Llámesele o no, Dios estará presente.
Carl Gustav Jung.
En el año 1900, Sigmund Freud, dio un paso fundamental en la historia del pensamiento cuando publica La interpretación de los sueños. Ahí muestra la importancia que tiene la actividad onírica en la salud y en la enfermedad. Asimismo, con pericia magistral estableció una manera de abordarlos desde una perspectiva científica.
Pero este primer paso, inigualable, supuso una serie de conceptos teóricos, psicológicos, filosóficos y hasta religiosos, que no todos compartieron. Su posición acerca de que durante el soñar se tiende a satisfacer deseos reprimidos e inconcientes y que los mismos se expresan de una manera deformada debido a la acción de una instancia censora, quizá explique de una forma algo simplista y hasta sea desvalorizadora del hombre.
Quien durante unos años fuera alguien cercano a Freud, Carl Gustav Jung, ya prontamente reaccionó contra tales postulados y especialmente por lo que planteábamos anteriormente. Por ello es que destacaremos algunas de sus ideas y señalando cómo difiere su concepción antropológica de la de Freud, circunstancia que condujo a una término sus relaciones en 1914.
Jung entiende que los sueños tienen un carácter primario, no son derivados de una censura previa. Su índole arcaica, prelógica y simbólica, hace al modo de manifestación propia de lo inconciente y se hallan cargados de significación. Es más, hasta llega a utilizar varias veces en sus obras la frase cabalista que dice que el sueño es lo que es, es decir que no es una fachada encubridora, sino que todo su significado está ahí.
Y aquí quisieramos detenernos en estas ideas, ya las mismas implican una actitud antropológica que, como dijimos antes, no solo lo distancia de Freud sino que le da peculiaridad propia a su pensamiento.
Considera que el sueño es una representación de una situación inconciente actual y que se expresa simbólicamente. Esto señala y describe un horizonte en donde ya no se lo limita a unos pocos mecanismos que lo producen, sino que hay cierta indefinición y por lo tanto, una acentuación de posibilidades que constituyen lo específico de cada persona. (Uso el término persona en el sentido que le da Max Scheller). Esto comienza ya a dar un carácter que concibe la actividad onírica como aquello propio y singular que estará impulsando un destino, una vocación, un vocatus tal como lo entendía Heidegger, y que es único.
Justamente la relación dialéctica entre el yo y lo inconciente adquirirá una particular fenomenología y dinámica en los contenidos de los sueños. Por esto es que Jung piensa que para abordarlos es indispensable no partir de supuestos previos.
El desarrollo psicológico no se da de manera lineal, sino de modo espiralado en donde los motivos oníricos se van moviendo y acercando a un centro y en que las situaciones conflictivas comienzan a ordenarse alrededor de aquel. Jung le da el nombre de sí-mismo, individualidad, Todo, es decir lo describe como un factor de formación y evolución de la personalidad. Es lo propio y más característico de cada uno y que en su despliegue tiende a realizarse, y que en los sueños aparece actuando siempre en relación con la actitud conciente con la que forma esa totalidad.
Cada vida es la realización de un Todo decía Jung, frase que describe la amplitud que le otorga al psiquísmo humano y que no acepta que solo opere para satisfacer un deseo infantil. Ahí se plantea una postura muy compleja, ya que concibe al desarrollo como un encontrar y seguir un camino propio y único para cada persona. Esto no lo describe desde posiciones teóricas determinadas sino que se constituyen a partir de la experiencia y vivencia de los símbolos que actúan en los sueños y cuya significación se develará desde la particular situación de cada uno.
La psíque se expresa en una tendencia hacia su unificación y la efectúa por medio de símbolos que implican una meta existencial que da un sentido al vivir. Ya aquí establece una conceptualización que posee connotaciones que remiten a lo cultural y en donde todo este ámbito ya no está impuesto desde una exterioridad legal, tal como la plantea Freud, sino que esos núcleos de significación se despliegan en un universo simbólico que son inherentes a la psíque del hombre y que hasta se hallan potencialmente en sus pulsiones.
Esta es otra de las diferencias con el maestro vienés, ya que Jung considera que el psiquismo está movido por o, mejor dicho, es libido, energía psíquica no cualificada, y en que en su dinamismo y expresividad se da un interjuego de opuestos entre el espíritu y lo pulsional, ya que ambos son sus constituyentes.
Así nuevamente, se señala ese Todo antes mencionado y donde cada parte tiende a buscar su opuesto y complementario, siendo el sueño su campo de manifestación privilegiado. Por ello es que ya no se lo entiende como un producto de un rechazo pulsional, sino que retoma todo su valor propio y en que relativiza la imagen del yo con todas sus máscaras y donde se destaca ese centro nuclear que hace a la singularidad de cada persona.
Sus sueños van mostrando un interjuego, en que se percibe cómo se acercan, se alejan, se les teme, aparecen sus conflictos y angustias, pero que en definitiva hacen que se pueda vislumbrar un camino que ya no está dictado por teorías, modas o por la alienación masificante. Su discurrir no es sencillo ya que supone un cuestionamiento de las imágenes con las cuales la persona se ha ido identificando en su vida y en que deberá comenzar a entenderse y dialogar con esos símbolos y fuerzas que cuestionan su identidad. Algunos lo denominan cono un encontrar el propio Tao, la senda propia, y sin olvidar que está hecha de luz y de sombra, de Yin y de Yang.