martes, 16 de marzo de 2010

De lo ínfimo como configurador del destino.


Escena de la película Citizen Kane (1941), de Orson Wells.



La vida de los hombres lleva un transcurrir que puede acercarse a una plenitud vital o a una suma de sufrimientos y angustias que hacen muy doloroso su desarrollo. Pero en ambas circunstancias pareciera que hubiera un diseño que ante su expresión el hombre responde con una aceptación del mismo o con su desvalorización y negación.

La existencia de un algo que dé sentido para que el hombre se sienta acogido en una circunstancia más grande que él y le posibilite vislumbrar que su nacer en el mundo puede tener un propósito, es lo que vamos a considerar como constitutivo del psiquismo. En especial, nos mueve a la reflexión los actuales concensos de valores, en donde pareciera que nadan sobre un vacío y ya no solo de pobre elaboración intelectual y afectiva, sino con una ausencia de motivación sobre la conducta, y que justamente han dado lugar al estudio por parte de la psicopatología a toda una gama de fenómenos clínicos a los cuales se les ha dado el nombre de patologías del vacío, como las adicciones, los trastornos de la alimentación, personalidades narcisistas, etc.

Y es aquí donde no solamente se puede vislumbrar la pérdida de una orientación vital sino, y aunque parezca paradójico, la presencia de fuerzas dinámicas y de símbolos que permitan otorgarles un sentido al vivir.

Si revisamos la historia del hombre veremos que siempre han surgido ideas, sentimientos e imágenes que por su naturaleza simbólica han hecho que no solo advenga humano, sino que han posibilitado superar la situación de inmediatez de la existencia y encontrar algo que se relacione con lo trascendental, en cualquiera de sus expresiones.

Así lugares como la cueva para el hombre prehistórico, y que algunos entienden como que allí da inicio la cultura, en donde se desarrollaban ritos iniciáticos de muerte y renacimiento, de fertilidad, especialmente ligados a la Gran Diosa. En que el espacio se transforma en experiencia numinosa, donde se accede a diferentes niveles de conciencia y espiritualidad. El sentido profundo del agua, de las piedras, la sexualidad sagrada, no se han constituído como formas primitivas de la humanidad, sino como las manifestaciones del psiquismo profundo de los hombres.

Pero no solo hay un remontarse a miles de años atrás para poder estudiarlos sino que ejercen su influencia en las conductas de los humanos de hoy a través de los sueños, la imaginación, los afectos, los rituales. La vida se torna significativa en la medida en que haya la búsqueda de una meta, de algo que le de esa cualidad. Fausto fue aquel que entendía que ser hombre era no darse por satisfecho nunca. Pero la cuestión estriba en encontrar eso que genera un sentido y aquí es donde comienzan las complicaciones.

Porque lo que motiva la búsqueda no tiene una conformación ni se presenta ya constituído, sino es una posibilidad y una potencialidad según sean los actos de la persona en los momentos de su vida, en sus decisiones, y que permiten que no solo se tome conciencia sino que se encarne en lo cotidiano. El decidirse por un determinado camino y no por otro es la ocasión en que el sí-mismo empieza a adquirir forma y presencia en la vida de cada uno.

Esta posibilidad, y que en un comienzo es solo y nada más que eso, ejerce sus efectos a través de distintas expresiones, como por ejemplo los sueños, las tendencias de la personalidad, pero también las situaciones específicas que nos presenta la vida y que frente a las cuales se torna ineludible una toma de posición.

A través de ellas es posible comenzar a percibir y sentir aquello que se convierte en un valor para el vivir. De eso, único y propio para mí, y que es muy probable que socialmente carezca de valor, pero que me hace sentir que hay algo que alberga un secreto y un valor que no solo me orienta sino que me mantiene en pie. Que es superior y distinto al yo y a los conocimientos que he ido adquiriendo y de lo que se vende y de lo que se debe. De aquello que balbuceaba Charles Foster Kane en ese rincón guardado en su corazón en su lecho de muerte y cuya palabra era Rosebud, en la magistral película de Orson Wells El Ciudadano, lo siempre buscado y anhelado y que equivocadamente se intentaba encontrarlo a través de lo grandioso, del manejo espectacular y megalomaníaco del poder, del dinero, y que los grandiosos escenarios que el film desarrolla extraordinariamente.

Ese lugar vacío del que hablaba el Maestro Eckhart o el Budismo Zen o el Taoísmo, que solo las decisiones del hombre permiten que adquiera contenido y sustancia a través del transcurrir vital e histórico. Eso que es solo mío y que me define, me da un rostro característico y propio. Me empuja y me lleva a donde no quiero ir pero que en algún momento me procura paz, en la medida en que encuentre algo que me es propio como máximo valor vital. Es el llamado a la aventura, que impele a encontrar el peculiar camino y a apartarse de lo establecido y conveniente. El encuentro con fuerzas, imágenes y símbolos arquetípicos confronta al yo con el destino, y volviendo nuevamente a El Ciudadano, la búsqueda del poder, de lo validado y alienado socialmente, eran formas patológicas de un anhelo de hallar eso que diera un sentido y una orientación en la vida del protagonista y que solo pareciera que se hallara en el momento del morir.

Es ese centro que ordena y confiere un cauce a todas las tendencias y características psíquicas hacia la realización de lo singular y propio de cada uno. Lo contradictorio deja de ser disociador para encontrarse y encausarce hacia una meta en una travesía donde el yo realiza aquello que el sí-mismo impulsa e incita hacia el saber y ser más propio. Destino que llama y decisión conciente para seguirlo.

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