Gustave Courbet: El taller del artista. (1855).
El hacer creativo adquiere en algunos artistas, científicos, amantes, una necesidad que se vuelve vital y perentoria. Así Van Gogh decía que podría renunciar a todo en la vida pero con una sola excepción: la de crear.
Esto puede manifestarse con gran intensidad, circunstancia donde se confrontan y tocan con experiencias muy profundas y que no entran dentro de la cotidianeidad. Así como en los procesos de intercambio social donde predominan el pensamiento abstracto, utilitario y voluntario, cuando se pone en juego la creatividad se constela todo un espacio que psicológicamente es diferente y es el que hace a lo receptivo, lo paciente, de una atención a las imágenes que espontáneamente van emergiendo. Donde las distinciones entre las cosas no es tajante, sino de penumbra, de espera y de recepción. Las imágenes se suceden y son como reflejadas por un espejo donde el artista las contempla y que se van transmutando en inspiración y revelación de todo un ámbito que hace a lo arcaico y arquetípico. Los espejos son metáforas de este dejar suceder imaginativo y donde el creador se coloca en una disposición para aceptar y entrar en sintonía con esos contenidos inconcientes. Se permite contemplar en un estado de cuasi-pasividad, tal como se expresan en la pinturas de Velázquez.
Esta actitud aparece como un puente de unión entre la conciencia del yo con lo inconciente arquetípico, que da la ocasión de observar y ensoñar con imágenes, símbolos y dinamismos que son transpersonales. Es el anima como vínculo con lo personal-biográfico, circunstancia principal en el acto creador y que posibilita una trascendencia.
Así los procesos creativos implican un salir de la unilateralidad yoica para abrirse a lo que se revela, circunstancia que pone en juego toda una serie de niveles psicológicos que no son de la cotidianeidad. Es decir, que el yo comienza a contemplar pensamientos, intuiciones, imágenes con gran participación emocional y que van surgiendo sin sus intenciones voluntarias. Estas son ambiguas, sin distinciones claras y que asaltan inspirando y de manera intuitiva.
De aquí la tensión que significa lo creativo ya que implica salir de sí y acceder a todo ámbito ligado a lo inconciente en donde el yo-masculinidad pueda configurar, dar una forma, hacer un cosmos de esas fuerzas que van apareciendo.
Por ello el alto valor emocional de estas viviencias y en donde no es posible la objetividad ni la distancia ya que se entabla un contacto con aquello que es ajeno a la conciencia del varón y que permite ensayar con lo que es generador, lo paridor, lo mágico y embriagante, lo sensorial. Este es el espacio de lo femenino y que desde la psicología analítica hace al arquetipo de lo materno-anima. Pero para conocer esto será necesario que el yo-conciencia se distancie de las máscaras paternas con las cuales se identifica e ingrese a ese mundo diferente.
Así es de recordar que en Grecia se desarrollaban los misterios eleusinos y que si bien eran eminentemente femeninos, también se daba una importante participación de los hombres en ellos. Ahí no solo accedían a niveles de emoción importantes sino también a una experiencia de muerte y renacimiento a partir de lo arquetípico femenino.
Desde lo oscuro del interior de la tierra se gestaba alguien transformado, y siendo este el lugar que ocupaban el rito, la fiesta, las celebraciones colectivas y que posibilitaban una vivencia de lo trascendental.
Ahora bien, pensamos que esto aún pervive y se expresa en las diversas manifestaciones del arte, ya que allí surgen esas fuerzas, imágenes y símbolos que operaban de manera semejante en lo religioso. Pero lo que le da este carácter de necesidad y perentoriedad a lo artístico-creativo son esas manifestaciones de lo inconciente y en donde la capacidad del creador, su habilidad, será imprescindible para darles una configuración.
Esta situación de gran implicancia emocional está dada por la presencia del arquetipo de lo femenino y que se experiencia como una conjunción e inclusive como de una unión sexual amorosa, hecho que hace posible explicar la gran tensión que en la vida diaria conlleva la relación de pareja y en que están en juego factores inconcientes que se intentan vivir en ella. El eros está implícito y es la fuerza unitiva hacia algo mayor que el yo. El símbolo de la mujer sacando agua de un aljibe hace al anima extrayendo de los pozos de lo inconciente arquetípico los contenidos para ser asimilados por la conciencia.
Pero también el artista pasa por su propia fecundidad y en donde la obra conlleva aquello que algunos han vivenciado como el nacimiento de un hijo. Allí están dadas sus relaciones, sus diálogos entre el yo y el sí-mismo, donde lo receptivo genera algo que el creador trae al mundo. Esto toca no solo su masculinidad-fecundante-paterna sino también lo propio femenino-conceptivo-receptivo.
Lo transformador toma la iniciativa de todo este proceso. Lo incontrolable, lo que se halla ligado a lo orgiástico de la embriaguez, de lo paradójico e indistinto, saca al yo de su estabilidad y utilitarismo social para llevarlo a esos espacios que durante siglos fueron de lo iniciático-místico-mágico.
El creador-artista puede ser quien ocasione la ruptura de lo rígido, de lo patriarcal establecido, ya que incorpora todo un estrato psicológico que en la evolución filogenética el hombre a reprimido y, en especial, por la preponderancia de lo abstracto-tecnológico.
La gran intensidad emocional de lo creativo muestra la presencia de aspectos psíquicos que no encuadran en el statu quo de lo patriarcal y que cuando no son tenidos en cuenta se los vivencia directamente en el vínculo con el sexo opuesto, ya que allí es donde se proyectan esas imágenes y dinamísmos. Pero justamente se constituye en la oportunidad para un inicio a fin de tomar conciencia de estas fuerzas y reubicarlas en la economía psicológica a través de su integración y en diálogo entre el hombre y la mujer.
Para finalizar, un símbolo central y característico de lo femenino es el vaso, y este será lo que geste, lo que contenga, para que desde la oscuridad y la penumbra haga madurar lo nuevo. La recuperación de lo arquetípico femenino devaluado por la conciencia patriarcal se hace tarea para superar la alienación de un mundo ligado a lo útil del poder y de un individualismo narcicista que lleva no solo a la fragmentación psíquica sino a la social-cósmico y en especial con la naturaleza.
Pero para que de ese recipiente nazca lo nuevo, lo original, el yo tendrá que trabajar intensamente para darle una forma artistica. El arte, el amor, la mística, el pensar meditativo del que hablaba Heidegger, son vías y caminos hacia el sí-mismo y donde sus aguas fecundantes pueden aportar la vitalidad para superar lo inerte y seco.
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