paterna que da una identidad separada, posteriormente emerge, y aquí vemos una de las mayores contribuciones de Jung y de distanciamiento con el psicoanálisis, un elemento estructural arquetipico al que le da el nombre de anima. Ya no es aquello referido a lo materno, sino que abarca un sector propio y distinto de aquella.
Su acción ya no tiende a disolver al yo y hundirlo en lo inconciente devorador, sino que fascina pero no destruye, pone la psíque en movimiento iniciando una confrontación dialéctica. Es decir, el anima es la contraparte de lo masculino del varón, que es arquetipico y por lo tanto inconciente, es lo que hace a lo emocional, a los afectos, a lo intuitivo, a lo irracional y que se proyecta en la mujer. Es la que da vida, anima, instiga al cambio y rompe con lo inerte. Insufla su hálito vital en el arte, en las sensaciones corporales, en lo carnal, en las imágenes que fluyen por la fantasía. Tiene consistencia y autonomía y actúa más allá de lo racional y voluntario.
Pero es necesario señalar la fenomenología del anima, ya que sus modos de expresión son muy variados. Así, principalmente hay dos formas en que se manifiesta: una a partir de los diferentes estados afectivos, ideas, sensaciones, y en segundo lugar, en la atracción o repulsión de la mujer y que supone una relación estrecha.
En lo que hace al primer punto, en la medida en que el anima actúa sin establecer algún contacto con el yo y la conciencia, aparece a través de afectos depresivos o exaltaciones maníacas, sentimientos de inferioridad, estupor, desamparo, vacío y en donde su acción se manifiesta como una intoxicación. El yo es subyugado por aquellas y el anima no puede ser integrada en una unidad conciente-inconciente, sino que su actividad se acerca a la desintegración, especialmente por la mayor fuerza que posee sobre aquel y debido a su carácter arquetipico.
Circunstancias similares pueden darse en la la relación con la mujer, ya que allí se establecen proyecciones masivas del anima que pueden llegar a crear una ilusión sobre la persona amada. Y así es que esa imagen ejerce tal fascinación que queda a su merced, perdiendo su independencia. No puede vivir sin esa persona que lleva los valores de su alma, de todo lo que hace a lo imaginario, vital, sensorial y, en definitiva psíquico.
Por ello es que se requiere una diferenciación concientizadora que posibilite vivenciarla en una distancia que no sea de fusión, sino en una relación discriminadora con el yo. Por ello es que comienzan a surgir las dificultades cuando se vierte al exterior, generando toda clase de perturbaciones, ya que no se está en contacto con la realidad de un otro, sino con la de su propia imagen del alma. Pierde de vista al Tú para solamente encontrarse él. Esa ligazón incondicional, que puede ser tanto de amor como de odio, pude convertirse en la posibilidad de integrar lo faltante, de dialogar con las imágenes psicológicas que hacen al inconciente del varón y que le permite descubrir toda una serie de valores y sentimientos que no están presentes en su mundo de conciencia yoica masculina.
Jung considera que el anima, en la medida en que cada persona toma distancia de su accionar, sea según los afectos que produce desde lo interior o desde lo externo, según su relación con los objetos, tanto de rechazo o de aceptación, puede ser la oportunidad de ver la realidad de la otra persona con la que se vinculaí, pero también de comprender al anima, de vivenciarla como un canal que a través de lo imaginario puede percibir los contenidos simbólicos de los arquetipos. Es decir, que lo que acontecía en la proyección se hace experiencia interna, psicológica, provocando toda una regeneración y reestructuración de la personalidad, en donde lo húmedo, lo oscuro, lo concreto de las sensaciones, los colores, entablan una relación dialéctica con la racionalidad de la conciencia. Y aquí es que se puede dar la oportunidad de un interjuego entre los principios masculinos y femeninos, que en un comienzo se combatían conflictivamente, y que ahora permite generar un tercero diferente de ambos. Jung le da el nombre de Sí-mismo, pero que en la simbología religiosa, mitológica y artística, se representa como niño. pez, perla, piedra, salvador, mandala o matrimonio. Y este último quizá sea uno de los símbolos que dan la ocasión de entender y vivenciar lo numinoso de la unión discriminada con el anima, y que se denomina proceso de individuación. Por ello la fascinación con que aparece el partenaire amoroso, ya que en última instancia conlleva la experiencia de aquello que trasciende al yo, que reunifica lo racional con la vida simbólica, que establece un vínculo con la naturaleza y con el espíritu y con lo cósmico, en definitiva, con lo religioso. Pero para ello será necesario confrontarse en un muy difícil tránsito con el anima, que constantemente se nos apararece bajo diferentes rostros, deseos, amores y odios.
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