Para F.
Existe una experiencia de fundamental importancia en el ámbito de lo psicológico y que hace tanto a la salud como al camino para encontrarse consigo mismo y es la vivencia de lo estético. Hunde sus raíces hasta la profundidad del fundamento del ser humano y es ese lugar donde confluyen los dinamismos propios de lo inconciente. Pero una de sus facetas más misteriosas e inquietantes es el amor. Soplo divino, mariposa hermosa que nace de la crisálida, baña con vida a los objetos del mundo, sentimientos que nos resultan extraños por sus cualidades, universo de imágenes que nos sacan de lo árido cotidiano para introducirnos en las más terribles oscuridades y elevarnos a la contemplación de la belleza más excelsa, como le sucedió al poeta cuya patria amada era Florencia.
Lo bello, lo inconciente, el alma, son algunas de sus manifestaciones más importantes y en donde asalta lo impremeditado, lo espontáneo, es más, aquello que rompe con el logos discursivo, lo útil, donde lo que se manipula no tiene cabida en este espacio, ya que se expresa una porción del ser en que algo habla y se muestra, en que el artista, el amante y el místico sufren, padecen la irrupción de algo que evoca un mundo diferente de lo cotidiano.
Lo estético, lo bello, hacen a un sentimiento y a una revelación de algo vital que se se encuentra en dificultades con lo normativo social, situación que las formaciones de lo inconciente ponen de manifiesto a través de los sueños, los actos fallidos, los enamoramientos.
El arte toca fibras muy hondas ya que es el territorio de la imaginación y de las imágenes y donde el artista se hace vacío para que aquellas comiencen a formarse y a moverse. Cosa semejante al amor en que somos heridos y a partir de esto el yo se descentra y comienzan a surgir toda una serie de vivencias que hasta ese momento eran desconocidas.
Instantes de creación, de éxtasis y que algunos cultores del arte han vivido y padecido, ya que a través de sus cuerpos algo es dicho. En la psicología analítica aquello que se convierte en medio, en conducto para percibir a través de las imágenes y de las fuerzas de lo inconciente arquetípico se le otorga el nombre de anima.
Lo inconciente se despliega, y la mayoría de la veces con prepotencia y sin importarle las máscaras que nos ocultan y protegen. Es más, disuelve, rompe y las fractura y a través de sus grietas es posible ver esos rostros propios que desconocemos. El artista desciende, baja a las profundidades de lo inconciente matricial en donde se activan los gérmenes creativos, generando una vivencia de gran intensidad y a la cual dedicará su maestría y oficio. La creación rompe con los hábitos para arribar a las aguas que disuelven las formas para recrearlas.
Pero lo que se abre es el mundo interior, la subjetividad, y en donde a través de los colores, las lineas, sonidos, palabras, el ser se ilumina. Algo diferente de la razón y de la lógica de la vigilia emerge. En el amor sucede algo semejante, alguien me fascina, me desquicia, me saca del centro y de mis máscaras narcisistas habituales. El mundo se vitaliza y se puebla de nuevas significaciones a partir de la persona amada. Y esta cataliza, estimula otra imagen y que es propiedad del amante, que es su alma. Y ella se mueve según sus propios ritmos cambiantes, desafiando a las costumbres y a lo acostumbrado, da vida, aunque siempre desde un sentirse impelido, de algo que hasta llega a no quererse pero se impone con prepotencia.
Asimismo y en relación con el arte, el enamoramiento suscita, como en aquel, un fluir de imágenes, haciendo que se comience a tomar conciencia del mundo interior. Ya no hay solo un volcarse hacia afuera, sino en percibir y experienciar lo imaginario en esas sensaciones, sentimientos vagos e indefinidos, extraños, en ese llamativo rasgo de ese rostro que fascina e inquieta y en el que se revela un aura que solo el enamorado o el místico perciben. Mundo transfigurado como lo realiza el arte, pero ya no en una tela, en una melodía, sino en el cuerpo de la amada.
Ahora bien, en la anteriores experiencias, habría que buscar un factor común entre aquellos, aunque en sus expresiones aparezcan muy distintas, siendo ese elemento lo que en la psicología analítica denominamos anima. Es decir, aquello que anima, da vida, expresa las imágenes, ya que es imagen, rompe con lo rígido y lo habitual, disuelve al amante tanto como al artista en esos momentos de intuiciones que se acercan a lo genial. Jung también la llamaba alma y aunque parezca que este término rehuya a la cientificidad, lo hace expresamente para acentuar aquello que no puede ser reducido a lo conceptual, sino que es una experiencia a vivenciar.
Van Gogh decía que podría renunciar a todo menos a crear, y esto es el amor por su alma, por aquello que se agita y que lleva a donde no se quiere ir. Promesa de delicias, como el amor, aunque también de indescriptibles sufrimientos pero que conforman el transcurrir por la vida y hacen que esta adquiera un sentido. Aventura de peregrino que se despoja de todo, menos de su arte y de su alma. Posibilidad de encontrar fuerzas y símbolos en la interioridad de cada uno y que hacen que nos sintamos entusiasmados, es decir salidos de sí y donde la distancia entre el hombre y el dios se hace indiferente.
La alienación social prohibe el alma, el arte y el enamoramiento nos la devuelven y por eso es que toda cultura rígida contemple como valor a alcanzar la eficiencia, el poder, la distancia emocional y la falta de compromiso. Pero por fortuna la herida se abre en el arte y en el amor y desde donde emerge lo que cura y salva. En ambos hay que saber extraer las dulces gotas de sabiduría que ahí se destilan, pero para ello el amante, el artista y el místico deberán emplear sus más agudas facultades para intuir aquello que otorga vida y sentido a la existencia.
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