martes, 14 de diciembre de 2010

La circularidad mandálica en un autorretrato de Rembrandt.

Rembrandt: Autorretrato con dos círculos, 1661. Óleo sobre lienzo, 114 cms. x 94 cms.


Caminos en espiral, del transitar por situaciones y circunstancias que parecieran reencontrarse. Desmentida de lo lineal donde semeja un ir dejando cosas para arribar a una meta. La indagación de sí hace a un mirar y a un mirarse desde distintos lugares con asombro y extrañeza, pero siempre con un retorno a un punto de partida para reiniciar el viaje.
Lo circular, figura sagrada para las tradiciones de las más diferentes culturas; sacralidad de la forma en que Dios es una esfera donde su circunferencia no está en ninguna parte y su centro en todo, o como en la India donde lo laman mandala, círculo mágico, y que unifica los más diversos y hasta antagónicos estados del ser, macro y microcósmico. Círculos que aparecen en los sueños de los hombres de todos los tiempos y que se hacen portadores de integración psicológica.
Rembrandt hubo realizado más de noventa autorretratos pero hay uno que se vuelve extraño y es el que presentamos arriba. Ahí se lo ve al artista con sus pinceles y paleta entre dos círculos. Se muestra seguro en su porte y expresando maestría. Pero ¿por qué las dos circunferencias? Nuevamente aparecen los símbolos de la totalidad, de aquello que integra lo más peculiar de sí mismo, de la vocación y del destino encontrado y descubierto. Búsqueda de un centro, de la espontaneidad que hace al fluir de lo creativo, lo vacío y lo lleno y por ello es que el pintor hace de este género un medio extraordinario de indagación psicológica.
Pero Rembrandt, daba forma a lo que expresaba ese período de su tiempo, el barroco, y que se manifestaba en el juego dialéctico entre el día y la noche, la vida y la muerte, el movimiento sinuoso. Así en el autorretrato el artista se pinta entre dos circunferencias, iluminando la parte superior de su cuerpo y dejando en la sombra la inferior. Representación de los opuestos, de lo vertical y de lo horizontal, de lo contradictorio pero que se encuentra mediatizado por el hombre-artista que integra lo paradójico. Lo intelectual, espiritual, celeste y luminoso, se confronta con lo oscuro, material y sombrío. Pasado y tradición se reunifican con lo nuevo, el futuro y el cambio del discurrir sin término de los círculos.
Serenidad en el pintor que junto a sus instrumentos de trabajo plasma, hace único y concretiza esa totalidad de quien encuentra la realización de sí y de su singularización, rompiendo con lo convencional. Destino en cruz que no evita el sufrimiento, sino que se convierte en condición imprescindible para llegar a ser sí-mismo, y en donde ya no depende de una imagen narcisista a la cual defiende y se aferra, sino que se incorpora a algo superior que señala rumbos a seguir en tanto vocación.
Pero para ello es necesario tomar conciencia de su mismidad, de discutir y asimilar a los contenidos que se expresan a través del arte y que en el autorretrato el artista los representa por sus pinceles y paleta como la manera de darle forma a eso que voca y pugna por manifestarse.Lo individual y lo arquetípico establecen un diálogo en donde las oposiciones se integran en una totalidad que es expresada tanto por la circularidad como por lo oscuro y lo claro del cuadro.
Despliegue de cualidades y potencialidades en el misterio de la esfericidad que presentan una continuidad de principio y de fin, de aquel que se enraiza en lo profundo de la oscuridad y que desde allí asciende hacia la conciencia y el espíritu. Hombre que no se hace a partir de unilateralidades, sino que conforma, padece y asimila esos contenidos de lo inconciente.
Descubrimiento del Rostro Auténtico, al decir de los maestros zen, de aquello que ya no es necesario ocultar ni reprimir. Relación entre lo particular y lo general de quien transita por sus propios caminos, de quien ha dejado la voz de lo uniforme y de la costumbre y escucha lo que llama desde su interioridad.
Devenir que supone la conciencia, de un atenderse a sí mismo en la manera como el destino se presenta a cada cual. Es de recordar que Rembrandt no solo transitó por un captarse a sí mismo, sino que a partir del año 1642 rompe con los estilos aceptados de su época, convirtiéndose por ello, justamente, en Rembrandt, circunstancia esta que lo llevo al distanciamiento de sus pares y clientes.
El arte expresa y da forma a los problemas acuciantes de los hombres y especialmente a los característicos de la exploración de su mundo interior en conjunción con lo social y hasta con lo sagrado. Los círculos, símbolos arquetípicos de la totalidad, del sí-mismo, expresan dinamismos pictóricos que manifiestan el llegar a ser quien auténticamente se es.
La decisión le compete al hombre para dar forma a su singularidad, aunque no sin angustia, pero que a través del diálogo con ese universo simbólico que comienza a emerger en la conciencia y en una confrontación entre el yo y lo inconciente, permitiendo que se enraice, que tenga una base de sustentación para que cuando inicie su única y propia travesía a través del mar de lo desconocido, no destruyan ni hundan a aquello que comienza a gestarse, y si esta fuera la circunstancia, que resurja transformado y renovado.

jueves, 9 de diciembre de 2010

La dinámica del animus en la psicología femenina.

Gianlorenzo Bernini: El éxtasis de Santa Teresa. (1647-1651).



"Quiso el Señor viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí, hacia el lado izquierdo en forma corporal; lo que no suelo ver sino por maravilla. (...) Esta visión quiso el Señor la viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos, que parecen todos se abrasan. (...) Veíale en las manos un dardo de oro largo, y que al fin del hierro pareciera tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, que me llegaba hasta las entrañas. Al sacarle me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos; y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay que desear se me quite... Es un requiebro tan suave, que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien piensa que miento".


Santa Teresa de Jesús. Libro de su vida, cáp. 29.



Las diferentes maneras de expresarse de los contenidos del psiquismo, se van conformando por los procesos de una dinámica donde son representados por los más diversos pares de opuestos. Y en lo que hace a la mujer, aparece con fuerza de destino una imagen arquetípica autónoma e inconciente que ejerce efectos significativos sobre ella y al que se le da el nombre de animus.
Su confrontación e integración aspira a un ideal a alcanzar en el proceso de individuación, aunque no son pocas las dificultades que emergen. Cada mujer va desenvolviendo su historia en donde esa imagen masculina adquiere cualidades singulares, constituyendo su peculiar manera de entrar en relación con los varones y con ella misma.
El animus se reviste con características de autoridad, de acción y voluntad, de aspectos espirituales tanto positivos como negativos. Le es necesario un elemento de cierta conciencia y de saber, para así distanciarse de lo inmediato. Momento de la palabra, del sentido, del logos.
El animus abarca una infinita gama de potencialidades y que se realizarán según la biografía de cada mujer, en los vínculos que entabla con el sexo opuesto como en las diferentes esferas de su vida activa. Su posibilidad del ejercicio de la acción, de discriminación, de ver las cosas y situaciones desde lo objetivo, de encontrar un sentido a la vida, hace que este arquetipo sea fundamental en el transcurso de llegar a ser sí misma, de ser quien auténticamente se es y en especial en sociedades donde el patriarcado es predominante, subyugando lo peculiar y singular de ella.
Pero para esto es necesario establecer entre la conciencia de la mujer y esas imágenes arquetípicas que se le van presentando, tanto desde su interioridad como del exterior, un diálogo donde ninguna de las dos instancias subyugue a la otra, situación que en caso de producirse puede desencadenar trastornos psicopatológicos.
El animus como personificación del mundo interior, es un puente o un mediador entre el yo y los contenidos del inconciente colectivo y que son expresados por su intermedio. Por esto es que en la vida imaginativa femenina se presenta como un mensajero, un extraño, un desconocido y con facetas de fascinación propias de lo inconciente.
Pero el animus también puede apartar a la mujer de la vida, encerrarla en lo rígido y personificarse como demonio de la muerte, alejarla de las relaciones vitales para buscar en un mundo ilusorio y de ensoñación pasiva un anhelo irrealizable.
Figura que posee, que domina, que surge de las profundidades de la psique pero con la cual no se logra establecer un diálogo integrador, desapareciendo en lo inconciente materno.



Emperatriz sombría

Si un día

Herida de un capricho misterioso y aciago

Yo llegara a tu torre sombría...



Delmira Agustini.


Asimismo puede llevar a una rigidez que se vivencia como un aprisionamiento y encierro, de actitudes defensivas que la distancian de lo vital.



En mi alcoba agrandada de soledad y miedo,

taciturno a mi lado apareciste

como un hongo gigante, muerto y vivo,

brotado en los rincones de la noche

húmedos de silencio

y engrasados de sombra y soledad.

...
Te inclinabas a mí, como el gran sauce

de la Melancolía

a las hondas lagunas del silencio;

te inclinabas a mí, como la torre

de mármol del Orgullo,


minada por un monstruo de tristeza,

a la hermana solemne de su sombra...



Delmira Agustini.


Sus efectos de fascinación no le posibilita darle una expresión creadora en su vivir cotidiano, pudiendo crear situaciones de peligro, en donde pareciera que las busca, en tanto comienza a ejercer su influjo sobre las personas que poseen esas características, desencadenando circunstancias trágicas como le sucedió a Delmira Agustini. El animus que se hallaba ligado a la muerte en muchas de sus poesías, se proyectó sobre un hombre que llevó a cabo su actividad destructiva sobre ella.



-¡Maravilloso nido de vértigo, tu boca!

Dos pétalos de rosa abrochando un abismo...

Labor, labor de gloria, dolorosa y liviana;

¡tela donde mi espíritu se fue tramando él mismo!

¡Tú quedas en la testa soberbia de la roca,

y yo caigo sin fin en el sangriento abismo!



Delmira Agustini.


Pero el animus también puede adquirir otras cualidades en tanto se pueda iniciar un proceso dialéctico de confrontación, ya que entonces comienzan a aparecer símbolos y dinamismos que se convierten en factores iniciadores de evolución en el proceso de individuación. En esta circunstancia se estable un contacto con las imágenes primordiales y cuyo cometido señala a la tarea conciente de realizarlas, de llevarlas a la práctica en su vida cotidiana. Siempre hay un relacionamiento, de escucha, de conciencia, en que la integración gesta una renovación de la personalidad.
Conjunción, nupcias, matrimonio, herida, apertura, amado en la amada.



Y yo todo me entregué y dí

y de tal suerte he trocado,

que mi amado para mí y yo soy para mi amado.

Cuando el dulce cazador

me tiró y dejó rendida,

en los brazos del amor

mi alma quedó caída,

y cobrando nueva vida

de tal manera he trocado,

que mi amado para mí

y yo soy para mi amado.



Santa Teresa de Jesús.


El animus como personalidad inconciente ya no avasalla al yo femenino y no cae en la fascinación del ensueño desligado de su cotidianeidad, sino que emerge a todo un ámbito de experiencia desde una distancia diferenciadora y discriminadora. Los valores de su femineidad no son dañados por esas figuras que pueden ser tanto interiores como exteriores.



¡Oh Hermoso que excedéis

a todos los hermosos!

¡Sin herir dolor hacéis,

y sin dolor deshacéis

el amor de las criaturas!

¡Oh nudo que así juntáis

dos cosas tan desiguales!,

no se porqué os desatáis,

pues atado fuerza dais

a tener por bien los males.



Santa Teresa de Jesús.


La melancolía y la muerte aparecen como un momento de pasaje, un tránsito a una transformación y no ya hacia un vacío marmóreo de la desolación o la nada en una captura paralizante, como se expresa en algunos de sus poemas Agustini.



Los lechos negros logran la más fuerte

Rosa de amor, arraigan en la muerte.

Grandes lechos tendidos de tristeza

Tallados a puñal y desolados

De insomnio; las abiertas

Cortinas dicen cabelleras muertas.

Buenas, como cabezas

Hermanas son las hondas almohadas,

Plinto del sueño y del Misterio gradas.



Delmira Agustini.


El sufrimiento, la muerte, provocan una vivencia que hacen al surgimiento del sí mismo, de esa totalidad que engloba al yo y a lo inconciente y que se expresa como meta del vivir. Así es que la experiencia del animus por la mujer expresa todo un espacio de símbolos y dinamismos que en tanto se pueda establecer un diálogo conciente, desarrolla cualidades que hacen a la iniciativa, la decisión, la gestación del sentido, del logos y de la espiritualidad.
Aunque también puede convertirse en la causa de trastornos psicopatológicos ya que su acción autónoma e inconciente conduce a la mujer a una distancia con lo vital y en donde deja de ser ella misma. Matrimonio con la muerte, con lo que mata y no con lo que fecunda y hiere en el ardor del deseo.



Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,

no me mata la Muerte, no me mata el Amor;

muero de un pensamiento mudo como una herida.



Delmira Agustini.


Pero siempre está la tarea de la mujer de realizar el difícil y largo proceso de individuación en donde la unión con el Amado incita a una aventura para caminar por rumbos nuevos y fecundantes. La discusión con el animus se hace cuestión principal. En Delmira Agustini su encuentro se dirige hacia la melancolía, la muerte, el vacío, donde no se llega a un transformación sino a la disolución y a la pérdida del amado.



Yo esperaba suspensa el aletazo del abrazo magnífico... y cuando te abrí los ojos

como un alma, vi
¡que te hacías hacia atrás y te envolvías en yo no se qué pliegue

inmenso de la sombra!
Engarzado en la noche del lago de tu alma diríase una tela de

cristal y de calma
tramada por las grandes arañas del desvelo.



Delmira Agustini.

En Santa Teresa, hay una unión con una intensidad de alto erotismo donde se produce algo nuevo, donde lo sombrío es la ocasión para hallarse con el amado.



Senteme a la sombra del que deseaba, y su fruto es dulce para mi garganta.

"Parece que estando el alma en el deleite que queda dicho, que se siente estar toda engolfada y amparada en una sombra y manera de nube de la divinidad, de donde vienen influencias al alma y rocío tan deleitoso que bien con razón quitan el cansancio que le han dado las cosas del mundo".

Santa Teresa de Jesús. Conceptos del amor de Dios, cáp. V.



Diferencias de tratarse y dialogar con ese arquetipo fundamental para el psiquismo femenino como es el animus. Experiencia de encuentro fundamental en la vida de la mujer.