Goya: Los Caprichos (68).
Durante los últimos años han comenzado a propagarse una serie de crímenes y lesiones gravísimas ejecutadas por varones hacia sus parejas mujeres y que consisten en prenderlas fuego. Es llamativo que a pesar del gran impacto y difusión a partir de la propagación que hacen los medios de comunicación, no solo no han disminuido ni se han sostenido en el tiempo, sino que se han incrementado. Así durante lo que va del primer semestre del año 2012 hay tantos asesinatos como en el 2010 y el 2011 respectivamente.
Violencia extrema y que adquiere un matiz que hace a una serie de datos que vuelve necesario un abordaje psico-socio-cultural-histórico. Pero lo que nos resulta llamativo es que pareciera que se retoma, con estos crímenes, una vieja forma de destruir el cuerpo femenino y que hacen pensar de alguna manera, en los procesos muy virulentos que se llevaron a cabo durante la inquisición, en especial durante los siglos XVI y XVII en Europa, en que se perseguía y se quemaban en la hoguera a quienes se las acusaba de brujas.
La inquisición juzgaba con toda severidad a quienes practicaban la brujería, siendo mayoritariamente mujeres a quienes se las acusaba de aquella práctica. Su magia era muy temida ya que se les asignaba la producción de toda una serie de perturbaciones en la esfera de la sexualidad como la impotencia, la esterilidad, abortos, su capacidad para prestar su cuerpo de mujer a los demonios, etc. Ante esto uno de los medios que se usaba, y que se entendía que poseía la mayor eficacia, era el de ser quemadas en la hoguera. El fuego era pensado como purificador.
Pero aquí es donde nos parece que es necesario hacer algunas reflexiones, ya que aquel se empleaba como una forma de hacer frente a lo que se entendía como una amenaza peligrosa. Y pensamos que en esto es donde se puede percibir el choque, el conflicto entre dos fundamentos y que son el patriarcal y aquel ligado a las antiguas prácticas brujeriles que tenía una importancia muy significativa y que remitía a los restos de arcaicas culturas matriarcales. La bruja es otro principio, diferente del solar-masculino, y que está ligado a la magia, a lo lunar, lo que ahoja, a lo fascinante y numinoso de la sexualidad y fecundidad, de la regeneración, lo infernal de lo oscuro y que siempre se ha pretendido controlar y reprimir por las religiones monoteístas y patriarcales.
Ese principio era al que estaba perseguido por las hogueras inquisitoriales, donde se juntaban el temor y la fascinación por aquello que no encaja en la racionalidad del logos. Universo de lo femenino al que se intenta desplazar por la "purificación" ígnea, pero que desestabiliza la razón instrumental y que sus síntomas son los momentos paranoides que surgieron durante las persecuciones, rompiendo con la racionalidad que se declaraba a través de todo un andamiaje jurídico muy complejo.
Y aquí es donde nos parece que aquello se actualiza en los crímenes que se han dado últimamente en Argentina, donde reaparece todo un simbolismo que se pretende para hacer frente a eso que se teme y que se convierte en muy difícil de entender para los agresores, y que es la expresión por parte de la mujer de todo un universo arquetípico que manifiesta a lo femenino y que diversas culturas le han dado el nombre de Yin, lo lunar, el de las divinidades ligadas al agua, la tierra, la noche, Kwan Yin, Hécate, Démeter, Coatlicue, Diana, Afrodita, Pacha Mama, etc.
Pero para acercarnos más a estas situaciones de agresión es necesario abordar la fascinación que produce el fuego, y que su conquista junto al lenguaje, se constituyen en dos de los instrumentos principales para que el hombre acceda a la cultura. Así muchos mitos destacan este suceso fundante atribuyendo a un personaje heroico quien hizo su entrega a los hombres, siendo además el resultado de un robo a los dioses, que eran sus únicos poseedores. Por ello y por su numinosidad es que tenía ser tratado a través de rituales muy elaborados, ya que era propiedad de lo divino o de lo demoníaco.
Así Yavhé se le aparece a Moisés en el monte Sinaí como una zarza ardiente, pero también no deja de usar el fuego para destruir ciudades o, ya en el nuevo testamento, lo hace en forma de lenguas de fuego de inspiración, durante pentecostés. Prometeo hurta el fuego a Zeus, pero también el ave fénix renace desde sus propias llamas. Los herreros, los alquimistas y los alfareros también eran vistos como personajes de una cierta peligrosidad por el manejo que hacían del fuego y de ahí su carácter ambivalente.
Así es que ese elemento se convierte en una fuerza benéfica pero también destructora y peligrosa. Cuando el hombre pretende arrogarse cualidades de Dios, como poseedor a su antojo de esa energía, que se siente su propio padre sin relación con los ancestros del saber y así renegando de la función simbólica, nos acercamos a aquellos que se imaginan con poder para usar el fuego a fin de destruir a un semejante.
Pero, y esto es lo paradójico en los casos de agresores que han dado muerte a sus parejas mujeres, todo lo anterior pareciera constituirse como una carencia, un sentir la falta de ser y la que no se puede asumir en un goce carente de satisfacción. Personalidad perversa que intenta a través del fuego generar una intensidad sexual en otro y que siente que no puede. Debilidad, vacío, encierro, sin deseo ni imaginación. Cercanía con el pirómano que en su acto incendiario no es infrecuente que culmine con la masturbación autoerótica. Envidia de la mujer a la que siente que él, y por eso la perversión, no puede acceder a un placer que le está vedado
Escasa capacidad de un pensar creador, de la rapidez iluminante y de una masculinidad fallida y que pretende lograrla a través del pasaje al acto.
A su vez, lucha contra la feminidad, contra aquello peligroso, lo húmedo, acuoso, inconciente, y a lo que hay que secar y quemar, como en los antiguos procesos de la inquisición. Personalidades perversas, que no pueden tolerar sin fragmentarse la ruptura de una relación dual, ya que no hay otro sino solo mismidad de un uno imposible de totalidad.
Violencia que intenta acabar con un objeto arcaico, primario, ya perdido, materno, y que quizá nunca supo de la calidez del amor y que ahora se reactualiza en trauma imposible de tolerar. Inflamación del eros que se convierte en incendio en lo real, sin espacio para la búsqueda del símbolo. Repetición de lo mismo y aniquilante.
Por ello es que, y nuevamente, nos resultan llamativos estos tipos de crímenes en donde parece que se recuperan antiguos ritos de asesinato de mujeres, tales como las de aquellas hogueras de la inquisición que ardían para quemar a quienes eran consideradas peligrosas, brujas, para una masculinidad que se enmascara de poder y al que no puede arribar a una ley donde se abra al semejante y a lo creador de lo femenino.